Lo que podría decir del tabaco y su prohibición
El debate del momento es la prohibición talibán del tabaco en los bares y a lo mejor os extraña mi silencio al respecto o ante las declaraciones de la Pajinera Mayor del Reino invitando a denunciar a los contraventores de tan digna medida.
Os podría referir sabrosas anécdotas acerca de la jurisprudencia existente sobre el llamado derecho de admisión, uno de los campos más caprichosos del Derecho.
Os podría soltar un rollo babilónico acerca de la esencia del derecho de asociación, de la posibilidad de que personas adultas se reúnan en un lugar dado para realizar una actividad que ni es, ni ha sido hasta ahora tipificada como delictiva; de cómo si la ley lo permitiera, muchos bares serían sólo para fumadores y por tanto ningún no-fumador se vería afectado.
Os podría contar que hace siete años en la Biblioteca Nacional se desarrollaban sabias y divertidas tertulias que desaparecieron al día siguiente de prohibirse el tabaco en la cafetería; las obras realizadas para separar la zona de fumadores de la zona libre de humos al final resultaron un gasto inútil y liquidaron aquellas encantadoras reuniones en que se hablaba de todo y se fumaba mucho.
Podría ponerme más pelmazo que de costumbre, ceder a la melancolía, pronunciar un adiós enternecido a mis proyectos de Churro Alegre: adiós alegría, adiós España de toda la vida, bienvenidos a la pezadilla, al Zueño del Zubnormal. ¡Ya semos europedos!
También podría transmitiros mi preocupación acerca de la constante escalada liberticida: hoy el tabaco, mañana el café, y al siguiente nos indicarán cuántos pensamientos impuros podemos tener al día, que se nos va a secar la médula y nos va a salir pelo en las manos, y cosas de idéntica enjundia.
No es que me guste ir a la contra; pero estos tíos sacan lo peor de mí. Mira que nunca me han gustado los toros, que me parecen un espectáculo cruel y estúpido; pero desde la prohibición en Cataluña estoy considerando la posibilidad de estudiarme el Cossío de memoria y gastarme lo que no tengo en un abono de San Isidro. Iré a los toros con una bolsa para vomitar y gafas oscuras para no ver, pero iré, cáspita, con tal de llevar la contraria a estoz enloquecidoz tocapeladillaz.

Podría insistir en la idea de que este tipo de prohibición es contraproducente porque asimila la infracción a una norma claramente abusiva con una reivindicación del humano albedrío y convierte al adicto en un héroe de la libertad. Mucho más eficaz, a mi juicio, sería enseñar fotos de los pulmones de un fumador. Una imagen sigue valiendo más que todos los discursos que se oyen en el Congreso de los Imputados. De hecho, los productores de tabaco nos volvieron adictos a todos al imponer sus cigarrillos en las películas de Hollywood (véanse las fotos ad hoc).
Podría argumentaros que un gobierno de abortistas y aborteros que patrocina el asesinato masivo de cientos de niños cada día en la tripa de sus madres -niños sanísimos y perfectamente viables- no entiendo que se preocupe por nuestra Salud colectiva. Debieran preocuparse más bien por su salud mental, que basta ver una foto del Zapa y de sus mariachiz para comprender que la primera reforma de España es el tranxilium gratuito y obligatorio para los ministros. Al lado del Zapa hasta el Dr. Lecter es un modelo de cordura.
Podrían insistir también en la convergencia de la prohibición del tabaco con la de los tigretones, el deseo de estos locoz perdidoz de prohibirlo todo. La Nouvelle Gauche se ha quitado la careta: ¡atiza!, pero si es nuestra vieja Inquisición de toda la vida, los carlistas de nuevo cuño que han descubierto gracias a las monsergas del padre Salvá que el liberalismo es pecado. El credo es distinto, pero la mentalidad idéntica: Alá Akbar, y a para de contar. ¡Vivan las caenas! ¡Muera la libertá! Ahora los malos no son los masones ni los judíos ni los homosexuales, ¡son los fumadores! Y mañana seremos los gordos, que sí, que dirán que desgastamos las aceras y después de los gordos, ¿cuál será el nuevo enemigo? ¿Los niños que aprenden a tocar el piano? ¿Los inventores de muebles de metacrilato? Este gobierno de taradoz y fracazadoz que nos han dejado en la ruina, con cinco millones de paradoz y a las puertas de una nueva Dezamortización para que nos roben lo que queda -el botijo de la abuela y la Catedral de Burgos- cada día que pasa se inventa un nuevo enemigo y un nuevo problema.
