Una de las grandes ventajas del ocasional insomnio es que te tragas alguna de esas películas de acción en que los malos son abundantísimos -casi infinitos, el bueno no consigue nunca matarlos a todos- y se pasan todo el rato disparando, y en cambio los buenos, o el bueno, consiguen esquivar las balas.
Saber esquivar las balas
De hecho, uno de los requisitos formales para ser actor en Jolibud son los Cursos Avanzados para Películas de Acción, en inglés, Action Movies Advanced Rollazows. Hay que reconocer que Jolibud es un mundo sin prejuicios, el que vale vale, y da lo mismo que venga del Actors Studio o de la Academia de Cine de Manzaneque del Guijarro. Pero eso sí, si pretendes triunfar en la Meca del Cine, tienes que saber esquivar las balas. Y punto. No quiero mentiros: esquivar una bala exige reflejos, aptitud natural y un largo aprendizaje; no todos pueden ni saben.
Huesos irrompibles
Otro de los requisitos técnicos es la capacidad de recuperación después de que te rompan una silla en la espalda -típica pelea de las pelis de vaqueros- o de que un simpático chinito te torture recurriendo a los electroshocks, caso de Mel Gibson en Arma Letal.
La gente normal, si le rompes una silla en la espalda, suele quejarse, y desde luego no se levanta; tienes que llamar al Samur y ponerla en una camilla y luego vienen unos tíos con gafas y nudillos peludos y te hacen un montón de pruebas y de radiografías, y menuda castaña de rehabilitación durante meses. La gente normal tiene discos vertebrales frágiles, ¡fijateeeee!
Lo mismo sucede con las peleas de Artes Marciales en que ves al personal dándose leñazos impresionantes. En el mundo real, el personal se hace daño. Yo vi a un novato romperle la nariz a otro -sin ninguna malicia, pura torpeza del neófito que no sabe marcar- y recuerdo que el afectado se derrumbó de golpe, medio groggy, llorando de puro dolor y luego tuvo que llevar una máscara muy rara durante unos días. Quedó bien, por lo visto, pero costó -amén de una pasta- mucho trabajo recuperar aquel dichoso tabique nasal...
En las pelis no. En las pelis cuando al bueno le arrean una galleta en la garganta, le golpean la rodilla o le dan una patada en las joyas de la corona, el tío como mucho se resiente unos instantes y luego, ¡sigue! Su resistencia al dolor es infinita, sus músculos son de acero y sus huesos de goma, ¡irrompibles!
En cambio, cuando el bueno ataca observaréis lo fácil que rompe un cuello. Es asombroso lo bien que crujen los cuellos en las películas de Steven Seagal, parecen tostadas pasadas, el bueno de Steven se acerca al malo y ¡scroooch! le rompe el cuello como quien no quiere la cosa.
Transistores explosivos
Hablando de explosiones, pocos ponderan la capacidad explosiva del metal y los cables eléctricos. Te coges cualquier peli antigua de James Bond en que el malo -lo mismo da que sea Blofeld, un pérfido comunista, el doctor No o Goldfinger- tiene una guarida llena de cachivaches electrónicos. Normalmente si os fijáis, los ordenadores o las calculadoras carecen de propiedades explosivas. Pues en las pelis de James Bond, sí. James dispara sobre el cacharro electrónico con luces, al cabo de unos segundos o minutos, se declara un incendio -todos conocen las propiedades autocombustibles de los tornillos- y al cabo de otro rato, boooom, el cacharro estalla. El secreto no son los guionistas, no, es que los fabricantes de productos electrónicos disponen ingeniosas cargas de Goma 2 Eco en todas sus producciones. Todos debieran saber que en una calculadora Casio de las que usan los niños inocentes en el colegio se esconden también misteriosos productos explosivos, que no sabemos que serán pero el juez Bermúdez dirá que los robaron en la mina Conchita.
Otra ciencia de Jolibud es el arte de conseguir que las balas tengan propiedades explosivas. Un día haced la experiencia, cogéis un bidón metálico de gasolina, os vais a un lugar apartado pero abierto con vuestro amigo el oficial de complemento que conserva su vieja Astra de toda la vida o la Star a la que le tiene cariño; vacíáis un cargador entero sobre el bidón de gasolina. Pues no estalla. No hay forma. Podéis repetir el experimento doce veces seguidas y gastar la munición que os dé la gana y disparar hasta que se os fundan los tímpanos y el bidón sea confeti metálico. El único peligro real son los vapores de toda la gasolina que habrá caído y lo más probable es que al cabo de un rato de disparar aparezca una parejita de la Guardia Civil pidiendo explicaciones, porque no suele gustarle a los representantes del Orden que el personal ande por ahí pegando tiros, aunque sea en un remoto rincón de la finca La Gordona. En cambio en las pelis la gasolina es más o menos como la nitroglicerina: si un jeep se sale de la carretera, al final ¡estalla!, si le pegas un tiro a un coche, ¡vuela por los aires!
La manía de dejarse matar
Finalmente, tenemos que subrayar la auténtica manía que tienen los malos a la hora de dejarse matar. Ya puede ser una peli con pérfidos alemanes, pérfidos japoneses, pérfidos vietnamitas o pérfidos en general; si os fijáis los buenos disparan y los malos siguen en fila india como patitos de las barracas de feria. Por ejemplo el bueno empieza a disparar sobre un grupo de malos que están en un comedor. El primero que sale del comedor cae abatido. En el mundo real, si tú ves que a tu compañero, al cruzar el umbral, lo han dejado como un colador, normalmente no sales tú también a ver qué pasa. Pues no, en las pelis la gente es tan solidaria y heroica, que cuando al de delante lo han matado, los de atrás siguen dejándose matar disciplinadamente... ¡Encomiable compañerismo! Eso son valores morales y lo demás tonterías. Para que luego digan que el Cine no es educativo.
Lo de los excesos en las propiedades de los artefactos que procuran la violencia en el cine no es nuevo. Cuando yo era niño, hace un siglo, los Colt "Peacemaker" del .44, en manos de Alan Ladd, John Wayne o James Steward, eran capaces de disparar sin pausa seis o siete veces su real carga de seis tiros. Formaba parte del "distanciamiento" cinematográfico, en virtud del cual los espectadores convenían que aquello era "una película", y no la realidad. Por lo tanto las armas de los "buenos" dispararían todo lo que fuese necesario para llagar vivos y trinfantes al beso del final. Si lo pensamos bien se trataba de una violencia muy simbólica, muy increíble, que apenas tenía nada que ver con nosotros. Lo mismo que los arquetipos del héroe y el villano.
ResponderEliminarHoy las cosas han cambiado. Y no para mejor. La representación de la violencia en el cine ha diseñado su propio lenguaje con una peligrosa carga de seducción, en la que es ella, esa violencia, la que constituye el propósito central. La historia contada y sus protagonistas no son más que sus instrumentos.
Hoy en día, las exageraciones son verosímiles. Y lo que es peor, a veces al alcance del primer tarado con ganas de notoriedad.