Vuelvo a ocuparme de mi blog

De paso recupero artículos míos en los desaparecidos portales suite101.net y asturiasliberal.org o artículos borrados de la versión electrónica de abc, preservados por archive.org o por la memoria caché de google.

LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

"Mais on ne se bat pas dans l'espoir du succès ! Non, non ! C'est bien plus beau lorsque c'est inutile ! "

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domingo, 23 de marzo de 2014

La Horda de la Dignidad

Chocolates, puritos y conversaciones durante horas y horas... El Café Gijón es uno de los puntos fuertes de la literatura española, uno de los protagonistas de La Colmena. Como el Gijón suena más a historia de la literatura y yo prentendo ser el presente, voy más por El Espejo, que está justo enfrente de la Biblioteca Nacional, a treinta metros del Gijón. Cuando se prohibió el tabaco las tertulias interiores murieron y sólo resucitan en las terrazas exteriores. Aunque no fumo, no me molesta tener a mi lado a grandes escritores que parecen chimeneas ambulantes.
Ayer varias columnas de izquierdistas tomaron Madrid: la Horda de la Dignidad. Y para mejor dignificar su causa o lo que sea por lo que se manifestaban, quemaron el contenedor de basura de abajo de mi casa. También destrozaron el Gijón y el Espejo, y no pudieron pegarle fuego  a la Biblioteca Nacional porque estaba cerrada. Adiós amables veladores, adiós viejos amigos admirables y tan interesantes, adiós España de libros y lectores, los malos han ganado, la calle es suya y hacen lo que quieren.
Tras la orgía de violencia estúpida, habló un tal Willy Toledo, uno de esos representantes de la izquierda española que odian los libros y prohiben las neuronas, dispuesto a todo para imponernos el Estado de Felicidad, el paraíso socialista que disfrutan los súbditos de Fidel y de Maduro. El payasete que vive en Cuba en un chalé obsequio de Fidel acabó su discurso y se largó; los pacíficos papanatas que le hicieron el juego se fueron a sus casas o a sus autobuses. Y mi pobre café Espejo quedó allí, herido, con sus cristales rotos...

lunes, 16 de mayo de 2011

Aprender a esquivar las balas

Una de las grandes ventajas del ocasional insomnio es que te tragas alguna de esas películas de acción en que los malos son abundantísimos -casi infinitos, el bueno no consigue nunca matarlos a todos- y se pasan todo el rato disparando, y en cambio los buenos, o el bueno, consiguen esquivar las balas.

Saber esquivar las balas
De hecho, uno de los requisitos formales para ser actor en Jolibud son los Cursos Avanzados para Películas de Acción, en inglés, Action Movies Advanced Rollazows. Hay que reconocer que Jolibud es un mundo sin prejuicios, el que vale vale, y da lo mismo que venga del Actors Studio o de la Academia de Cine de Manzaneque del Guijarro. Pero eso sí, si pretendes triunfar en la Meca del Cine, tienes que saber esquivar las balas. Y punto. No quiero mentiros: esquivar una bala exige reflejos, aptitud natural y un largo aprendizaje; no todos pueden ni saben.

Huesos irrompibles
Otro de los requisitos técnicos es la capacidad de recuperación después de que te rompan una silla en la espalda -típica pelea de las pelis de vaqueros- o de que un simpático chinito te torture recurriendo a los electroshocks, caso de Mel Gibson en Arma Letal.
La gente normal, si le rompes una silla en la espalda, suele quejarse, y desde luego no se levanta; tienes que llamar al Samur y ponerla en una camilla y luego vienen unos tíos con gafas y nudillos peludos y te hacen un montón de pruebas y de radiografías, y menuda castaña de rehabilitación durante meses. La gente normal tiene discos vertebrales frágiles, ¡fijateeeee!
Lo mismo sucede con las peleas de Artes Marciales en que ves al personal dándose leñazos impresionantes. En el mundo real, el personal se hace daño. Yo vi a un novato romperle la nariz a otro -sin ninguna malicia, pura torpeza del neófito que no sabe marcar- y recuerdo que el afectado se derrumbó de golpe, medio groggy, llorando de puro dolor y luego tuvo que llevar una máscara muy rara durante unos días. Quedó bien, por lo visto, pero costó -amén de una pasta- mucho trabajo recuperar aquel dichoso tabique nasal...
En las pelis no. En las pelis cuando al bueno le arrean una galleta en la garganta, le golpean la rodilla o le dan una patada en las joyas de la corona, el tío como mucho se resiente unos instantes y luego, ¡sigue! Su resistencia al dolor es infinita, sus músculos son de acero y sus huesos de goma, ¡irrompibles!
En cambio, cuando el bueno ataca observaréis lo fácil que rompe un cuello. Es asombroso lo bien que crujen los cuellos en las películas de Steven Seagal, parecen tostadas pasadas, el bueno de Steven se acerca al malo y ¡scroooch! le rompe el cuello como quien no quiere la cosa.

