Hoy es mi día, el día del Gordo. El único día del año en que no me reprochan desgastar las aceras ni hundir las butacas de los cines. Nadie me da consejos no pedidos sobre dietas nuevas a base de espinacas florentinas o boniatos islandeses; nadie me sugiere que me opere, que me ponga un globo en la tripa, ni me recomienda a su cuñado, ese maravilloso matarife que te rebana de golpe treinta o cuarenta kilos de panceta, sin que te enteres; nadie me pregunta si he perdido peso o si he ganado; nadie me hace observaciones sobre las modalidades del suicidio cuando ve que me zampo con cierto disimulo otro kilo de polvorones...
Y es que hoy es mi día, el día en que todo el país quiere que le toque, aunque sólo sea un pellizco. ¿A quién le tocará el Gordo? ¿Te pellizco a ti, bonita? ¿Y a ti, ricura?
Llevo los ojos cubiertos por una venda y voy corriendo por las calles, completamente ciego y con las manos bien abiertas; ¿con qué me encontraré? ¿A quién tocaré primero?

Detrás del calvo, veo largas filas de madrileños encabezados por una señora mayor, algo atractiva a pesar de su aspecto a foto en blanco y negro. Es Doña Manolita; más allá hay una Bruja de Oro y un Gato Negro.
¿Y todas esas chicas en estado que vuelan agitando sus manitas y flotan por los aires con sus faldas premamá? Son las chicas del bombo, todas preciosas, alguien se encargó ya de tocarlas -no sé si era gordo o no- pero están felicísimas con sus grandes tripas maternales, elevándose por los cielos, arriba, más arriba, hasta perderse.... Algo duro me golpea la cabeza; ¡qué daño! Y revientan los techos de los coches y se hacen añicos los parabrisas: ¡están lloviendo herraduras! Y ahora lo que cae del cielo son niños con uniforme de San Ildefonso y manojos de tréboles de cuatro hojas.
Me despierto anegado de sudor... ¡Qué sueño más raro! Ah, claro, hoy es el 22 de diciembre, el día en que oficialmente empieza el jolgorio navideño... Tengo en un cajón un par de décimos y todo un basurero de participaciones... ¡Un bosque convertido en números! Por mi culpa, el cambio climático va a aumentar y se van a derretir las ballenas.
Me despierto anegado de sudor... ¡Qué sueño más raro! Ah, claro, hoy es el 22 de diciembre, el día en que oficialmente empieza el jolgorio navideño... Tengo en un cajón un par de décimos y todo un basurero de participaciones... ¡Un bosque convertido en números! Por mi culpa, el cambio climático va a aumentar y se van a derretir las ballenas.
Como me toque la pedrea, no voy a cobrar nada de todo ese papel de las viudas del ropero de Santa Casilda, de la Parroquia de San Martín de los Claveles, del Viaje de Fin de Curso de los Alumnos de Tercero de la Facultad de Derecho de Manganeses de la Polvorosa. Una de las participaciones huele a fritanga y le falta un cachito: la compré en un bar de los de la Plaza Mayor, junto a un bocata de calamares, y no sé cómo lo conseguí, le pegué un bocado.
Aprovecho la soledad matutina para abrazarme mucho. Caramba, Gordo, ¡cómo te quiero! ¡Cómo me quiero! Mis manos recorren con verdadero afecto mi cara todavía intonsa, se detienen un buen rato en esa frente donde algún día florecerán inmensos cuernos y siguen por la nuca... ¡Nunca me quise tanto! ¡Me sobo con placentera intensidad! Desde luego, si no me toca el otro Gordo hoy, no será por no haberlo intentado...
Tocar lo que es tocar, ahora lo único que tocan es el timbre -¿quién será a estas horas?- me pongo la bata, abro; delante de la puerta de casa hay un tío con cara de loco y un enorme cuchillo... El tío sale corriendo detrás de mí, y yo venga a correr por el pasillo, pero casi no puedo moverme de lo gordo que estoy; jadeo, y ya no puedo, me derrito, me escogorcio, me muero
- "Para gordoooo -me grita- ¡sólo quiero fraccionarte un poco!"
El tío me quiere reducir, me temo, a no sé cuántas series con sus décimos, venderme a cachitos, en cómodos plazos... ¡Yo quiero conservar mi integridad! Además, si me reparten mucho, ya no seré un gordo rotundo sino apenas una alegre lonchita de Luis en la economía familiar...
Tropiezo, caigo, empiezo a dar alaridos; da igual, las obras del Alcalde cubrirán mis gritos...