Fuente: AP/Charlie Riedel |
Siempre que veo a una jovencita o un muchacho entusiastas, ilusionados, que apuestan por una opción política, por un movimiento religioso, por una asociación, por una idea -por errónea que me parezca- siento a la vez alegría y tristeza. Alegría por ver a un testigo de la vida y de la fe, alguien dispuesto a ofrecer su tiempo a una causa; y tristeza porque muchas causas no merecen tanta generosidad: levantamos altares a ídolos de barro y podríamos decir de tantos jóvenes y de tantas causas, qué gran vasallo si tuviera buen señor.
En una entrada anterior sobre las víctimas del Yunque, uno -que es limitado- no supo insistir en lo que de verdad resulta terrorífico, y es el daño que causan ese tipo de sectas a sus miembros. Son organizaciones desalmadas que sólo prosperan en la medida en que vampirizan la energía de sus secuaces.
Imagínate al chaval al que le cuentan que va a ser soldado de Dios -nada menos- cruzado de la Verdad y de la Luz, combatiente contra el poderoso ejército de las Tinieblas. ¿Qué chiquillo no ha soñado con ser un héroe, un mártir, un redentor de cautivos, un liberador de esclavos? En una sociedad tan extraviada como la nuestra, las sectas o los fundamentalistas tienen mucha pegada porque el mundo es un jeroglífico que nadie entiende y que no ofrece perspectivas. Así, ves tíos de 16 años que quieren ir a Irak a matar cristianos para ir al Cielo de Alá porque les han contado que eso era bueno, santo y razonable... Se meten en ese rollo criminal, como podían haberse metido en cualquier otro, tan limpio y legítimo como el activismo ecologista, los movimientos provida o la Acción Católica.
Fuente: Enlace Judío |
Ves que los antiguos súcubos del Yunque se han convertido con el tiempo en íncubos de treinta o cuarenta años, muchos casados, con toda una vida ya a sus espaldas, y te da una pena terrible pensar en todos esos años entregados a la mentira, trabajando para Satán en nombre de Dios, sirviendo al Padre de la Mentira, mintiendo a tu familia, a tus amigos, a tus socios... Digo yo que cuando se les pase el entusiasmo de la juventud, cuando calienten una copa de coñac en la mano, en la biblioteca, reflexionarán sobre su trayectoria. ¿Habrían conseguido más cosas fuera de la secta, o menos? ¿Y qué es lo que han conseguido? No conozco nadie tan idiota que a los cuarenta se crea las mentiras que a los quince nos tragamos como avestruces. Entonces, quizá, se inicie en su corazón una muda rebelión: romper las cadenas. Acabar con la mentira. Salir del armario. Pero, y después, ¿qué? Dar el salto de la libertad, puedes hacerlo cuando, en el fondo, eres ya libre; pero si tienes obligaciones familiares, el tema ya cambia... La secta les habrá hecho creer que sin ella, que fuera de ella, ellos no son nada, que no pueden nada... Entonces los labios seguirán pronunciado las mismas mentiras, seguirán atrayendo sangre nueva a la vieja y decepcionante maquinaria, pero en el fondo de su alma, mutilada, ya no quedará ninguna ilusión... ¡Qué desperdicio! Los yunquis me hacen pensar en esos hermosos pájaros que acaban pringados en la marea negra, hasta que ya sus alas pesan tanto que acaban por ahogarse en el chapapote de la mentira... Cuando te mutilan el alma, te cortan las alas; y ya no sabes volar.