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LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

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sábado, 14 de enero de 2012

Contra las barbas y los barbudos

Lo siento de veras, pero soy barbilampiño. Todos mis esfuerzos para dejarme bigote o barba han sido coronados por espectaculares fracasos. Si no me afeito, me salen cuatro pelos de vieja que mellan cualquier navaja y podrían usarse para tallar diamantes.
Cuando era todavía más joven admiraba a Panoramix; en mi mente la barba era un síntoma de sapiencia, sabiduría y santidad. Mi imagen de los barbudos no podía ser mejor, puesto que me manipularon desde la cuna: en mis primeros libros Dios tenía barba, Carlomagno tenía barba, y además florida, todos los prohombres del siglo XIX usaban de barbitas o de barbazas y en las películas de Hollywood Cristo tenía barba, los Apóstoles tenían barba -empezando por San Pedro- y no te digo nada de Moisés al que Miguel Ángel puso no sólo barba sino hasta cuernos, ¡toma ya!

¿Que sería de la Santa Iglesia Ortodoxa sin las cortinas canosas de sus popes? ¿Y que sería de la santísima orden franciscana sin esos pedazos de barba de los padres capuchinos?
Para un niño que quería crecer y ser mayor rápidamente, la barba era el trofeo soñado, el sello de la edad viril. Y si no la barba, al menos el bigote. Ni Obélix ni Astérix usan barba pero sí exhiben orgullosos bigotes. Pues nada, chico, nunca lo conseguí. Amigos míos son como Sancho Panza, tres días sin afeitarse y parecen simios, como si toda la energía del universo se concentrara en el negro césped de su barbilla.
La barba es tan importante que para modernizar su patria Pedro el Grande se dedicó a cortar las barbas de los boyardos y se inventó un impuesto sobre la barba (1705) y de hecho cuando se habla de pagar a escote decimos que salimos a tanto por barba. Se nota que los rusos son más sumisos que los españoles. Aquí quisieron cortarnos el sombrero y montamos un motín, en tiempos de Esquilache, y no te digo la pretensión de cortar las capas, que eso de capar tiene malas resonancias en nuestro idioma... Así que mientras los rusos se dejaban menguar las barbas, aquí Esquilache se tuvo que largar.
Y es que en España para buscar grandes hombres tenemos que remontarnos a siglos pretéritos: los Austrias Mayores eran tíos con toda la barba, y al Cid Campeador lo afeitó Bronston al principio de su estupenda película -lo mató barbado- pero la verdad es que el Cid debía tener su buen palmo de barba.

Contra la barba
Como mi naturaleza es además de tonta esencialmente maligna, cuando no puedo conseguir algo aprendo a aborrecerlo y prefiero convertir mis frustraciones en desprecio, que sienta mejor al ego. Así que para consolar la calvicie de mis mejillas, quiero escribir y escribo mi discurso contra la barba.
La barba es sucia por naturaleza, como el cabello;  necesita ser lavada y cuidada. Es imposible tomar sopa de fideos teniendo barba sin ofrecer un espectáculo repugnante. Y no te digo ya los espaguetis con tomate... Es igualmente absurdo que un barbudo concilie el sueño si le preguntas "¿duermes con la barba encima o debajo de las sábanas?" Se pasará toda la noche en vela haciendo experimentos. Y la barba te hace vulnerable, es prensil y puede servir de alimento a un tierno animalito -que se lo digan al capitán Haddock- y tan frágil que cuando vemos quemar la del vecino ponemos la nuestra a remojar...
La barba es síntoma de inversión, fue apogeo de los griegos, cuyos gustos conocemos y que preferían la compañía de tiernos muchachos a la de las señoras y Roma, antes de caer en decadencia, supo afeitar noblemente el rostro humano. El primer emperador en usar barba fue Nerón, de horroroso recuerdo... Porque en el fondo lo que se esconde detrás de la barba es la timidez, el apocamiento, es una forma de disimulo: ¿qué llevará oculto en el alma ese barbudo? ¡El vicio! ¡La depravación! ¡El pecado! Fijaros en que el DRAE precisa que una de las acepciones de barba es "suciedad de los fondos de los buques o de una vasija cualquiera".

Papas barbudos y Papas lampiños
Durante siglos hemos supuesto que el primer Papa, Simón, conocido como Pedro, usaba barba; pero si no me engaño los Papas de los tres últimos siglos se han afeitado mucho, creo que el último Papa en gastar una barba discreta, más bien perilla, de forma habitual fue Inocencio XII, que murió en 1700. La Ilustración fue enemiga de la barba, por algo será. El último Papa con una barba de un palmo fue Urbano VIII cuya infinita maldad llevó a desnudar el Coliseo de sus mármoles, a condenar a Galileo y a prohibir el tabaco, que es lo más grave. Entiendo que la Roma actual no se fíe de los barbudos y además los Pontífices siempre le han tenido un temor reverencial a Jesús, al que imaginamos barbudo. Jesús no usó de tiaras ni de palacios, así que mejor ocultemos  a Dios en los sagrarios no vaya a ser que se nos ocurra ser buenos y sencillos...

La única virtud de la barba
En el fondo a la barba sí le reconozco una virtud: disimula el sexo feo, es un velo natural. Lo mejor que puede hacer un hombre es mostrarse poco, y de ser posible, nada. Si por mi fuera, prohibiría que salieran los tíos a la calle, que en el fondo molestan y sólo dejaría circular a las señoras, que hasta la menos agraciada tiene su aquel. Los tíos en casa, ¡con la pata quebrada! Hace falta ser moro o mentecato -no son conceptos absolutamente incompatibles- para querer ocultar a las mujeres bajo chadores y burkas, ropa que, en cambio, resultaría perfecta para apantallar la fealdad masculina.
Preciso que hay que prohibir que los tíos salgan a la calle con mi única excepción, claro está. Porque lo bueno de ser legislador está en crear excepciones justas y razonables como recuerdan tantas sentencias memorables acerca de la ley del embudo, aquello de que quien hizo la ley hizo la trampa o la histórica invitación de Romanones "haced vosotros la ley y dejadme a mí el Reglamento".
Si será mala la barba, que uno de los monstruos habituales de las ferias era la mujer barbuda...De hecho, el único defecto de verdad que les reconozco a las mujeres es que les gustan los hombres, que algún defecto de fábrica tenían que traer. Yo tengo muy claro que si fuera mujer, sería la Reina de la Tortilla y la Emperatriz del Bollo.

En conclusión, ¡no os fieís nunca de un barbudo!
Y no quiero que veáis en estas palabras connotaciones políticas.