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sábado, 5 de julio de 2003

Juan Balansó: in memoriam

La muerte de Juan Balansó deja un hueco difícil de llenar en el campo de la bibliografía sobre Casas Reales.

La noticia de la muerte de Juan Balansó me ha sorprendido. Llevaba año y medio sin noticias suyas y no sabía que estaba enfermo. Juan tenía un círculo de amistades íntimas al que yo no pertenecía y nuestras relaciones consistían en vernos una o dos veces al año con ocasión de la salida de algún libro. Le dábamos a la hebra tres o cuatro horas seguidas, hablando de todo y de nada, y luego nos despedíamos. Su generosidad tenía en cuenta la diferencia entre nuestros recursos, y si tomábamos café invitaba yo y si era una comida invitaba él. Nuestras conversaciones eran muy interesantes porque no estábamos de acuerdo en casi nada, y nos tomábamos el pelo. Lo que más recuerdo de Juan son su sonrisa deslumbrante, casi carnicera, y su risa, una risa espontánea, aguda, y echando la cabeza para atrás. Juan sabía buscar el lado divertido de las cosas y me acuerdo, también, de sus carcajadas, cuando le entregué su título de caballero de la Real, Antigua y Muy Estupenda Orden del Santo Prepucio...

Periodista, relaciones públicas, escritor e historiador

De profesión, Juan era periodista y relaciones públicas. Conocía a fondo el mundo de la prensa y se movía como pez en el agua entre los distintos medios y las editoriales. Sus libros eran los de un periodista, con sus aciertos y sus defectos: si, de una parte, sólo en ocasiones recogía sus fuentes, de otra parte sabía destacar aquello que al público le podía interesar o entretener más. Sus libros tampoco tienen nada que ver con la llamada prensa rosa; estaba en otro nivel y más de una vez anduvo sumergido en archivos como el de Parma o en la Biblioteca Nacional. Dudo mucho que los historiadores profesionales o los tratadistas de derecho constitucional supieran tanto como Juan Balansó de temas como la casa de Parma, o de la monarquía en general. Su amor por la Historia le llevó a amasar una riquísima biblioteca en su piso de Madrid, plagado de recuerdos. Se podrá estar de acuerdo o no con sus escritos, —él mismo cambiaba de opinión y de actitud— pero nadie podrá reprocharle falta de valor, porque dijo siempre lo que quiso decir, y no le preocupaba a quién iba a molestar. Y me consta que molestó a muchos. Eso no fue óbice para que fuera capaz de guardar un secreto, durante años, o de cumplir una palabra dada.
La muerte de Juan deja un hueco difícil de rellenar, aunque imagino que otros estarán ya sacando brillo al teclado del ordenador, con la pretensión de sucederle en los éxitos de ventas. Porque Balansó consiguió entretener a un amplio público sobre cuestiones que, al fin y al cabo, no debieran interesar más que a un puñado de especialistas. Él era uno de los pocos supervivientes del joven equipo de talentos surgido alrededor de Historia y Vida. Con un libro al año en los últimos diez años, el éxito de Balansó ha sido perenne y se cuentan por cientos de miles los ejemplares que ha vendido en ese periodo.
Juan tenía un estilo mutable, ora desmelenado, ora repeinado, pero siempre entretenido. Le aconsejé que intentara escribir alguna novela, aunque fuera con seudónimo, porque en sus últimos trabajos se le escapaban elegancias literarias, de las que vale la pena reproducir un ejemplo: "sin haber perdonado a Inés lo que nunca se había rebajado a reprocharle"; "vivía sus enclaustrados amores prohibidos en un recoleto palacio, lugar de delicia, aunque prisión de silencios"; "El prelado adoraba los gatos, Ana los perros, y sus relaciones estaban en consonancia".

Un huérfano sentimental
 Juan no me hablaba de sus preocupaciones íntimas. Bueno, me contó una vez que era huérfano, y me consta que aún tomando sus distancias con el catolicismo, nunca renegó de su fe y compartía mi entusiasmo por la Compañía de Jesús. La religión no le era ajena, y, como su compatriota en lo catalán y en lo madrileño, Luis Carandell, dedicó más atención de la usual a la muerte. A Juan le preocupaban algunas sepulturas, sin duda porque estudió con atención y cariño la trayectoria de los sepultados, a los que revivió en sus escritos. Se fijaba en el desinterés de los vivos por los viejos y por los muertos y recogió la desolación del final de Isabel de Borbón, La Chata, en París. También reprodujo en alguno de sus libros que se molestó en depositar unas flores ante el sepulcro florentino de una Bonaparte, hija del Intruso. Siempre resulta honorable preocuparse por aquellos que ya no existen pero que en su día fueron mozos y mozas llenos de fuerza y ambición y ganas de vivir. Descanse en paz.

Luis Español Bouché
Publicado el 5.07.2003 en El Adelantado de Segovia