La constitución española, al proclamar la igualdad de los hijos, cualquiera que sea su filiación, permitiría que fueran llamados a reinar los hijos naturales de nuestros monarcas y príncipes
El 30 de junio de 1833, hace exactamente 180 años, la futura Isabel II era jurada como Princesa de Asturias. Aquella jura fue uno de los últimos actos que quiso el rey Fernando VII, para afianzar la posición de su hija. Los obscuros acontecimientos de la Granja, meses antes, a punto estuvieron de acabar con los derechos de la joven infantita, y poco tiempo después de aquella jura moría el rey Fernando y el carlismo se echaba al monte, iniciando un siglo de confrontaciones civiles. En consecuencia, nada menos baladí, para nuestro Estado, que es una monarquía, que el tema de la sucesión a la corona.
El 30 de junio de 1833, hace exactamente 180 años, la futura Isabel II era jurada como Princesa de Asturias. Aquella jura fue uno de los últimos actos que quiso el rey Fernando VII, para afianzar la posición de su hija. Los obscuros acontecimientos de la Granja, meses antes, a punto estuvieron de acabar con los derechos de la joven infantita, y poco tiempo después de aquella jura moría el rey Fernando y el carlismo se echaba al monte, iniciando un siglo de confrontaciones civiles. En consecuencia, nada menos baladí, para nuestro Estado, que es una monarquía, que el tema de la sucesión a la corona.
La igualdad de los hijos amparada por la Constitución
Hace años, en un libro cuidadosamente silenciado, abordé un asunto del que se habla poco pero que importa mucho a la estabilidad de nuestra monarquía y por lo tanto de nuestro sistema político: el hecho de que con la Constitución en la mano, los hijos naturales de los miembros de la Real Casa estén equiparados en derecho con los demás príncipes. No hace falta ser un profundo tratadista para comprender que, por su propia naturaleza, a la monarquía le interesa ofrecer estabilidad. Imagínese lo que supondría trastocar el orden sucesorio cada vez que una persona demostrase su filiación natural con el monarca. Se trataría de algo profundamente desestabilizador para un sistema cuya virtud, de tener alguna, reside en la claridad. Además, existe un problema de educación: es bueno que la persona que puede llegar a ceñir la Corona reciba una educación conforme a sus posibles obligaciones.
La sucesión de la Corona española ¿ha de ser necesariamente la legítima? Puesto que el actual Derecho Civil ha equiparado a los hijos naturales y a los legítimos, ¿con qué argumentos se podría negar la Corona a un hipotético hijo natural de un rey de España? Porque desde luego la tradición de la monarquía no es ningún principio legal. Y sería difícilmente comprensible, en términos de equidad, que pudieran ser llamadas a reinar personas nacidas de un matrimonio morganático —contra la costumbre de los últimos 225 años— y que se mantuviera apartados de la Corona a los vástagos ilegítimos. Dado que la vigente Constitución deroga toda disposición que se le oponga, resulta también pueril pretender aplicar una normativa preconstitucional en contra de lo que la Constitución rige, puesto que en el artículo 39 de nuestra magna carta se dicta lo siguiente, en lo que no es precisamente un modelo de buen castellano: "2. Los poderes públicos aseguran, asimismo, la protección integral de los hijos, iguales éstos ante la ley, con independencia de su filiación, y de las madres, cualquiera que sea su estado civil. La ley posibilitará la investigación de la paternidad (...)"
Monarcas bastardos
Desde luego, nadie negará que en España siempre ha existido simpatía hacia los hijos naturales y personajes como el Jeromín del padre Coloma o el Bernardo del Carpio, del Romancero, han dejado su huella en nuestra literatura. Tampoco nos debiera asombrar la posibilidad de que reinara un hijo natural, que no sería la primera vez en la historia de España: ¿quiénes fueron los sucesores de Alfonso XI? ¿cómo llegó al trono la casa de Trastámara? También vienen de líneas bastardas las casas de Aviz y de Braganza o la de los duques normandos que reinaron en Inglaterra.
Si se diera el caso de que un Rey de España —o su sucesor— tuviera un hijo natural, ¿qué ocurriría con la Corona? La Constitución me parece taxativa al respecto: el hijo, se trate de un varón o de una hembra, se convertiría en el heredero virtual de su padre, y que el Rey o el Príncipe lo reconocieran en el momento o más tarde, motu propio o a través de la oportuna sentencia judicial, lo mismo da. En consecuencia, habrá que tomar el toro por los cuernos y plantearse la necesidad de revisar la propia Constitución.
Como si no fueran suficientes las dificultades, las nuevas tecnologías en el campo de la biología amenazan con hacer saltar por los aires no ya los principios de la Monarquía sino los fundamentos mismos de la familia tradicional y exigirán en un futuro inmediato la revisión de numerosos principios del Derecho Civil. Aldoux Huxley se ha quedado corto. En breve, con material genético robado —un cabello tomado de un cepillo, una muestra de saliva— se van a poder crear seres humanos, hijos nuestros, sin que expresemos ningún consentimiento al respecto. Y un niño no es un disco compacto, no puedes destruir la copia pirata... Que todas estas posibilidades sean ilegales, no significa que no sean posibles y hemos de tenerlas en cuenta.
En su día transmití estas inquietudes a las correspondientes autoridades, pero me temo que no se ha hecho nada al respecto. El Título II de nuestra Constitución se pensó mal, se redactó mal y tiene más de un fleco cargado de amenazas. Cuando hace un mes nos enteramos de que don Leandro Ruíz-Moragas ha visto reconocida ante los Tribunales su filiación —ahora se llama Leandro de Borbón—, no he podido dejar de meditar acerca de nuestra tradicional incuria, que consiste en esperar cuidadosamente a que los problemas estallen en lugar de tomar medidas adecuadas.
Insuficiente regulación constitucional
¿Qué le podríamos pedir a una buena Ley de Sucesión de la Corona? Entre otras cosas, procurar que se sepa quién puede ser llamado a la sucesión; y procurar que los presuntos herederos reciban una educación congruente con su posible destino.
De todos modos, todo lo relativo a filiaciones naturales parece hipotecado, como ya hemos subrayado, por el desarrollo de las nuevas tecnologías biológicas.
En relación con este asunto, sería deseable que las Cortes no demorasen durante más tiempo el necesario debate sobre la Monarquía y su futuro. Y un debate de verdad, que no se reduzca al íntimo pasteleo de obscuras comisiones. La demanda de don Leandro y la lógica sentencia subsiguiente nos recuerdan la urgencia de aclarar cualquier duda sobre la Sucesión a la Corona con una ley bien redactada y alguna dosis de sentido común. Si las Cortes prescinden de esa estricta obligación, otros serán los foros en que se discutirá acerca de la cuestión, y no precisamente los más adecuados.
Luis Español Bouché
Este artículo se reproduce casi íntegro en la obra de Leandro de Borbón Ruiz, De bastardo a Infante de España, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004, ISBN 84-9734-194-5, págs. 170-172.