España ha vivido en las últimas etapas y más todavía durante el demenciato una intensa inmersión en la vulgaridad. Cuando me hablan del señorío español y de sus históricas modalidades -el recio pero noble señorío castellano, el seny catalán y otras elegantes ilusiones, caídas ya, hace demasiado tiempo, del árbol del corazón, siempre contesto que "El señorío caducó con la televisión".
Porque hoy día el hablar grosero y decir tacos es una especie de deporte nacional liderado por esa perversa máquina que vomita en el salón de nuestra casa toda la fealdad del mundo, ya sea nacional o de importación. Por cierto, las series españoles son inexportables; en Hispanoamérica -nuestro mercado natural- no pueden soportar la vulgaridad de nuestros guiones.
El abismo educativo entre dos Españas
Consecuencia de la nefasta dejadez en los colegios y de la conspiración televisiva para lobotomizarnos a todos, es que el abismo entre las personas educadas y los horteras es cada día mayor. Y eso no lo arregla ninguna revolución, ni liberal, ni socialista ni de las JONS. El que dice palabrotas se autoexcluye de determinados ambientes donde no se estila el hablar grueso. Hay jóvenes y viejos de muy distintas extracciones -unos pobres y otros ricos- que no dicen jamás tacos porque no necesitan ensuciarse la boca ni humillar la lengua para expresar lo que sienten. El profundo abismo que separa al hortera de la gente educada es particularmente cruel porque hay quien por culpa de padres y profesores ineptos se verá toda la vida al margen de gratas compañías exclusivamente porque no le enseñaron modales a tiempo ni le subrayaron a base de pedagógicos azotes y tirones de orejas el undécimo mandamiento, tan importante como los otros diez, que se reduce a dos palabras: "No molestar".
Signo de los tiempos que vivimos es el gran éxito de las películas de Torrente, personaje que no tiene modelo en la realidad porque nadie puede ser al mismo tiempo tan zafio, estúpido y cobarde. Se supone que Torrente es franquista, del Atleti, ex-policía, patriota español y admirador del Fari. Yo ni soy franquista ni del Atleti pero tengo mucha simpatía por el Fari -me hacía gracia su gitana vitalidad-, por España y por la policía -carca que es uno, que le vamos a hacer- y maldita la gracia que me hace Torrente. Eso sí, como caricatura, hay que reconocer que Torrente es un hallazgo; sus rasgos recuerdan a esos patrioteros -que no patriotas- que ni tienen hijos ni trabajan, ni pagan impuestos pero creen que amar a la patria consiste en manifestarse como xenófobo y racista, mira tú qué bien. Torrente, como es lógico en un personaje de su calaña, odia a los franceses y a los ingleses. En Misión en Marbella, Torrente lanza un cohete sobre Gibraltar "Gibraltar español, o pa nadie" y cuando ve que el cohete funciona se lamenta "si llego a saber que funciona, lo apunto pa Francia". Nuestro patrioterismo es así de cutre; nos falta talento para inventar cuentos tan divertidos y entretenidos como La Bruja Novata así que preferimos recurrir a la estética de albañal y a la provocación de niños de cinco años repitiendo como conjuros caca, culo, pedo, pis.
Un artículo de Pérez Reverte
No sé por qué he pensado en Torrente al leer un artículo reciente de don Arturo Pérez Reverte, publicado en el semanario XL y que podéis leer en línea aquí.
Confiesa el autor de El maestro de esgrima, que le gusta de vez en cuando disfrutar "como gorrino en bancal de zanahorias". La verdad es que me divierte mucho la idea de ver a don Arturo todo rosa y hermoso, con un rabo a lo Buendía, come que te come zanahorias... La imagen no me cuadra bien con la idea que tenía del escritor, de rostro amable y barbado, pero a todos nos puede dar el siroco. El artículo en cuestión no hace mucho por la fama de su autor. Reproduzco -espero que la SGAE no me mande fustigar con látigos avinagrados- algunas líneas significativas:
Hace tiempo que no cuento una de esas historias de navegaciones y batallitas que me gusta recordar de vez en cuando. También llevo años sin mentarle la madre a la pérfida Albión; que, como saben los veteranos de esta página, siempre fue mi enemiga histórica favorita. Si como lector disfruto con los libros que cuentan episodios navales o terrestres, disfruto mucho más cuando quienes palman son ingleses. Como español -cada cual nace donde puede, no donde quiere- estoy harto de que todos los historiadores y novelistas británicos, barriendo para casa, describan a los marinos y soldados de aquí como chusma incompetente y cobarde que olía a ajo. Por eso, cuando tengo ocasión de recordar algún lance donde a los súbditos de Su Graciosa les rompieran los cuernos, disfruto como gorrino en bancal de zanahorias. A otros les gusta el fútbol.
