
España, sus costas y sus pueblos no pueden sustentar indefinidamente el ínsostenible espectáculo de unas opciones desacertadas que, literalmente, no pueden desafiar ni el tiempo ni el espacio.
Mientras que la pera limonera, el membrillo generoso, el
pomelo o la gran papaya del Brasil evolucionan
pronto o muy temprano en pimiento frito o tomate deshidratado, la manzanita es
fiel a sí misma y se mantiene en el tiempo prácticamente sin límite, desafiando la gravedad con su humilde gravidez, manzana
amiga y simpática, sin pretensiones, sin dobles juegos, con la desnuda sencillez de su inocencia, la tersura que Dios le dio y las virtudes de todos conocidas. ¡Queremos manzanas que la mano cubre y no melones de laboratorio!
Españoles todos que me escucháis, no os
dejéis contaminar por el contubernio judeomasónico internacional que quiere imponeros frutos exóticos y manipulados: ¡Viva la
manzana, corazón de la Asturias milenaria! Y en honor suyo, comamos su carne azucarada, bebamos su sangre fermentada. Nuestra redención, pasa por la sidra. ¡Bebamos mucha!