Vuelvo a ocuparme de mi blog

De paso recupero artículos míos en los desaparecidos portales suite101.net y asturiasliberal.org o artículos borrados de la versión electrónica de abc, preservados por archive.org o por la memoria caché de google.

LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

"Mais on ne se bat pas dans l'espoir du succès ! Non, non ! C'est bien plus beau lorsque c'est inutile ! "

jueves, 30 de agosto de 2018

Iglesia de los mejores, iglesia de las mujeres


También en el ámbito eclesiástico los mejores pueden ser mujeres
No es por tocar narices, pero cuando veo la gestión que del tema de la pederastia -algo residual pero real- hace mi Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, me pregunto de verdad por qué se emperran esos sabios (?) varones en impedir que las mujeres sean sacerdotes. Estimo que no lo van a hacer peor que los varones, como ha sucedido en todos los ámbitos en que las mujeres hacen cosas antes reservadas al sexo feo.
Yo lo que sé es que las pocas parroquias que conozco están vivas gracias a señoras que no sólo van a Misa sino que mantienen viva toda la estructura parroquial participando en todo y ayudando a todos. Da la casualidad de que toda mi vida he trabajado con mujeres y para mujeres y he tenido más jefas que jefes, y que mis asesores espirituales y consejeros son personas del bello sexo, mira tú qué cosas, más razonables y mejores amigas que muchos tíos que conozco. No creo que la calidad del alma dependa de tener la próstata más gorda. Siempre he deseado para mi Iglesia y para cualquier organización humana que me interese mínimamente, que la dirijan los mejores. Y los mejores no tienen por qué oler a chotuno, también pueden oler bien. Si os fijáis, entre mujeres y mejores sólo hay una vocal.
Pero no hay peor sordo que el que no quiere oír, quien se cierra las trompas de Eustaquio para no oír las de Falopio, pensando que son las de Jericó...
 
La foto que ilustra estas líneas es la de un Sínodo sobre la Familia en el que participaron toda una serie de varones solteros y de cierta edad. No digo más.

domingo, 25 de febrero de 2018

Vuelta a casa


Tarde en la Biblioteca Nacional, recabando textos que usaré para mis propios trabajos. Escritos que se insertarán en mis escritos, citándolos, eso sí, que una cita no es un saqueo sino un homenaje y un reconocimiento. Nuestras obras son humildes ladrillos que se insertan en la gigantesca pirámide que empezó hace miles de años en un lugar de Mesopotamia… Pones un ladrillo que se apoya sobre otros y algún día alguien usará tu ladrillo para poner encima el suyo.
Hacía tiempo que no iba a la querida BN. Todos son amabilidad y sonrisa, las camareras, las guardias de seguridad, el personal de la Biblioteca del que faltan muchos que conocí, que se han jubilado; ahora son otros los que sirven los libros. Me hacen sentir en casa. Me da igual tener que pasar, por milésima vez el control de seguridad, el escáner, siempre el mismo rollo, supongo que necesario. Ya no es una obligación molesta, es un rito de paso, una estación del más gozoso de los viacrucis. Porque sin duda Dios estará en cada sonrisa, en cada hoja que cae de un árbol, en cada estrella del Cielo, en cada átomo del Universo; pero Dios está sobre todo en las Bibliotecas. Aunque viviera mil años y leyera un libro al día, no llegaría a leer ni una fracción de los libros que tienen aquí guardados... La Biblioteca representa el verdadero Cosmos, todo lo bueno, todo lo malo, todo lo que los hombres han escrito, versos penosos y versos admirables, toda clase de textos sagrados o perversos, las primeras ediciones de Mein Kampf, las obras de Sade, las cartas de amor de Marie Curie, los Elementos de Euclides, las obras de Salgari y las de Proust, manuales, diccionarios, guías técnicas, clásicos de ayer y hoy… ¡Todo! Y es una totalidad abierta. Todos los días llegan nuevos libros, las últimas novedades por vía del Depósito Legal, y ejemplares donados o comprados… Una Biblioteca en un país libre donde no existe la censura también representa la Libertad. Nadie es tan libre como un lector en una Biblioteca, decidiendo de todos los libros del catálogo cuál va a leer hoy… El santo de Asís se emocionaba ante la Creación, hermano sol, hermana luna, hermano lobo, hermana agua, hermana muerte, yo me emociono ante la Biblioteca, donde aguardan todas las creaciones posibles a que alguien las lea...
Hoy he estrenado un libro que ha esperado setenta años a que alguien lo leyera. Estaba intonso. Un libro de 1938. Setenta años o quizá menos –quizá es el fruto de una reciente donación- esperando en un anaquel a que alguien lo pidiera. Lo llevé al control para que allí despegaran las hojas. Mis dedos han recorrido esas páginas vírgenes. Olía todavía a tinta, no diré que fresca, y al polvillo que generan los minúsculos parásitos que barrenaron algunas hojas…
Si no me falla la memoria entré por primera vez en mi casa allá por el año 1995. Todavía me acuerdo del número de carné de aquel entonces... Hoy vi un montón de amigos y conocidos leyendo, concentrados en sus trabajos. Me gustaría tomarme un café con todos y cada uno, preguntarles qué hacen, qué escriben, qué preparan, pero no quiero molestarlos. Están tan maravillosamente concentrados en sus labores... Con otros te topas en el pasillo o son ellos los que te saludan, pero no les dices nada, ¡van a leer! ¡Les esperan sus libros!
No sé qué están estudiando o leyendo, pero la única cosa que puedes hacer por un estudioso es ¡dejarlo en paz!
¡Asombraros! En el tercer milenio todavía hay gente que lee, todavía hay gente que goza de ese milagro que permite que un autor que ya no existe si no es en la Gloria, se comunique con nosotros. Quevedo lo dijo mejor que nadie: Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos, oyendo con los ojos a los muertos.

