El fraude previsto, anunciado y perpetrado en Venezuela, nos recuerda que una cosa es la democracia y otra las apariencias de democracia. Lo que realmente garantiza la fiabilidad de un resultado son cuestiones prácticas que permiten saber cuántas personas, de verdad, han apoyado esta u otra candidatura: cómo se constituyen las candidaturas, cómo se garantiza el recuento, cómo se forman las mesas electorales, cómo se computan los datos, el trato que se da a la oposición y a las minorías, y, por encima de todo, la libertad de información al respecto, que sin libertad de prensa las demás libertades son pura teología.
Pero siguiendo el consejo de Góngora, no vamos a tratar aquí "del gobierno del mundo y sus monarquías", sino de esas pequeñas repúblicas constituidas por las asociaciones culturales o recreativas, llámense casinos, círculos, liceos o ateneos. La vida política es la expresión de la vida social, y en ella tienen un papel importante esas asociaciones, cuya existencia misma descansa sobre la tensión entre gobernabilidad y participación, cabeza y corazón. De una parte, la vida real con sus reuniones, debates, actos culturales, conferencias, concursos, lecturas, exposiciones, juegos, y certámenes; del otro la dirección burocrática y económica que enmarca la vida real, potenciándola o acabando con ella. Obviamente, la actividad social debe estar regida por normas que le den forma, por libérrimas que sean. Las reuniones tienen horarios, hay turnos de palabra, se deben guardar determinadas formas; todo juego tiene sus reglas y el respeto a la norma, ya sea interna o legal, es la base y la esencia de la convivencia. En consecuencia, todas las asociaciones tienen estatutos, una asamblea, unas reglas internas —además de la ley general— y una junta directiva, económica o de gobierno que sirve para gestionar, ordenar y representar la asociación.
En las grandes asociaciones españolas, siempre mandan los mismos
En España la mayor parte de sus asociaciones o clubes tienen
a su cabeza a la misma gente, año tras año, porque los asociados no quieren o
no pueden inmiscuirse en su dirección. De una parte, eso se debe a que con
frecuencia existen personas entusiastas que son el alma de la asociación y el
origen de sus iniciativas, y, lógicamente, les dejamos actuar; de otra parte,
falta cultura democrática y sobra pereza, así que muchos prefieren dejar hacer
y no enterarse de lo que sucede de puertas adentro; y es una pena, porque la
vida asociativa es un entrenamiento para la vida pública. Si no eres capaz de
exigir que la elección de la junta directiva de tu club o asociación favorita
sea mínimamente democrática o razonable, ¿cómo vas a entender siquiera los
primeros elementos de la gramática electoral? Porque el liberalismo, entendido
como escuela de libertad, más que una doctrina, es un talante y un sentimiento;
el espíritu democrático nace y se desarrolla en la vida familiar y social.
Procesos fallidos de renovación
Todas las asociaciones, por peculiares que sean, deben tener
formas de renovación de sus juntas directivas inspiradas en el principio
democrático. Pero la historia de la democracia es, también, la historia de sus
enemigos, siendo el primero de todos el desinterés de los votantes, y luego todos
los trucos que se despliegan, en el marco asociativo, para subvertir la libertad de elección, como son
el sindicato de votantes, la delegación de voto, el acceso asimétrico a la información o el aprovechamiento de la brecha digital. Vamos a verlo con más detalle.
Abstencionismo
El desinterés de los socios se traduce en su falta de participación.En
algunas sociedades culturales y recreativas de importancia se comprueba fácilmente
que ejercen su derecho al voto menos del 30% de los socios. A veces la participación no llega al 20%.
Sindicación del voto
Los entornos abstencionistas favorecen algo tan evidente y
perfectamente legítimo como la sindicación del voto: una facción de socios
puede tomar sistemáticamente el control si se pone de acuerdo en votar siempre
lo mismo y a los mismos en las elecciones internas de la institución. Si en una
asociación de tres mil socios votan quinientos y el sindicato de votantes mueve
trescientos votos, el sindicato controla la asociación. Así, si quieres ser
candidato a algo, no tienes que convencer al conjunto de tus consocios sino al
sindicato, es decir, a sus responsables, que te pondrán o no en sus listas,
listas que, inevitablemente, ganarán. Si te presentas por tu cuenta, serás
barrido. La sindicación del voto es a las asociaciones lo que los partidos al
Estado, instrumentos de la conquista y el reparto del poder, una forma de
organizar la libertad y también de subvertirla. El primer problema que nos
plantean esos sindicatos electorales es que son imposibles de erradicar. ¿Cómo
puedes evitar que un grupo de socios se ponga de acuerdo? Por otra parte, la
existencia de un sindicato de votantes obliga a los posibles competidores a
crear el suyo, única forma de desbancar a los primeros. La sindicación, como
toda enfermedad nefasta, es contagiosa.
