Las ideas son mutables pero, con todo, menos fallibles que las personas. Y la fidelidad a uno mismo, ¡tan improbable!
Para una misma idea, existen infinitas interpretaciones
Las ideas, los principios -¡no digamos las convicciones!- son modelables y los ajustamos a nuestra idiosincrasia como nos da la gana. Así, hace algo más de un año, con pretexto de una conferencia sobre Julián Juderías, tuve ocasión de hablar de los distintos conceptos o versiones del patriotismo: si patriota es el que ama su patria, hay tantos patriotismos como tipos de amor: el patriotismo del que cree que amar a España consiste en cargar de cadenas a los españoles; el patriotismo futbolero que se limita a poner una pegatina de bandera en la cadena del reloj; o el patriotismo más interesante, que consiste en trabajar, criar a los hijos y pagar impuestos, es decir, poner nuestro albedrío al servicio de la comunidad.
Franco estaría convencido de ser fiel a España cuando se sublevó y empezó a fusilar al personal; y los chequistas que asesinaron a Muñoz Seca estarían convencidos de serle fieles a la República.
Franco estaría convencido de ser fiel a España cuando se sublevó y empezó a fusilar al personal; y los chequistas que asesinaron a Muñoz Seca estarían convencidos de serle fieles a la República.
No digamos ya en lo que toca a la fe: las malditas asesinas que se volaron hoy en Moscú matando a treinta y tantos, estarían convencidísimas de ser buenas hijas de Alá. Y lo mismo ocurrió en el ámbito del Cristianismo: tan cristianos han sido los protestantes como los ortodoxos y los católicos, y se han degollado durante siglos, en nombre de un Dios de amor. Cada uno tenía su propia versión de ese Dios amantísimo; y cada uno mataba y moría convencido de tener razón.
La fidelidad a las personas: un juramento británico
Siendo tan interpretable el concepto de fidelidad a la patria, no debe extrañarnos que en el ejército británico se exija a los oficiales que sean fieles al monarca y a sus sucesores y no a conceptos mutables. No deja lugar a dudas la voluntad del monarca o de un jefe: basta con ponerse a sus órdenes. El juramento de los oficiales británicos está redactado en los siguientes términos: "Yo, Fulano de Tal, juro por Dios Todopoderoso que seré fiel y serviré con lealtad a su majestad la Reina Isabel II, a sus herederos y sucesores, en su persona, corona y dignidad contra todos los enemigos; y que observaré y obedeceré todas las órdenes de su Majestad, así como las de los generales y oficiales a cuyas órdenes esté".
Con un juramento así resulta imposible que un oficial se subleve en nombre de la Gran Bretaña, de la ética protestante o del amor culé por el Barsa.
Fidelidad y obediencia, ubres de la eficacia
En política y en la vida corriente, fidelidad y obediencia son las dos ubres de la eficacia. Uno manda y los demás se cuadran. Así funcionan los ejércitos y las más complejas organizaciones, independientemente de que los jefes consulten o no a sus subordinados, de que acierten o se equivoquen.
El posible error de un jefe mentecato es con frecuencia preferible a la más clarividente de las anarquías.
El origen de la obediencia sin duda hay que situarlo en las necesidades de la caza mayor. Hace más de veinte mil años, los hombres empezaron a cazar criaturas grandes como los mamutes. Obviamente, si pretendes matar a un pedazo de bicho que pesa toneladas de puro músculo, y dos enormes colmillos para ensartarte o propulsarte hacia arriba, tiene que haber un jefe que mande, distribuya los puestos y tome la decisión crucial de berrear "ahora".
La fidelidad como ceguera
El posible error de un jefe mentecato es con frecuencia preferible a la más clarividente de las anarquías.
El origen de la obediencia sin duda hay que situarlo en las necesidades de la caza mayor. Hace más de veinte mil años, los hombres empezaron a cazar criaturas grandes como los mamutes. Obviamente, si pretendes matar a un pedazo de bicho que pesa toneladas de puro músculo, y dos enormes colmillos para ensartarte o propulsarte hacia arriba, tiene que haber un jefe que mande, distribuya los puestos y tome la decisión crucial de berrear "ahora".
El problema mayor que supone la fidelidad personal, es que el jefe nos salga rana. Son infinitos los ejemplos de discípulos engañados por sus maestros, sus gurús, a los que seguían con perruna fidelidad.
Pensemos en la abominable situación de los sacerdotes de la Legión de Cristo que inmolaron su vida personal abrazando el estado esclesiástico con todos sus sacrificios -castidad, pobreza, etc.- de buena fe, y ahora se encuentran con que el fundador de su movimiento era un perfecto modelo de degenerado y que entregaron su vocación y sus bienes a un verdadero representante de Lucifer, señor de toda hipocresía. Hombres buenos siguiendo a un hombre malo en nombre de principios luminosos: ¡qué crimen contra la fe!
La oportunísima carta del Papa a los católicos irlandeses ha sido en este sentido ejemplar al hablar de la gravedad del engaño que media en los casos de pedofilia sacerdotal; de cómo aquellos perversos que se erguían como directores morales abusaban del más vulnerable entre los más débiles: el niño puesto a su cuidado. Si existen un Cielo y un Infierno, no cabe duda del destino que aguarda a los que hacen daño a los niños. Los evangelios sinópticos coinciden en el mismo diagnóstico:
Mt 18,6 Pero a quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al fondo del mar.
La oportunísima carta del Papa a los católicos irlandeses ha sido en este sentido ejemplar al hablar de la gravedad del engaño que media en los casos de pedofilia sacerdotal; de cómo aquellos perversos que se erguían como directores morales abusaban del más vulnerable entre los más débiles: el niño puesto a su cuidado. Si existen un Cielo y un Infierno, no cabe duda del destino que aguarda a los que hacen daño a los niños. Los evangelios sinópticos coinciden en el mismo diagnóstico:
Mt 18,6 Pero a quien escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al fondo del mar.
Mc 9,42 Si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen [en mí], más le valdría que le atasen una piedra de molino en el cuello y lo arrojaran al mar.
Lc 17,2 Más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.
Lc 17,2 Más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.
Ser fiel a uno mismo
Si los principios son transformables y las personas fallibles, ¿a quién seguiremos? ¿en qué manos depositaremos nuestra confianza? La lógica nos dice que al menos debiéramos ser fieles a nosotros mismos, a nuestras propias ideas y convicciones.
Ahora bien, lo que creemos ser ideas propias son casi siempre conceptos ajenos más o menos adaptados a nuestra personal idiosincrasia o ideas de moda, lo que los franceses llaman prêt-à-penser.
Aún más fieles que a las ideas que creamos propias o prestadas, debiéramos ser fieles a la idea que tenemos de nosotros mismos, a la esperanza de ser mejores, a lo bueno que queremos y probablemente podamos llegar a ser. Hay metas que no dependen de nosotros porque intervienen los demás, la suerte, el azar... Pero hay una meta que sí depende de nosotros: ser mejores. Nadie está condenado a ser él mismo.
Ser fiel a uno mismo no significa vivir sujeto a las propias manías, errores y pecados.
Ser fiel a uno mismo es ser fiel al yo posible, proyectarse en el futuro, y atreverse a volar.
Lo malo es que la idea que uno tiene de sí mismo no es precisamente objetiva...
Ser fiel a uno mismo no significa vivir sujeto a las propias manías, errores y pecados.
Ser fiel a uno mismo es ser fiel al yo posible, proyectarse en el futuro, y atreverse a volar.
Lo malo es que la idea que uno tiene de sí mismo no es precisamente objetiva...