Hoy el mundo es menos
interesante, es menos libre y más esclavo de lo vigente. Porque hemos
amanecido sin Amando de Miguel.
Sabía que no estaba bien: la última
vez que nos vimos me dijo que le habían detectado cierta falta de Fe y,
sonriendo, precisó, "de hierro. Fíjate, Luis, me inyectan hierro y lo
que pone en la etiqueta es Fe+". El pasado 15 de julio nos mandó a sus
fans unas columnas suyas precisando "Estos son los últimos artículos.
Ya, no puedo leer ni escribir. Gracias por la acogida", artículos que
delataban una indudable tristeza por el devenir español. Uno se titula Angustias del escriba sentado y se inicia con estos términos, que
anunciaban su estado: "Después de medio siglo de emborronar cuartillas,
el escriba sedente se considera agotado. No es porque el hontanar de
ideas baje seco; sigue manando, gracias a Dios. La desazón proviene de
la sospecha de estar escribiendo las últimas piezas de mi ajetreada
vida. Es una cuestión de resistencia física. Alguna vez tendría que
suceder. Si bien se mira, he escrito demasiado."
No, sin duda el
querido Amando no ha escrito demasiado, pero sí muchísimo. Decenas de
miles de artículos y más de un centenar de libros son testigos de su
capacidad de trabajo.
Modelo de independencia, era cualquier cosa
menos un provocador, un enfant terrible; él prefería invocar la
reflexión apacible pero ingeniosa. Los franquistas le hicieron pasar un
tiempo en la cárcel y en arresto domiciliario. De hecho ganó su cátedra estando en la cárcel, en 1971. Eso no quita para que, naturalmente, los
antifranquistas sobrevenidos de nuestro pijerío lo tildaran de facha,
algo natural en una sociedad tan profundamente enferma como la española
en que los nenes de los altos cargos del Régimen van de redentores
sociales. Lo cierto es que la España Oficial nunca se fió de él, y la
Academia Española no tuvo la inteligencia de acogerlo entre los suyos, a
pesar de la importancia que Amando dio al idioma en sus trabajos. ¡Allá
ellos!
Amando era producto de la meritocracia, aprovechando el
sistema de becas para progresar, así que un chiquito de Pereruela acabó
estudiando sociología con Juan Linz en Estados Unidos y durante muchos
años conoció el éxito profesional.
Le hirió profundamente el horror de una secta que golpéo su vida familiar y vivió la angustia de los que no podían pagar su hipoteca, resolviéndose a vender su biblioteca. Creo que la única vez en mi vida en que he lamentado no tener un duro ha sido cuando no pude echarle una mano a Amando.
Conmigo siempre fue la amabilidad personificada, sabía de mi profunda admiración por su carácter y su obra, pero no me debía nada, ni era yo alumno suyo ni tengo nada que ver con la Sociología. Una vez le pregunté si quería honrarme presentando un libro mío, en el Casino de Madrid, y allí estuvo don Amando, hablando con esa facilidad pasmosa de los grandes profesores, ante un público encantado y asombrado. Ni siquiera aceptó que le invitara a cenar o le pagara un taxi...