España es la tierra natal de todos los chorizos, y en la América
española tienen el chorizo criollo. Piensa que si no fuera por Cristóbal
Colón el chorizo no existiría, que el pimentón es hijo del pimiento y
por lo tanto nieto de América.
Lo que los españoles hacen con los cerdos es lo que los japoneses realizan con las flores: puro arte; es nuestro ikebana porcino. Nadie ha superado nuestra habilidad para extraer de un gorrino muerto obras maestras como la lengua embuchada, chicharrones, salchichas variadas, prodigiosos salchichones, lomo, orejita a la plancha, lomos y costillares, morcillas de cebolla, de arroz o de piñones, y otras dos mil variedades distintas de embutido sobre las que reina el todopoderoso jamón.
No hay haber que no tenga su debe, y el precio de tanto placer es el sufrimiento del pobre animal que tras cruento sacrificio es sublimado en chacinería. Por eso me parece indignante que se considere insulto la sagrada palabra cerdo que debiera ser pronunciada con amor.
Pero últimamente te me quejas de la presencia de chorizos en la banca, en la política, en la justicia... ¡Todo el día quejándote! Pero tú, presuntuoso insecto, tú mismo que te crees inocente, ¡eres el responsable de la situación! ¡Sí! Eres como esa gente que nunca va al cine pero luego se queja de que los cierren. La verdad es que si hay tanto chorizo haciendo lo que no debe, la culpa es tuya y sólo tuya.
A ver, ¿cuándo fue la última vez que te comiste un par de chorizos a la cazuela? ¿Cuándo fue la última vez que disfrutaste de unas buenas lonchitas? Ah, pero tú también eres una víctima del comer-sano, de las dietas milagro. No tomas chorizo y luego te extrañas de que los chorizos dejen de estar donde tienen que estar, en nuestra despensa, y se reciclen en el mundo político o financiero...
¡También los chorizos tienen que vivir! Recuerdo aquella gran frase de Gastón Segura en Stopper, cuando hablaba de las cazuelitas de chorizos náufragos en un aceite milenario, todos esos chorizos de bar de carretera eternamente despreciados, que van blanqueándose lentamente al sol de nuestra indiferencia en lugar de alegrar nuestras entrañas.
Por eso, por España, por las generaciones venideras, por nuestra propia dignidad, ¡adopta un chorizo! No lo abandones, él no lo haría. Y cada vez que te comas una lonchita mírala fijamente y pronuncia las sagradas palabras: "a ti no te voy a votar".