Voto delegado
Otro enemigo principal son las llamadas “delegaciones de
voto”, que, en teoría, permiten a un socio delegar en otro, en caso de
enfermedad o ausencia. Reuniendo delegaciones de voto, sucede que un grupo se
incrusta durante años en el poder a base de pedir a sus adeptos las dichosas
delegaciones, hasta el punto de que, en un importante club de Madrid, dos
socios llegaron a contabilizar más de cien delegaciones cada uno, ¡más que
socios presentes físicamente en la asamblea! La delegación es lo contrario de
lo que se busca en una votación democrática y secreta, que cada cual elija sin
presión de ningún tipo lo que más le apetece. Puede moralmente aceptarse la
delegación de quien, realmente, no puede asistir a una reunión y delega en
otro, pero no de forma habitual; pero existe otro tipo de delegación,
totalmente inmoral, la de quien, desarrollando alguna actividad en la
asociación, quiere mostrar su perruna fidelidad a los que mandan —que pueden
potenciar o sabotear su actividad— así que les delega el voto, renunciando a su
derecho a votar a cambio de la expectativa de favores o tratando de conjurar
futuras represalias. No cabe hablar aquí de delegación sino de prostitución del
voto. Además, existe el problema de la comprobación de una delegación de voto y
de las cortapisas que se pueden introducir al respecto. Los que certifican la
validez de una delegación, ¿apoyan a una candidatura o son neutrales? Entramos en el pantanoso terreno del fraude.
Acceso asimétrico a la información
Finalmente, tenemos a otro enemigo de la democracia interna
en las asociaciones en el acceso asimétrico al votante, que consiste en que los
que están al mando les niegan a las candidaturas alternativas el acceso a los
datos de los demás socios, con pretexto de proteger su intimidad. La vigente
ley de protección de datos se pensó para evitar que las grandes empresas
pudieran poner en almoneda nuestros datos personales, pero con frecuencia se
utiliza para negar a los socios la posibilidad que la expresada ley les
reconoce (art. 14.2) de acceder a la documentación de la asociación, lo que
incluye, por ejemplo, la relación actualizada de socios. Mientras que los
responsables de las juntas directivas tienen, fuera de las horas de trabajo del
personal, acceso libre a ordenadores o ficheros y pueden copiar datos
personales de los socios, como son las direcciones, teléfonos o correos
electrónicos —que la ley lo prohíba no impide que se haga—, se les niega a sus
posibles rivales el acceso a esos mismos datos. Eso les permite a los que
mandan ponerse en contacto con la masa social a través de sus teléfonos o
correos mientras que los demás candidatos no pueden. Así, las candidaturas cocinadas
por una junta directiva suelen ganar, porque disponen, de facto, de una
información más completa y práctica que sus competidores, condenados a las
tinieblas y al rechinar de dientes.
Aprovechar la brecha digital
Por otra parte, la brecha digital es una realidad. Si los que mandan en una asociación creen que los socios más veteranos no les van a votar, y que no usan corrientemente las herramientas digitales, pueden anunciar a bombo y platillo que en aras de la salvación del planeta renuncian al papel para comunicarse con los socios, privilegiando la comunicación electrónica, manteniendo a los veteranos al margen de la vida asociativa. Se trata de una manifestación más del edadismo, ¡con pretextos ecológicos!
Judicialización y decadencia
Al final, la imposibilidad para los socios de controlar de
forma efectiva sus asociaciones se traduce en la judicialización de sus
procesos internos o en el abandono de los socios, por puro cansancio. Y el
control durante años, lustros o décadas de las instituciones, siempre degenera
en corruptelas y en mediocridad: si vas a ser elegido, año tras año, ¿qué
aliciente tienes para hacer las cosas bien?
Apunte final
Los países son mucho más que sus Estados y la sociedad civil
mucho más que la vida oficial. Por eso, debemos reflexionar sobre esa realidad,
el control de grandes e históricas asociaciones culturales o clubes de España
por una minoría que se mantiene al frente durante años, sin solución de
continuidad, porque la vida asociativa es una escuela de ciudadanía, y la
educación, en sentido amplio, es la base del éxito de cualquier sociedad.