Somos prescindibles y compendiables.
Cuando nos incineran lo que queda de nuestro cuerpo no abulta mucho, cabe de sobra en el bote normal de colacao. Mejor dispersar nuestras cenizas en algún lugar bonito que guardarlas en una despensa porque si no te puedes equivocar un día, recién despierto, y vas y te haces un café con los restos del abuelo...
La vida entera de una persona la puedes meter en un sobre. Certificado de nacimiento, matrimonio (el que se casa) y defunción.
Luego, hay papeles de trayectoria como un título profesional o un diploma universitario o escolar que demuestran que sabes o supiste hacer cosas, por humildes que sean.
Luego los papeles bordes: los de Hacienda, los bancarios, los médicos y notariales... O los del divorcio, en su caso.
En un sobre puedes meter tarjetas y papeles de identidad: pasaportes, dni, libro de familia, tarjeta de transporte, tarjetas de clubs, de academias, comerciales, de gimnasios.
¿Se me olvida algo? Ah, sí, las gafas y las prótesis dentales; las pipas que hemos fumado, algún bastón o muleta.
Y luego hay otros papeles, los que hablan de nosotros. unas líneas de un amor perdido, unas fotos, una flor seca, pequeños objetos que tenían significado para nosotros, por la fecha, por el lugar... Y la vaga esperanza de que alguien nos recordará. Pero no por mucho tiempo.