Patriotismo: una historia de amor

El patriotismo es al nacionalismo lo que un koala a una hiena: ambos son mamíferos y tienen cuatro patas, pero ahí se acaba el parecido, o como sentenciaba el admirable Romain Gary, Le patriotisme c’est l’amour des uns, le nationalisme c’est la haine des autres. El nacionalismo es un monstruo conocido, al que los juristas, ensayistas e historiadores han dedicado ríos de tinta y por el que los nacionalistas han derramado océanos de sangre. Hablemos pues del patriotismo, que es algo bien distinto, puesto que consiste en una auténtica historia de amor.
El Diccionario de la Real Academia Española sólo ofrece dos acepciones de patriotismo, ambas congruentes, escuetas y muy interesantes si afilamos el lápiz. La primera es “Amor a la patria”. La segunda es “Sentimiento y conducta propios del patriota”. Así que el patriotismo es una historia de amor, y el amor exige una conducta porque obras son amores y no buenas razones.

El patriotismo es amor, decimos. ¡Pero hay muchos tipos de amor! Hay amores obsesivos, propios del que para amar necesita cargar al amado de cadenas. Ese sería el patriotismo de los que creen que amar a España consiste en esclavizarla.

Hay amores desesperados: el de quien profesa un amor que sabe imposible, como el infeliz desechado por su amor. Son los patriotas de las patrias perdidas en el tiempo, los exiliados que amaron la España a la que no pudieron volver, o los que, todavía hoy, aman la España de Franco o la de la II República, sin calibrar que el tiempo lo devora todo y el recuerdo de todo; que el amor es presencia y si no es presencia, es dolor.

Hay amores constructivos y sanos, el de quien busca crear una familia, entablar un proyecto, que sueña con compartir un amor, con amar y ser amado. Ese es el patriotismo inteligente de tantos millones de españoles que todas las mañanas salen a trabajar y darse de martillazo con la vida, que se casan, que tienen hijos y los crían y los quieren; que pagan sus impuestos, que se ocupan de sus padres mayores, que dedican su tiempo libre a los demás. España existe exclusivamente gracias a esos millones de españoles que dan sin contar, que sostienen nuestra sociedad, que edifican el presente. Y da exactamente igual que sean conscientes o no de que son patriotas, de que griten o no griten “¡Viva España!”. No por ello dejan de amar a España; y es que hay amores expansivos que vocean su esperanza y su entusiasmo por las plazas y por encima de los tejados, amores que ni pueden, ni quieren ni saben ocultarse; pero también hay amores tímidos y discretos, casi vergonzantes, pero no por ello menos intensos o menos auténticos.

El amor no tiene por qué ser exclusivo. Puedes amar a tu patria chica, a tu patria grande que es España, a tu patria enorme, la Hispanidad y a tu patria absoluta, la Humanidad. No son amores incompatibles, en absoluto. Sólo un mentecato puede pensar que no puedes amar a la vez Barcelona, Cataluña y España. ¡El amor es generoso!

Menos clara es la definición que nos da el mismo diccionario de la RAE de “patria”. La patria sería la “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos” y en una segunda acepción, el “lugar, ciudad o país en que se ha nacido”. Así, en patria confluyen dos realidades, lo que viene dado y no podemos cambiar —allí donde nos nacieron— y los afectos o sentimientos que tengamos al respecto.

El patriota español es el español que ama a España. Que la patria sea una condición dada, anterior, como el lugar del nacimiento, explica que no llamemos compatriotas a quien ama a España sin ser español, como los hispanistas, maravillados desde hace siglos por nuestro ser, nuestras letras o nuestra historia, o como los millones de turistas que nos visitan y vuelven todos los años. Nos quieren, pero no los llamamos compatriotas porque no son españoles de condición, aunque sin duda muchos de ellos merecerían serlo.

Si compañero es, etimológicamente, quien comparte el pan conmigo, entonces compatriota será quien comparte patria conmigo. Pero mi compatriota no tiene por qué ser patriota. Muchos de nuestros compatriotas no son patriotas. Al contrario, muchos españoles odian serlo y los peores son los separatistas. Si el patriotismo es una historia de amor, el separatismo es un relato de odio, en estado puro. Es la peor forma de odio, la del que se odia a sí mismo y aborrece aquello que le vincula a los demás. El separatista no quiere que le demos algo a él sino que pretende quitárnoslo a todos; el único derecho que reivindica consiste en despojarnos de los nuestros sobre territorios que él considera suyos en exclusiva. El separatista es idéntico al chiflado que roba un cuadro de un museo, donde él también lo puede ver y disfrutar como todos los demás, y se lo lleva a su casa para ser él el único en contemplarlo. Su placer consiste precisamente en privarnos a los demás de ese derecho; y, por lo tanto, no debemos permitírselo. Nunca.

Publicado en El Español el 05.06.2017