El otoño de 2007 será recordado por la más intensa campaña antimonárquica vivida en España desde el advenimiento de don Juan Carlos.
Cuando la prima tuerta de Alicia, cruzó al otro lado del Espejo, se encontró con Sadim, el reflejo de Midas. Con solo tocarlo, Sadim convertía el oro en barro. Hay mucho Sadim por el mundo, reduciendo a desperdicios las ideas más brillantes y valiosas. Y es que en el fondo, todos somos un poco Sadim, porque uno es siempre su peor enemigo y practica, quién más, quién menos, el autosabotaje. Así, los genuinos representantes de un credo o de un sistema suelen desacreditarlo, y los que alardean de sus convicciones son los primeros en desprestigiarlas. Los Papas han sido los peores enemigos del catolicismo y nadie ha asesinado tantos comunistas como Stalin o Mao
¿Quien acabó con las dos Repúblicas españolas, sino las divisiones entre los partidos republicanos? Franco y Queipo se alzaron bajo la bandera tricolor y entonando vivas a la República. Simétricamente, el único enemigo serio que ha tenido la monarquía en España han sido los propios monarcas y príncipes españoles: Fernando VII contra Carlos IV, Isabel II atacada por su tío y sus primos carlistas, y luego por su cuñado Montpensier. Finalmente Alfonso XIII liquidó la Restauración y puso fin a su propio reinado. Las únicas amenazas concretas sobre la opción de don Juan Carlos desde que Franco lo eligió como sucesor “a título de Rey” no se debía tanto a la oposición de Falange, ni de unos exiliados republicanos, sino a la existencia de otros candidatos: el duque de Cádiz, casado con la propia nieta del dictador, los carlistas Borbón Parma (Hugo y Sixto) y… el propio padre del Rey: don Juan. No sabemos si la experiencia del pasado permite hacer previsiones en este ámbito, pero lo más probable es que si en el futuro algo truncara el porvenir de nuestro Monarquía no se deberá a la agitación externa sino que será el producto de asuntos tan internos como los derechos que la Constitución otorga a los hijos naturales, por ejemplo.
En este mismo orden de ideas, o más bien de contradicciones esenciales, hay que subrayar que el franquismo, que se pretendía patriota, sólo ha conseguido desacreditar al patriotismo, identificándolo con el pensamiento antidemocrático. De ahí, sin duda, la timidez de nuestros políticos, a la hora de defender nuestra patria, nuestra casa común.
Republicanos contra la unidad de España
Republicanos contra la unidad de España
Desde hace una temporada se atacan los símbolos de la unidad: la bandera y la figura del Rey. El continente no puede ser más importante que el contenido, y no creo que destruir el símbolo sea más grave que aniquilar aquello que simboliza. No se puede esperar de nuestro Rey ni de nuestra bandera que representen lo que cada día existe menos, una unidad evanescente. Durante treinta años hemos entregado al separatismo todo el poder y las competencias del Estado, empezando por la educación. España, como nación, existe, sí, pero apenas subsiste.
Si alguien pretende apuntillar nuestra Constitución y acabar con el sistema monárquico no serán desde luego esa caterva de agitadores incendiarios, quemando fotos del Rey y banderas españolas. Lo de castigar en efigie y quemar los símbolos es algo típico de ese mundo viejo, viejísimo, al que pertenecen los separatistas, obsesionados con su particular visión de la Edad Media y sus reinos peninsulares: son tan progresistas que acaban de inventarse la quema del Judas y del Pero Palo, mira tú qué bien. Mañana inventarán el real de vellón, la arroba y el portazgo. No han cambiado. Son los mismos que aplaudían a Fernando VII y gritaban “¡Vivan las caenas!”, no sabían leer, pero, eso sí, quemaban ejemplares de la Constitución. Su programa es el de siempre, el del imbécil vocacional: Lejos de nosotros, Señor, la funesta manía de pensar... Quienes incendian la foto de don Juan Carlos ¿qué sabrán de nuestra historia? ¿Qué sabrán de la Transición y del histórico papel de don Juan Carlos como piloto del cambio? ¡A quemar! Plagiando a Heine, podríamos decir que quienes queman fotografías, acabarán quemando gente, y si no, al tiempo.
