Paso unos días en San Juan de Luz, una ciudad pequeñita pero encantadora que lleva siglos acogiendo, por turnos, a las dos Españas. Era la primera ciudad y el primer puerto según salías de la piel de toro, a mano izquierda, porque Hendaya resultaba demasiado modesta y Bayona quedaba algo más lejos. Así que Olózaga pasó por aquí, y el infante don Enrique —el del duelo con Montpensier— y los carlistas, y Ruíz Zorrilla. Durante la dictadura de Primo de Rivera más de un opositor se refugió en San Juan de Luz, y luego durante la República algún monárquico, como Ansaldo, que despegaba con su propio avión de Madrid por la mañana, aterrizaba en Parme dos horas más tarde, y almorzaba aquí o en Biarritz al mediodía; y La Guerra Incivil vio a todos los bandos refugiados en este luminoso rincón de Francia.
San Juan de Luz siempre ha sabido vivir de los españoles: de aquí salieron corsarios famosos a cazar nuestros galeones; y ahora, con menos sangre, pero mayor eficacia, nos siguen ordeñando afectuosamente a los turistas. La presa es la misma, sólo cambia el método. Como San Juan de Luz vive en gran parte del turismo y no puede competir con el Mediterráneo en cuanto a calidad del agua, arena y horas de sol, procura rentabilizar los elementos típicos o folclóricos.
La invención de lo vasco
Aquí, como en todo el país vasco, a ambos lados de la raya, el elemento indígena se inventa apaciblemente su historia y sus tradiciones así que han rebautizado esta amable ciudad como Donibane Lohitzun, un camelo, claro está, pero un camelo que vende y los turistas consideran normal el despliegue de icurriñas y de "cruces vascas" que ni son cruces —son suásticas, símbolos solares o antropomórficos— ni son vascas —las encuentras en toda la españa celta, hasta en la boca del Miño. Todo lo español, se trate del chocolate, del turrón, de la alpargata o del pimiento te lo venden como vasco; el pollo a la riojana es poulet basquaise, la boina es béret basque, el jamón serrano es jambon de Bayonne, el juego de pelota es pelotte basque, y al paso que vamos a la paella la llamarán riz basquaise y al botijo cruchon basque. Tiempo al tiempo... Acabarán convenciéndonos de que los pimientos y los tomates no vinieron de América sino que ya los devoraba el arzallupitecus, el vasco antecessor, entre peña y peña. Al público lo miman y para entretenerlo los restaurantes contratan tunas que te cantan Clavelitos y se traen grupos musicales con nombres vasquísimos que sólo se saben corridos mejicanos y habaneras traducidas al eusquera o si no te organizan un toro de fuego o una fiesta de la sardina. San Juan de Luz pertenece ya a esa gran disneylandia nacionalista imaginada por Sabino Arana, y los chicos malos han conseguido instalar icastolas para repartir su venenito e idiotizar a la juventud; también Euskal Telebestia llega aquí con sus dos canales y resulta muy educativo ver que todos los días, implacablemente, te programan una regata o un partido de pelota, y no distingues entre el programa de ayer, el de hoy o el del año pasado. Los poquitos vascos de verdad, los del interior, están abandonando el laburdano, que era —con el francés— su lengua tradicional, y se apuntan con entusiasmo al batúa, ese esperanto creado en el siglo XX a partir de las antiquísimas variantes del eusquera. Por todas partes te venden el "escudo" de Euzkadi en que están reunidas las armas de Navarra con las de Soule, Labourd, Basse Navarre, Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, como si ese cromo correspondiera a algo real en la historia política. El turista traga, el turista paga, el turista se lo cree todo.
El matrimonio de Luis XIV y María Teresa de Austria
Lo que sí es cierto y nadie se ha inventado es que aquí se casó el Rey Sol, o, para ser más exacto, aquí recibieron Luis XIV y María Teresa —la hermana del Hechizado— la bendición nupcial. En cierto sentido, todo San Juan de Luz vive de la boda del rey de Francia. Hay un museo de cera que "reproduce" la famosa boda; el ayuntamiento está en la plaza Luis XIV; también hay una "casa de la Infanta"; en la Iglesia se conservan los oropeles donados por el Rey y en una pastelería te venden unas exquisitas pastas llamadas macarrons, desde 1660, presumen. Esa boda de Luis XIV no carece del todo de interés para un español: le debemos la Guerra de Sucesión y tres siglos de Borbones españoles. Y decir La Granja es decir Borbón.
