El sueño de la libertad es maravilloso, como el sueño de la ciudadanía.
Me divierte jugar a que soy un ciudadano libre, un orador libérrimo en
plan James Stewart en Caballero sin Espada, rompiendo las cadenas de la
plutocracia...
Lo malo es que cuando me miro al espejo veo todos esos hilos que me sujetan, sin conseguir adivinar, ahí arriba, los dedos del titiritero. Me encantaría ser el títere de Dios y que él manejara los hilos, pero va a ser que no. Son otros los que me manejan, y sus intenciones no son buenas.
La sensación de vivir en un teatro de títeres llega a ser muy
inquietante. Nunca he aceptado ser un pelele en manos de los poderosos,
pero mi opinión al respecto es indiferente, al final soy un pelele,
pelele cimarrón, pelele rebelde, pelele, indócil, pero pelele. Eso sí,
pelele díscolo que durante unas horas sueña con la idea de que nuestra
profunda dignidad de hombres libres bla, bla, bla consegiurá derrotar el poder
ciego del dinero y la fanática condición de quienes no se atreven a
pensar tralalá, chin pon. Juas, juas, juas, voy a hacer como que me
creo, como que me lo creo...
Me conozco tan bien mis propios discursos que sé cuándo aplaudirme al final. Me aplaudo, Bien. Y ahora, a hacer la compra y a pagar las facturas.
Lo malo es que cuando me miro al espejo veo todos esos hilos que me sujetan, sin conseguir adivinar, ahí arriba, los dedos del titiritero. Me encantaría ser el títere de Dios y que él manejara los hilos, pero va a ser que no. Son otros los que me manejan, y sus intenciones no son buenas.
Los títeres viejos en el Pinocho de Disney |
Me conozco tan bien mis propios discursos que sé cuándo aplaudirme al final. Me aplaudo, Bien. Y ahora, a hacer la compra y a pagar las facturas.
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