Más grave es que una institución como el parlamento catalán haya autorizado ese triste espectáculo al negarse a condenarlo de un modo expreso. Roma no pagaba a los traidores; España, más generosa, le pone a los próceres desleales un coche oficial y un sueldo para toda la vida.
Bandera roja, bandera tricolor
En España nos ponen muy difícil ser republicanos, porque la imagen del republicano no puede ser más lamentable: gente que arranca la bandera española —la de todos— del mástil de un edificio público; gente que se baña en la piscina ajena; gente que quema, insulta y ofende... Plagiando ahora a Cánovas, podríamos decir que republicano en España es el que ya no puede ser otra cosa, el desahuciado intelectual. Y la verdad es que es una pena, porque la idea republicana es perfectamente respetable y algunas de nuestras más distinguidas figuras fueron republicanas a machamartillo: Clara Campoamor, Óscar Esplá, Ortega y Gasset, Sánchez Albornoz, Gumersindo de Azcárate, Castelar, Esquerdo... Al lado de esos gigantes, los tarados que incendian fotos no pasan del nivel de hooligans, de gamberros fascistoides.
No se está debatiendo una idea, no se está hablando ni reflexionando acerca de la bondad o inoportunidad de un sistema político; de lo que se trata es de organizar jaleo y si puede ser de mal gusto, mejor.
El rupturismo es la política más insensata que se pueda imaginar: los que ostentan enormes banderas tricolores en las manifestaciones, ¿nos permitirían a los monárquicos usar una distinta a la oficial si hubiera una III República? Los que no consideran propia la bandera de todos, ¿pretenderán que algún día todos acatemos la suya?
Ese rupturismo es, precisamente, lo que se llevó por delante la II República. Por si lo hubiéramos olvidado, todavía hay quien nos lo recuerda colocando banderas rojas junto a la tricolor, dando a entender que una República, en lo que a ellos respecta, sólo puede ser revolucionaria. Esos le hacen un flaco favor al principio republicano, y en ocasiones nos preguntamos si no los financiará en secreto algún amigo de la Zarzuela. En el fondo es la estrategia más eficaz para garantizar la perennidad de la Monarquía: si los antisistema están contra el Rey, entonces los prosistema estaremos siempre con el Rey. Así de sencillo.
Confusión entre separatismo y republicanismo
Confusión entre separatismo y republicanismo
La actual campaña antimonárquica es el producto de la confusión de dos fenómenos que no tienen, en rigor, nada que ver, como son el separatismo y el republicanismo.
Desde el punto de vista del separatismo, esa identificación es lógica: ¿cómo va a creer en la Monarquía Española quien quiere separarse de España? El separatista quiere cambiar el Estado del modo más radical: rompiéndolo. Quien pretende romper el Estado ¿por qué va a preocuparse de conservar sus símbolos? Sólo una fracción de los separatistas podría imaginar una especie de Reino Unido de ni se sabe cuántos reinos hispánicos, que a su vez se fragmentarían en nuevas taifas.
En cambio, desde el punto de vista republicano, no hay ningún motivo que justifique la identificación con el separatismo. Eso es tan cierto que algunos de los más destacados republicanos españoles han sido modelos de patriotismo.
Blasco Ibáñez, republicano y patriota
Blasco Ibáñez, por A. Cabeza |
Blasco era republicano, sí, y españolísimo. Representaba la ilusión de una República posible en un país imposible. Mientras no oigamos a los republicanos de hoy gritar ¡Viva España!, la Monarquía seguirá representando la unidad y la continuidad de nuestra nación, como estamos viendo hoy mismo en Ceuta y Melilla. Por muchos años.
Luis Español Bouché
Publicado el 6.11.2007 en Asturias Liberal