A primeros de noviembre muchas hojas se han vestido de pardo pero todavía le aguantan un round a las ventoleras. Un par de semanas más y los jardineros irán amontonando la hojarasca vencida entre las sendas del Retiro. Empieza el gran estriptís de la Naturaleza, que lejos de estimular los deseos tiene un amargo sabor a derrota. Los árboles desnudos sólo son hermosos a los ojos de un poeta; parecen venas disecadas, sarmientos de muertos. Son los únicos meses en que los pinos y abetos parecen hasta hermosos, lo único que verdea entre la creciente desolación.
Todos los años por estas fechas viajo con la mente a Galicia. Hace veinte años que no me pierdo por las Rías Bajas. El otoño es extraordinario en muchos lugares pero en Galicia más. No creo que nada en el mundo pueda aproximarse a ver amanecer sobre el Miño a su paso por Tuy, con garzas volando a la sombra de iglesias y catedrales... Que no me lo han contado, que las he visto yo. Las viñas del Rosal, el Santa Tecla... Incluso Vigo, la ciudad mártir inmolada al Dios Cemento ofrece perspectivas impresionantes. Cuando se acuesta el sol, las bateas son manchitas negras hundidas en un mar de púrpura... Tengo que volver. Pero estoy harto de viajar solo.
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