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LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

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jueves, 16 de septiembre de 2010

Unos horarios no tan absurdos


Uno de los atractivos de España son sus horarios absurdos

Cuando sales al extranjero por primera vez descubres que los horarios españoles son completamente distintos a los del resto del universo conocido e incognoscible.
No sé vosotros pero a mí me encanta levantarme temprano, cuando en Madrid no han puesto las calles, aunque a veces amanezca tarde por haber trasnochado. Desayuno poco -ya lo sé, hago mal, no vale la pena que insistáis- y me casco un enorme café; luego a las doce me sacudo otro latigazo de café generoso. Por lo general, hacia las dos o las tres de la tarde como algo y ceno tardísimo cuando en Madrid ya han quitado las calles. Mi horario de comidas y de vida es más o menos resumible en que me como lo que me da la gana, cuando me da la gana.
Cuando Europa come ¡a las doce! yo voy por mi segundo café; cuando yo ceno, toda Europa lleva horas dormidita. A veces me da por llevar una vida supuestamente más sana y me acoplo a lo de cenar a las ocho pero mi voraz apetito se limita a considerar esa temprana cena como una generosa y tardía merienda y a la una de la madrugada, tambaleándome medio dormido, secuestro la despensa, atraco la nevera y me hago una segunda cena, la de verdad... Un nutricionista elegiría ese tipo de vida como un perfecto modelo de lo que no hay que hacer y dicen algunos que los horarios españoles -no me refiero sólo a los de Luis Español- son inviables y aportan sesudos argumentos. No digo que no. Pero también sé que los extranjeros que vienen a España se adaptan perfectamente a ellos. Todos mis amigos extranjeros, ya sean norteamericanos, belgas, británicos, daneses, italianos, suizos, etc. o también mis queridos compatriotas franceses, cuando se instalan en verano en Madrid, se dedican básicamente a pasarlo de miedo, a salir, a ligar y a beber, y a comer, y a ligar más, y a beber otro poco y suelen dormir, rendidos, cuando no tienen más remedio.
En cambio a los españoles nos cuesta mucho más adaptarnos a los horarios del resto de Europa. No me habléis de biorritmos ni de onanismos cientificolegales: comer antes de las dos de la tarde es una horterada, algo apropiado para los niños y para los viejos que viven en el planeta Salud.
Los niños y los viejos no comen; se alimentan -lo cual es muy distinto- y absorben unas insípidas papillas que serán sanísimas, sin duda, con sus proteínas, sus vitaminas, sus calorías justitas, pero que ni la NASA se atrevería a darle a sus astronautas porque les montarían la primera huelga en el Espacio. También tienen horarios extrañísimos los eclesiásticos, que se levantan y acuestan a horas campestres aunque vivan en el corazón de las ciudades, y los hospitales, donde el personal sanitario conspira para fastidiar a los pacientes despertándolos a todas horas.
Mientras no tenga noventa años -dudo mucho que llegue- procuraré evitar los alimentos que llaman sanos y me entregaré a la alegría de los callos con garbanzos, los huevos estrellados con su morcillita y su chorizamen, en fin, las delicias que te ponen el colesterol a niveles estratosféricos y las arterias como cuerdas de piano. Algo bueno tendrán si llevamos siglos tomándolas y no creo que por comer porquerías como las acelgas rehogadas uno viva un solo día más, ni que ese día de más sirva para escribir el Quijote o descubrir la Penicilina. Ya expresé esas convicciones mías en las líneas que dediqué al Churro Alegre.
Nuestro sino es una cajita o un cenicero, donde acabaremos todos en plazo más o menos breve, y de lo que se trata es de pasarlo bien mientras no nos alcance el destino, procurar hacer algo útil para los demás y molestar lo menos posible.
No sé vosotros pero a mí me encanta viajar por una Europa a la que conozco mucho menos de lo que me gustaría. Lo único que lamento son esos horarios canallescos comunes a todo el Continente en que la gente se dedica a comer y cenar a horas que son un insulto para la inteligencia. Por eso me gusta viajar acompañado, porque imagínate lo que es llegar a una ciudad francesa o alemana a las siete de la tarde en que todo está más muerto que la momia de Lenin. Como mi escasa fortuna no me permite ir de restaurantes, me compro la comida en supermercados y me la como cuando quiero, es decir, a la hora de Luis. Si no viajas con alguien, a esa hora en que TODO incluido los museos y galerías está cerrado, acabas hablando solo en una esquina, como Mirameba antes de que le aticen su ración de electroshocks.
Se habla últimamente de modificar los horarios españoles para acoplarlos al resto de Europa. Indudablemente, la reforma que se propone es racional y bien intencionada. También era racional y bienintencionada la idea de suprimir las corridas de toros, prohibir el tabaco y los tigretones; es la política de Gedeón "qué bonito sería hacer las ciudades en el campo"; pues en breve convertiremos España en Suiza Bis, San Cugat se llamará Saint-Cucufat-des-Vallées y así ya seremos modernos y chanchipirulis.
Y digo yo, ¿no debiéramos más bien considerar seriamente la posibilidad de españolizar los horarios de Europa? Creo que los europeos serían más felices.