La Granja no sabe venderse
En Segovia no tenemos lengua vernácula que inventarnos. Lo nuestro es la lengua de Nebrija, que desde Azorín a Ramón Mayrata, no hay pluma ilustre que no haya pasado por Segovia, aunque sea por las mazmorras del Alcázar. Lengua vernácula no tendremos, no, pero Historia sí, y por arrobas. Aquí no hace falta inventarse nada. Das una patada y te sale un acueducto, una vía romana, una espuela de Juan Bravo o el corpiño de Isabel la Católica.
La Granja fue capital de España y de medio mundo durante un par de siglos, según la estación del año o el capricho del monarca, porque donde iba el Rey iba la Corte. En la Granja, señores con peluca firmaron papeles importantes: algún Pacto de Familia y la cesión de Luisiana, con la que empezaron a engordar los Estados Unidos. En La Granja nacieron también las guerras carlistas y se produjo la sargentada. Mucha historia, sí, pero ¿sabemos venderla? Lo primero que ves cuando llegas a la Granja, según pasas la verja principal, es un edificio en ruinas, que lleva en ruinas al menos desde que Ataulfo se aprendía la lista de los reyes godos; el único teatro se cerró hace mil siglos; no hay cine... La juventud de La Granja, para no morirse de asco, se divierte en Segovia. La Granja tampoco tiene playa ni es una estación de esquí así que debiera especializarse en vender aire puro, que de eso sí tiene, e Historia en cómodos plazos y palacios. No se trata de indigestar al público embutiéndole fechas y conmemoraciones a paladas, pero algo habrá que hacer, digo yo, para reactivar ese Real Sitio y con él nuestra provincia. Lo esencial ya está hecho. Historia tenemos; belleza, la que quieras y oxígeno para embotellar. Las vías de comunicación han mejorado y siguen mejorando. Si tuvieran nuestro palacio, nuestra fábrica de cristales y nuestra historia, ¿qué no harían con todo ello los dinámicos comerciantes de San Juan de Luz? Allí tuvieron Rey durante un mes, y hay que ver como nos lo saben vender. Aquí tuvimos reyes durante siglos y… nada de nada. Y además nosotros no sufrimos de cáncer separatista ni de terroristas.
Un mercado llamado Madrid
¿Qué nos falta, pues? ¿Iniciativa pública o privada? No será por tener lejos nuestro mercado, Madrid, con sus cinco millones de habitantes, que no saben qué hacer con los niños los fines de semana, que la Gran Vía la tienen ya muy vista y no se van a ir a Alicante para dos días; Madrid, que atrae millones de turistas, de los cuales muy poquitos pasan por Segovia. Cándido, genio en estado puro, supo inventarse toda una liturgia alrededor del cochinillo; ¿no podemos hacer lo mismo con nuestros judiones? Al turista que va al museo del Prado —a 200 m. de la estación de Atocha— ¿no le podemos regalar, con su entrada, un pase para el palacio de La Granja? Y en verano, aprovechando que los museos cierran los lunes y el turista está libre, ¿por qué no promover unos Lunes de la Granja? Y quien dice La Granja dice Segovia. Ideas, necesitamos ideas para decir a La Granja y a Segovia toda, "levántate y anda".
Luis Español Bouché
En el mes de octubre por fin Patrimonio aprobó hacer algo con el edificio en ruinas, la Casa de Infantes, al que aludía el artículo y volvió a publicarse, lo que indica que quizás influyera sobre las Altas Instancias. Dicho edificio es ahora un Parador Nacional. Al volverse a publicar el artículo, los duendes de la imprenta cambiaron el título que quedó como "La Granja vista desde San Juan de la Cruz".
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