Pero en realidad todos estos discursos y monsergas son perfectamente inútiles e incluso contraproducentes. Resulta obvio que al Gobierno le interesa que se hable del tabaco y no del paro, le interesa que dedique mis energías a constituir un Partido de los Fumadores para robar votos a un PP que se suicida solito sin necesidad de que nadie le ayude.
Pero hay una razón más poderosa para que yo calle, para que no critique esta nueva manifestación de locura monclovita. Y es que había puesto mis esperanzas en la nueva profesión de delator. No sé si os lo dije pero como soy muy pobre yo ya no escribo nada que no me paguen ni me meto en ningún fregado donde no pueda sacar un puñado de euros. Metalizado de la cabeza a los pies, estoy. Así que me he pasado al enemigo con armas y bagaje, o mejor dicho, me hubiera pasado, de no haberme llevado una tremenda decepción: el lunes pasado llamé al Ministerio para preguntar cuánto pagaban por delatar a amigos fumadores; ¡Resulta que no pagan nada! ¡Qué chasco! Y yo que ya tenía mi lista preparada... ¡Noventa nombres ordenados alfabéticamente! Y no sólo amigos del alma, también amiguetes, conocidos y hasta perfectos extraños a los que veo echar humo a escondidas en los retretes de la Biblioteca Nacional. Ajajá, ¡te pillé!
De verdad, estoy indignado. Incluso San Pablo pensaba que había que pagar al que trabaja. ¿Cómo pretenden que me dedique a delatar al personal si no me dan nada a cambio? ¿Sólo por amor al arte?
¡Anda ya!
¿Delatores funcionariales o de mercado?
De ahí mi sugerencia: que el Gobierno regule por la vía más urgente la profesión de delator para incentivar la natural vocación que algunos tenemos por tan noble actividad.
La cuestión estribaría en saber si queremos delatores funcionarios con sueldos, trienios y productividad, o si preferimos delatores a destajo cuyos emolumentos dependan del número de piezas cobradas.
Vindicación de los delatores
Me parece vergonzoso que ante la desidia gubernamental los delatores tengamos que emigrar. Así, después de los físicos, los químicos, los médicos y los empresarios, los delatores españoles tendremos que dejar nuestra patria, nuestro vecindario y nuestros tiernos cebollinos para sobrevivir bajo otros cielos. Oh, España madrastra, ¿por qué tus mejores cerebros tienen siempre que fugarse? ¿Por qué los mejores profesionales de la denuncia, los reyes del chivatazo, esos que han sido formados a costa del Estado con el dinero de los contribuyentes, van a ejercer sus habilidades a EE.UU. China o Luxemburgo?
Esta mañana acompañé a Barajas a mis émulos y fámulos el Repelente Niño Vicente y el Pelota Boing Boing, viejos compañeros de infancia que delataban a sus compañeros de clase "Seño, seño, ¡Luis se ha comido una tiza!"; ah, recuerdos de la tierna infancia, dulce lluvia del pasado que fertiliza el yermo secarral de mi soledad...

Yo os digo, ¡basta! Reivindiquemos el derecho al cobro de quien realiza una labor social útil y provechosa, de quien defiende con su trabajo oscuro y a veces tan arriesgado el Imperio de la Ley. ¿Acaso no elogió Joseph de Maistre la noble profesión de verdugo? Defenderé yo a los delatores: Compañeros de la denuncia, avariciosas hienas, ¡uníos a mí! Exijamos una regulación justa y razonable de una actividad que la sociedad demanda y la ley requiere. ¡Delatores todos que me escucháis, no lo hagáis por vosotros, ni por vuestro digno sueldo, ni por vuestros hijos! ¡Chivaros por España! ¡Denunciad por España!