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LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

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viernes, 26 de diciembre de 2014

El dinero como elemento putificador

La vida lleva manual de instrucciones. Un tal Jesucristo nos lo dijo hace veinte siglos: no se puede servir a Dios y al Dinero. De allí se infiere que el dinero no es cosa santa y que allí donde interviene las mejores cosas se vuelven malas. El dinero lo putifica todo, incluso lo más bello, lo más íntimo, lo más generoso. Pero nos olvidamos de las evangélicas consejas y un día nos despertamos despatarrados en un callejón y nos preguntamos qué pasó, en qué momento nos putificamos, nos convertirmos en el juguete roto de otros...
La putificación consiste en poner precio a aquello que no puede tenerlo, porque pertenece al ámbito de la dignidad personal.
Es legítimo donar tu sangre o donar un órgano. Pero no es legítimo venderlos.
Es legítimo que una mujer le sirva a otra que no puede tener hijos de madre portadora. Pero no debe cobrar por ello.
Es legítimo acostarte con quien quieras, pero no que le pongas precio.

La generosidad sólo puede ser gratuita, mientras que el dinero putifica. Si, por ejemplo, cobras por acostarte, te llaman puta o puto, y la verdad, no debe ser tan bueno si hijoputa es un insulto en todas las lenguas, cuando en realidad el insulto debiera ser putero, que la puta es una víctima mientras que el culpable es la despreciable sabandija que ejerce el papel de tentador, el que ofrece dinero a otro por hacer lo que no se debe hacer por dinero, como aquel siniestro personaje encarnado por Robert Redford que le ofrecía un millón de dólares a una señora por acostarse con él... No vayáis a pensar que los malos de esta película son los ricos. Cualquiera, por pobre que sea, puede intentar comprar lo que no se puede vender, y no sólo los ricos van de putas, también los pobres le compran a una infeliz el acceso temporal a sus orificios naturales. Y además de pagarle, la desprecian, cuando los despreciables son ellos
Pero además de la prostitución pura y dura, hay muchas formas de putificarse y  muchos tipos de putificación. Por dinero hay quien hace algo que no debiera, o quien deja de hacer algo que debiera. Así, podemos hablar de putificación activa y de putificación pasiva. Ejemplos:
Putificación activa: me caso con alguien porque tiene dinero.
Putificación pasiva: dejo a mi amor porque no tiene dinero.

La putificación laboral
Existen millones de personas en el planeta que sufren en el trabajo lo que no debieran sufrir, porque hay quien por ofrecer un sueldo se considera con el derecho de ser desagradable, humillar y echar broncas que no vienen a cuento.  Nadie debiera aguantar ese maltrato pero los papás y mamás que tienen que pagar el cole de los niños y alimentarlos, y vestirlos, con frecuencia tragan lo intragable porque no pueden evitar putificarse. En este caso, y sólo en este caso, aceptar la humillación revela más generosidad que cobardía: aceptas lo inaceptable por el bien de un tercero, de alguien vulnerable como tu niño que depende completamente de ti. Te putificas, pero lejos de ser despreciable, te conviertes en alguien admirable y puedes recordar que las prostitutas nos precederán en el Reino de los Cielos.

La putificación en el hogar
Los niños y las niñas reciben todo lo que les dan sus padres con la misma naturalidad con la que aceptan que tienen que ir al cole o a Misa: la voluntad de Papá y Mamá es lo más parecido a Dios que tienen los niños cerca. La catástrofe, obviamente, llega cuando Papá y Mamá se contradicen, y la aberración del divorcio ha facilitado esa destrucción de la autoridad parterno-materna convirtiéndola en competencia. La ceguera de los padres divorciándose o ya divorciados les lleva a putificar a sus hijos, comprándolos. Por ejemplo, Papá pone los cuernos a Mamá, y se separan. Y Papá se trae a vivir a su casa a una nueva mujer, la Otra. Papá paga matrículas de colegios, regalos, da dinero, y los niños se acostumbran a tragar, a soportar la presencia de la Otra porque su padre les compra cosas. Están putificados, y ni siquiera lo saben...