Es curioso, una amiga dice que está acatarrada o sease, con trancazo e inmediatamente nos ponemos todos en Estado Curandero Activo (modo On). Si es que en el fondo todo español que se precie es un ministro desconocido, un abogado frustrado y un Premio Nobel de Medicina en ciernes. En apenas cinco minutos, todos los asistentes competimos con nuestros recetarios, yo soy Gárgamel, tú el Gran Pitufo y ella la Bruja de Blancanieves:
-Amosaver, te tomas un poco de uña de chancho viudo rayada con una infusión de alas de murciélago y hierbabuena; luego das tres vueltas alrededor de tu habitación pronunciando tres veces el sagrado nombre de Bitelchus y todas las noches un supositorio de guindilla para ayudar a sudar.
-No, no, mejor un limón abierto clavado a la puerta de tu habitación, airear por la mañana y la estampa de San Protasio con una hoja de coliflor.
-Pues a mí me dijo la portera de mi cuñado que en su pueblo todos se curan con media cebolla rehogada con miel,
-Lo mejor es el gamusino fresco. Tienes que cazarlo por la noche y apenas capturado no esperes, lo despellejas vivo, sí, ya sé, es algo que parece cruel pero es que si no, no funciona. Y con un pitufo disuelto en agua regia con los primeros rayos del sol, cueces el gamusino hasta que obtienes una plasta negra. Luego te pones la plasta por todo el pecho y esperas una semana
-Etc. Etc. Etc.
Lo más bonito de esas recetas que nacen de nuestra impotencia y nuestra portentosa imaginación, es que son una forma primitiva de decir:
-"Te quiero, ponte buena".
-"No soy indiferente a lo que te pasa".
Y es que el cariño reviste formas exóticas pero en el fondo admirables.
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