Hombre, ese tipo de declaraciones, en un bar comiendo una ración de oreja a la plancha y con dos vinos, está bien. Yo las he soltado -y espero soltarlas- peores y muchísimo más gordas. Pero publicarlas, así, de sopetón, en el mejor y más leído semanario de España que es el XL no es una buena idea. Me imagino las rasgaduras de vestiduras de nuestros fariseos rojigualdas si un autor inglés escribiera, hoy, en el Times o en el Guardian que disfruta mucho con historias en las que los que mueren son españoles. Ya veo la reacción: "¡La Leyenda Negra! ¡Nos odian! ¡Nos despresian! ¿Por qué no nos quieren, señor?"
Charles Esdaile
Pero bueno, nadie me obliga a leer al Sr. Pérez Reverte, ni la revista XL; con no comprar ABC los domingos se ahorra uno muchos disgustos. Lo que sí me ha molestado es que el Sr. Pérez Reverte, en su agresiva logorrea, maltrate a un distinguido hispanista como Charles Esdaile, al tratar de una cruenta batalla de la Guerra de Independencia de la que sin duda sabrán mucho los especialistas pero lo que es un servidor, ni papa, oiga. Y entre esos especialistas se encuentra el Sr. Esdaile que para eso lleva décadas buceando y fisgando en los archivos para reconstruir aspectos de nuestra historia, archivos donde suponemos que el Sr. Pérez Reverte -que nos perdone si nos equivocamos- nunca ha puesto ni pondrá los pies. El Sr. Esdaile no escribe artículos incendiarios sino libros gordos con montoooones de notas al pie que es como escriben los historiadores. Hay otros especialistas sobre la Guerra de Independencia que, como el Sr. Esdaile, se han tirado años de su vida entre papeles y documentación original. Y naturalmente tienen esos señores todo el derecho del mundo a discutir los trabajos del Sr. Esdaile. Esos especialistas, y no el Sr. Pérez Reverte, pueden y deben criticar y autocriticarse, que precisamente el Conocimiento no nace de una divertida charla en El Churro Alegre sino de la exposición serena de los datos. En las ciencias históricas no hay ganadores ni perdedores, hay sencillamente datos, acreditados o no, y opiniones, justificadas o no, y tan importante es demostrar que una teoría es acertada como falsa, porque no se trata de ganar premios a la testosterona sino de desentrañar la esquiva y evanescente verdad.
La ignorancia es osada
España disfruta de magníficos historiadores foráneos o forasteros que a veces mantienen enfoques diametralmente opuestos pero se han ganado el respeto de la comunidad científica. Yo no le enmendaría la plana a Ozanam sobre el reinado de Fernando VI, ni a Diego Tello sobre Ricardo Wall, ni a Agustín Rodríguez sobre la historia de la marina española, ni a Fernando Puell sobre la historia social del Ejército, ni a Juan Pando sobre tantos temas en los que ha sido pionero, ni a Gibson sobre el asesinato de Calvo Sotelo o Paracuellos. Son los maestros, los primeros de la clase, los que saben. A Dios gracias, hay lugar para la excelencia en este mundo. Y para llevarles la contraria a esos señores, hay que atarse los machos y dedicar unos veinte años de la vida a los temas que han estudiado entre legajos polvorientos.
Stanley Payne y Paul Preston tienen ideas muy distintas sobre la Segunda República, pero ambos se han ganado el derecho a hablar ante sus colegas porque ambos han publicado, como Esdaile, libros gordos con muchas notas. Entonces, ¿a qué viene la diatriba de un gran escritor y periodista contra un distinguido investigador que, además, tiene una visión de la Guerra de Independencia renovadora?
Lo más lamentable del asunto es que el bueno de Pérez Reverte estoy seguro de que no sabe nada de Charles Esdaile, y que si se conocieran serían los mejores amigos del mundo, saldrían de copas por Madrid y acabarían cruzando la espada en alguna de esas divertidas batallas en las que participa el británico historiador, pero ya se sabe, Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
Una opínión de Julián Juderías sobre los hispanistas
Supongo que ni siquiera Pérez Reverte en un momento de máxima exaltación se atreverá a despreciar la grandeza de Julián Juderías, inventor de la imagología y padre de una obra mil veces plagiada como La Leyenda Negra. Pues el discurso de ingreso de Julián Juderías en la Real Academia de la Historia fue un canto de amor a todos esos hispanistas que, como el Sr. Esdaile, en lugar de dedicarse a otros oficios más rentables como banquero, proxeneta o sexador de pollos, han elegido la rara vocación de estudiar España y los españoles. Vale la pena recordar algunas líneas:
¿No estamos en lo cierto afirmando que
nuestra Historia la han escrito los extranjeros y que a duras penas se hallaría
en nuestras bibliotecas libros nacionales que tratasen, no de todos, sino de
algunos de los temas estudiados por los autores que acabamos de enumerar? Y si de los dominios de la Historia propiamente
dicha pasamos a los de la literatura y del arte, comprobaremos que han sido los
extranjeros quienes han escrito la Historia de nuestras letras, los que han
analizado las obras de nuestros autores más famosos, que a ellos se debe no
poca parte de la celebridad indiscutible de que gozan algunos de nuestros
clásicos, y que también nos es forzoso acudir a sus obras para darnos cuenta
cabal de la influencia que ejercieron sobre el mundo en los dominios del
espíritu.