De Mingote, ¿de quién si no? |
Nuestro destino no es nuestro
La tragedia griega visualiza la realidad de que nuestro destino sólo en parte depende de nosotros. Muchos problemas no dependen de uno. La vida da las patadas y nosotros somos su pelota favorita: un declinar brutal de la salud; un familiar accidentado; un padre reducido a un guiñapo por una embolia; una crisis económica general o un gobierno de choris y mentecatos que acaban con tu floreciente negocio; un hijo que te sale rana o que tu amor se case con otro. Son circunstancias graves o trágicas que coinciden en un punto: no dependen de ti sino de otros, del azar, de la Naturaleza, del Gran Dios Rana Señor de Todos los Charcos, de qué sé yo...
Sufrimiento por impotencia
Durante un tiempo, ante la tragedia que sufrimos, desarrollamos algún tipo de culpabilidad, de sentimiento ambigüo: el padre del hijo golfo se pregunta en qué falló su educación; el novio abandonado se pregunta qué hizo mal; el que sufre un accidente en coche se pregunta de quién fue la culpa, y así todo... En realidad la mayor parte de los problemas nos los impone la vida, esa recontracabrona retorcida, y su solución, en el raro supuesto de que la tenga, no depende de nosotros.
Dos problemas en lugar de uno
Lo que sí depende de nosotros es no complicarnos todavía más la existencia. Si dejas que un problema te afecte hasta el punto de producirte ansiedad e insomnio, entonces tienes dos problemas. Porque la ansiedad y el insomnio no sólo son perfectamente inútiles sino que resultan perjudicales; no te van a solucionar nada, son un problema extra que añadir al anterior. Así de sencillo. Dos en uno, como los detergentes de la tele.
Hay formas de luchar contra la ansiedad y el insomnio: la tradicional es mamarte bien mamado, pero da resaca y acabas fumigándote el hígado y lo que te queda de cerebro o generas el famoso tripón cervecero, así que a los dos problemas de partida -el problema original, más la ansiedad- le añades tres, cuatro o cinco más. ¡Menudo negocio!
Otro remedio es la bulimia: comes como una bestia, y con la barriga tensa como un tambor el cerebro manda mensajes de felicidad. Dopamina pura. Pero como luego te sientes culpable y la balanza del cuarto de baño se queja lo suyo, no es un remedio recomendable aunque sí preferible a otros, más tóxicos y menos reversibles.
Entre esos últimos tienes la opción pastillera, eso que los brujos de bata blanca llaman ansiolíticos o hipnóticos, vamos, tranquimicinas y sobamuchotol. De hecho, a veces ocurre que no hay más remedio que pasar por el aro farmacéutico si el golpe es brutal y repentino. El problema de las pastillitas es que aunque evitan que te suicides o que te fulmine un infarto, tampoco son una panacea: te afectan la memoria, por ejemplo, y te restan espontaneidad. Te dejan más o menos tontico, más o menos lento, más o menos pasmado.
Otro remedio no inócuo pero mucho menos insano es el azúcar, que tiene la gran virtud de que algunos de sus efectos -la euforia- son muy parecidos a los del alcohol, y de hecho los alcohólicos que deciden no beber recurren a veces al dulce cuando sienten ganas de arrearse un lingotazo. Así que si te tomas algo de dulce por la noche, cuando estás peor, sueltas algo de vapor y duermes, pero tienes que lavarte bien los dientes y si acudes a ese remedio con excesiva frecuencia, puedes generar otros problemas como desarrollar el culo azucarero que es la versión posterior -y con frecuencia femenina- del tripón cervecero que suele ser un territorio masculino.
Los más de veinte millones de personas que en en todo el mundo han dejado de beber gracias a Alcohólicos Anónimos, rezan cada día la bien llamada Oración de la Serenidad cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos -puede verse aquí un resumen histórico en inglés- pero que realmente ha sido reacuñada y divulgada por los grupos de A. A.
“Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia
Las flexiones y los problemas
Ora et labora, dijo San Benito. Asi que demás de esa magnífica oración, abogo por una forma mucho más razonable y práctica de acabar con las tristes reflexiones como son las alegres flexiones. No conozco ningún problema que se resista a la gimnasia. Cuando estoy particularmente acabado, con el alma desollada y la esperanza despellejada, y siempre que no tengo a mano un perolo de macarrones gratinados con queso, recurro a las flexiones. Desde esa óptica, los problemas se pueden catalogar en distintas categorías:
- los que desaparecen con quince flexiones abdominales
- los que exigen al menos veinte flexiones bien hechas.
- los que superan las treinta flexiones
No es necesario que el ejercicio sean abdominales, se puede uno torturar de muchos modos igual de sanos: una caminata de hora y media, apacible, por Madrid, también permite mandar a paseo -nunca mejor dicho- tristezas y obsesiones. Que como decía la gran canción de Mecano: "Hay qué pesado, qué pesado, siempre pensando en el pasado, no te lo pienses demasiado, que la vida está esperando".