Cada día le estoy más agradecido a aquellos que me gustaría llamar mis maestros -¡ya quisiera!-, aquellas almas, aquellos espíritus libres e insobornables, que no fueron generación de nada, ni grupo de nadie. Trayectorias singulares, cometas fugaces que han dejado una riquísima estela en forma de libros sapientísimos y oportunos panfletos.
La grandeza es una vocación; no puedes escribir nada realmente interesante si no es a propósito, dejándote devorar por la llama del entusiasmo y al mismo tiempo sujetándote a la fría determinación de crear algo que no deba nada a intereses bastardos sino a la inteligencia, la bondad, el idealismo, imponiéndote y poniendo a a los demás una meta superior, un objetivo tan noble que nadie en su sano juicio pueda negarlo o renegar de él.
En el Maestro auténtico viven un santo y un héroe, y también la modestia evangélica y la sencillez de los clásicos. El Maestro huye de la pedantería, su libro es una invitación, un desafío quizá... Al Maestro no le vas a vender ninguna revolución, ni va a dedicarse a salmodiar el nombre de un tirano. El Maestro es como Boecio, que escribió la Consolación de la Filosofía mientras esperaba el juicio que acabó en su ejecución...
No hay comentarios:
Publicar un comentario