El
Ayuntamiento de Madrid, envuelto en sus harapos, desprecia cuanto ignora; así que el
Consistorio madrileño, con los votos de Ahora Madrid, Ciudadanos y Psoe ha
ignorado en bloque las distintas propuestas acerca del callejero efectuadas por
el grupo municipal del Partido Popular. Algunas de esas propuestas eran muy
interesantes, como la que pretendía recordar la egregia figura de Julián Juderías
(1877-1918), el autor de La Leyenda Negra,
un ensayo sobre la imagen negativa de los españoles, que ha disfrutado de
inaudito y prolongado éxito —los ensayos son el género más perecedero del mundo
editorial— y que, por desgracia, no parece haber perdido un ápice de actualidad
a pesar del tiempo transcurrido: los españoles seguimos mirando nuestro propio
pasado con ojos deformados por una visión sesgada y negativa, basada en datos
erróneos. El clásico de Juderías iniciaba una nueva disciplina, la imagología,
y es quizá el primer trabajo en hacer
hincapié en el mensaje y no en el mensajero.
De este
modo, los madrileños hemos perdido —¿hasta cuándo?—la oportunidad de corregir uno
de los olvidos más escandalosos y sangrantes del callejero de la capital. Para
más Inri, el año que viene se cumple un siglo de la muerte de don Julián y este
mismo año se conmemora el centenario de
la segunda edición de su clásico, que es el texto que desde entonces se
reproduce, y que suponía una gran ampliación sobre la primera edición, de 1914.
Una ocasión perdida, sí, y quizá no se presente otra.
Ya que
parece imposible que la patria chica de Juderías , la ciudad donde nació y
murió, le dedique una calle o siquiera una placa, quizá la administración
regional pueda o sepa recordar su nombre para bautizar una escuela, o una
estación de metro; quizá su patria grande, España, y su patria enorme, la
Hispanidad, sepan honrar de algún modo, en el próximo centenario de su muerte,
a uno de nuestros más distinguidos regeneracionistas, que ha dejado una obra
impresionante en el ámbito de la sociología y de la historia, amén de valiosas
traducciones e interesantes estudios literarios.
Si Julián
Juderías levantara la cabeza, dudo que le preocupara el nulo interés de Madrid y
España por uno de sus hijos más ilustres. En cambio se alegraría de que, en
gran parte gracias a estudios suyos como Los tribunales para niños: medios de
implantarlos en España (1910), existan hoy día los Juzgados de
Menores. Juderías murió pocos meses antes de que se aprobara la ley que creaba
un marco jurídico específico para los menores (1918).
A Juderías
le preocuparía mucho más que Occidente siga aceptando la prostitución y el
tráfico de personas. Recordemos que combatió incansablemente esa forma de
esclavitud por medio de libros, folletos y campañas. En cambio, los inmensos
progresos realizados en España en el ámbito laboral y social le habrían
maravillado especialmente a él, vinculado durante media vida al Instituto de Reformas
Sociales, el gran laboratorio de medidas sociales de la Restauración. Feminista
a machamartillo, Juderías estaría encantado de saber el papel que desde hace un
siglo ha ido conquistando la mujer española, en todos los ámbitos. Él escribió
que el feminismo “se convertirá, a no dudarlo, en uno de los factores más
poderosos del progreso, y nada tendría de extraño que después de ser nosotros
deudores de la mujer por tantos conceptos, le debiésemos una libertad más o, a
lo menos, un nuevo aspecto de la libertad”.
Recordemos
que, como historiador, algunos trabajos suyos fueron rompedores, y no sólo su
famoso ensayo negrolegendario. Por ejemplo su España en tiempos de Carlos II fue calificada por la Revue de Synthèse Historique —origen de
la Escuela de los Annales— con estas palabras: “hay que agradecerle [al Sr.
Juderías] haber planteado la cuestión como había que hacerlo, rompiendo
claramente con la historia biográfica y política. Ha emprendido una obra de
síntesis nunca hasta ahora intentada y que creemos que aclara mucho la historia
del siglo XVII español”.
Siempre
pionero e innovador, le debemos estudios monumentales acerca de los más
vulnerables, aquellos de los que nadie habla, los ignorados, la infancia delincuente,
las prostitutas. Como buen regeneracionista, al lado de la exposición desapasionada
de la realidad que estudiaba, proponía algún remedio: fue, por ejemplo, autor
del primer ensayo sobre lo que hoy llamamos “microcréditos”.
En
cualquiera de los casos, la mejor forma de tributar un homenaje a Julián
Juderías consiste en leerlo. Muchos lo
leen, sin saberlo, en las obras de sus innumerables plagiadores e imitadores,
cada vez que hojean las páginas de un refrito sobre la imagen de España o
Gibraltar. De los libros de Juderías que hoy se encuentran en el mercado, La Leyenda Negra sigue siendo
imprescindible. Leamos al menos ese admirable estudio, como grata expiación de la ignorancia municipal, y aprendamos a
querernos un poquito más.
Publicado en ABC, 10 de mayo de 2017, pág. 15.