Eróstrato y Pausanias
En todo tiempo hubo, hay y habrá quien busque la fama por medios
criminales o consigan ser recordados por la Historia gracias a la muerte
de otras personas.Valerio Máximo en sus Libros de Hechos Memorables, refiriéndose a quienes cometen crímenes buscando fama -pueden leerse aquí, en 8.14.ext.5 la versión latina y aquí la versión al castellano de Fernando Martín- presenta el caso del incendiario del templo de Artemisa en Éfeso, una de las Siete
maravillas del Mundo. El incendiario buscaba hacer eterno su nombre, y aunque Valerio no lo diga, nos informa con pesar de que Teopompo sí lo citó: Eróstrato.
Si la historia fuera cierta habría que pensar que Eróstrato se salió con la suya... Claro que un servidor alimenta la no del todo absurda esperanza de que, al contrario, Teopompo mintió el nombre del incendiario para asegurarse de su eterno olvido...
Valerio en el citado texto (justo el párrafo anterior, véanse los mismos enlaces) refiere el asesinato del padre de Alejandro Magno. Pausanias, su asesino, no buscaría más que la gloria asociando su nombre al de su víctima... Entre las numerosas causas aducidas del asesinato de Filipo II, no suele mencionarse esta opinión de Valerio, que a mí me parece muy razonable.
Aparece el caso de Eróstrato en el Quijote, cuando el inmortal caballero informa a su escudero.
–Eso me parece, Sancho
–dijo don Quijote–, a lo que sucedió a un famoso poeta destos tiempos, el cual,
habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas, no puso
ni nombré en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la cual, viendo
que no estaba en la lista de las demás, se quejó al poeta diciéndole que qué
había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase
la sátira y la pusiese en el ensanche; si no, que mirase para lo que había
nacido. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó
satisfecha, por verse con fama, aunque infame. También viene con esto lo que
cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana,
contado por una de las siete maravillas del mundo, sólo porque quedase vivo su
nombre en los siglos venideros; y aunque se mandó que nadie le nombrase, ni
hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese
el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato.
Prosigue su argumento don Quijote, aludiendo a la anécdota
de un cortesano -nuevo Pausanias- que habiéndole enseñado a Carlos V el Panteón, en Roma, con la famosa "claraboya" que permite la entrada de la luz, justo en su centro, le
confesó que había pensado en asesinarle para alcanzar la fama:
Mil veces, sacra
Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad, y arrojarme de
aquella claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna en el mundo.
Nótese que ya no hablamos de incendiar templos, sino de matar gente famosa, como aquel otro criminal que disparó sobre Reagan para llamar la atención de Jodie Foster. Digo yo que hubiera sido más amable mandándole bombones, ¿no?