La crisis de la monarquía que
estamos viviendo coincide en el tiempo con el décimo aniversario de la muerte
de Juan Balansó, que firmó la última página de su vida el 28 de junio de 2003,
derrotado por el cáncer.
Juan era el perfecto ejemplo de
cómo se puede ser un personaje conocido, un autor reconocido y una persona
desconocida, dada la gran discreción que le caracterizó en todo lo referido a
su propia intimidad y familia. Muy pocos sabían que provenía de una familia
adinerada, vinculada a un medio tan barcelonés como el Noticiero Universal de los Peris Mencheta y a la industria química
y de los perfumes.
No le gustaba hablar de sí mismo
o de los suyos, sin duda porque la primera parte de su vida consistió en una sucesión
de duelos. Empezó por perder a su madre al nacer. La desdichada Juana Amer
Soler fallecía con 32 años, el 2 de julio de 1941. Trece años después, murió su
padre en un accidente de tráfico. El padre se había vuelto a casar, con Pepita
Castelló, que fue la persona a la que Juan llamó “Mamá” durante su juventud.
Pepita murió, también, cuando Juan tenía sólo 21 años… Por si fuera poco, el
propio Juan sufrió un accidente de tráfico en el que perdió la vida una joven
italiana, su novia de aquel entonces...
Marcado por ese sino trágico,
Juan procuró alegrarse la vida. Pocas personas se reían como él y con tantas
ganas. Ingenioso e inteligente, supo también ser listo. Aunque heredó un
patrimonio considerable comprendió que la vida social que podía haber llevado
en la Barcelona de los años sesenta hubiese terminado por arruinarle en breve
plazo, así que estudió idiomas y se marchó a Madrid, a trabajar. Guaperas,
siempre perfectamente atildado y agraciado con una sonrisa deslumbrante, fue
uno de los hombres más simpáticos de su generación; si el seny
catalán es algo más que un mito sin duda se encarnó en la persona de Juan
Balansó, amigo de sus amigos y albacea de secretos ajenos.
Ejerció de relaciones públicas de
un teatro y de algún personaje. Pronto empezó a colaborar con revistas de
historia, especializándose en temas relacionados con la realeza. Constituyó al
respecto una de las mejores bibliotecas de Madrid: ensayos y tratados,
biografías, memorias, almanaques de Gotha y calendarios manuales dieciochescos
y decimonónicos que daban cuenta de toda la fauna y flora regia del Continente,
desde los Cacioricotta de Apulia pasando por los Príncipes de
Saint-Nectaire o los Duques soberanos de
Pfälzer-Leberwurst.
A su conocimiento libresco unió
la facilidad para viajar que le puso en contacto con archivos como los de Lucca y Parma, que conocía tan
bien. De hecho, se enamoró de esta última ciudad y allí reposan sus restos y
viven sus herederos. No es de extrañar que, además de sus libros dirigidos al
gran público, le debamos un estudio notable sobre la familia Borbón-Parma y la
primera biografía española sobre Julia Bonaparte, la mujer del rey José, que
vivió y murió en Florencia. Aquella biografía llevaba un subtítulo claramente
intencionado: una burguesa en el trono de
España.
Balansó pasó de las revistas a
los libros con notable éxito. En los últimos años de su vida gozó de una
creciente aceptación que sólo truncó su prematura muerte, vendiendo cientos de
miles de ejemplares de distintas obras publicadas bajo el sello de Plaza y
Janés. Ese éxito, por sí mismo ilustra la curiosidad, no exenta de respeto, que
una gran parte de la sociedad española experimentaba en relación con la
monarquía.
¿Qué ha quedado de las obras de
Juan Balansó al cabo de una década?
Sin duda la actualidad se devora
a sí misma y sus artículos más
“contemporáneos” sobre la institución monárquica han ido perdiendo comba. En
julio de 2003 Letizia Ortiz era una estrella ascendente de la televisión y todavía
nadie sabía si don Felipe se iba a casar, ni con quien, ni había acuerdo acerca
de las circunstancias que debía reunir una hipotética consorte real. Sólo meses
después anunció la Casa Real el compromiso entre el heredero de la corona y la
hoy Princesa de Asturias. Desde el Cielo no pudo Juan Balansó comentar aquel
acontecimiento, al que habría dedicado sin duda algún libro de los suyos.
Lo que no ha envejecido nada son
sus trabajos dedicados a reyes, infantes y príncipes del pasado, escritos con
estilo claro y no exento de altura, sin incurrir en la cursilería de las
revistas del corazón ni en la pesadez académica. Se le notaba mucha escuela de
redacción, de cuando los periodistas no sólo firmaban libros sino que además
los leían. En ese sentido, Juan Balansó no ha encontrado todavía sucesor.
Sus obras reflejaban sus filias y
fobias personales, y poco antes de morir expresó su simpatía por las
aspiraciones francesas del Duque de Cádiz y su hijo a pesar de que una década
antes le había dedicado a esa misma familia muchas páginas de La familia irreal. Esas aparentes
contradicciones o evoluciones eran el fruto de encuentros afortunados y también
de encontronazos.
Juan estaba perfectamente al
tanto de las controversias jurídicas y de los nuevos y viejos problemas en la
sucesión de la Corona española. Si erró en alguna opinión o apreciación, en
general acertó en sus intuiciones. Era consciente de que la monarquía, para ser
viable, debía gozar de cierta protección mediática, que no se puede concebir
una zarzuela sin maquillaje ni atrezo. Lo sucedido durante la última década ha
venido a darle la razón.
(Publicado en
El Mundo el 9 de julio de 2013, pág. 52)