Transistores explosivos
Hablando de explosiones, pocos ponderan la capacidad explosiva del metal y los cables eléctricos. Te coges cualquier peli antigua de James Bond en que el malo -lo mismo da que sea Blofeld, un pérfido comunista, el doctor No o Goldfinger- tiene una guarida llena de cachivaches electrónicos. Normalmente si os fijáis, los ordenadores o las calculadoras carecen de propiedades explosivas. Pues en las pelis de James Bond, sí. James dispara sobre el cacharro electrónico con luces, al cabo de unos segundos o minutos, se declara un incendio -todos conocen las propiedades autocombustibles de los tornillos- y al cabo de otro rato, boooom, el cacharro estalla. El secreto no son los guionistas, no, es que los fabricantes de productos electrónicos disponen ingeniosas cargas de Goma 2 Eco en todas sus producciones. Todos debieran saber que en una calculadora Casio de las que usan los niños inocentes en el colegio se esconden también misteriosos productos explosivos, que no sabemos que serán pero el juez Bermúdez dirá que los robaron en la mina Conchita.

Balas que incendian la gasolina
Otra ciencia de Jolibud es el arte de conseguir que las balas tengan propiedades explosivas. Un día haced la experiencia, cogéis un bidón metálico de gasolina, os vais a un lugar apartado pero abierto con vuestro amigo el oficial de complemento que conserva su vieja Astra de toda la vida o la Star a la que le tiene cariño; vacíáis un cargador entero sobre el bidón de gasolina. Pues no estalla. No hay forma. Podéis repetir el experimento doce veces seguidas y gastar la munición que os dé la gana y disparar hasta que se os fundan los tímpanos y el bidón sea confeti metálico. El único peligro real son los vapores de toda la gasolina que habrá caído y lo más probable es que al cabo de un rato de disparar aparezca una parejita de la Guardia Civil pidiendo explicaciones, porque no suele gustarle a los representantes del Orden que el personal ande por ahí pegando tiros, aunque sea en un remoto rincón de la finca La Gordona. En cambio en las pelis la gasolina es más o menos como la nitroglicerina: si un jeep se sale de la carretera, al final ¡estalla!, si le pegas un tiro a un coche, ¡vuela por los aires!

La manía de dejarse matar
Finalmente, tenemos que subrayar la auténtica manía que tienen los malos a la hora de dejarse matar. Ya puede ser una peli con pérfidos alemanes, pérfidos japoneses, pérfidos vietnamitas o pérfidos en general; si os fijáis los buenos disparan y los malos siguen en fila india como patitos de las barracas de feria. Por ejemplo el bueno empieza a disparar sobre un grupo de malos que están en un comedor. El primero que sale del comedor cae abatido. En el mundo real, si tú ves que a tu compañero, al cruzar el umbral, lo han dejado como un colador, normalmente no sales tú también a ver qué pasa. Pues no, en las pelis la gente es tan solidaria y heroica, que cuando al de delante lo han matado, los de atrás siguen dejándose matar disciplinadamente... ¡Encomiable compañerismo! Eso son valores morales y lo demás tonterías. Para que luego digan que el Cine no es educativo.

jueves, 21 de octubre de 2010

Rosa Díez: penúltima agresión en la Complutense. ¿Cuántas van?

¿Hay que esperar algún muerto para intervenir en la Complutense?

Mira Nero de Tarpeya / A Roma cómo se ardía / Gritos dan niños y viejos / Y él de nada se dolía.
Uno de los aspectos más tenebrosos de la realidad española consiste en la repetición -una y otra vez- de comportamientos deleznables ante la indiferencia de todos y especialmente de quienes por los bien remunerados cargos que desempeñan tienen la obligación de velar por la tranquilidad de todos y por el orden social.
A Rosa Díez han vuelto a insultarla hoy en la Complutense. No es la primera vez. Podéis leer aquí la entrada que le dediqué al mismo asunto hace ya diez meses, donde os hablaba también del valor del joven Ignacio de Saavedra, que lleva años denunciando el escándalo de ver a nuestras autoridades políticas y académicas lavarse las manos en este asunto, como en tantos otros. Si tuviera que vender jabón, ya tendría el nombre perfecto y resuelta la campaña de publicidad: "El jabón Poncio Pilatos cuida las manos y limpia los platos".
El silencio de nuestras autoridades académicas resulta inaudito y especialmente si consideramos que ya el pasado mes de marzo los mismos batasunos complutenses agredieron al Rector Berzosa (puede verse aquí). A que esperan, ¿a que le peguen fuego al Paraninfo? Berzosa anunció en su día expedientes y expulsiones: ¿qué quedó de todo ello?

Una historia que se repite
No sé vosotros pero a veces yo tengo la impresión de vivir en una burbuja espacio-temporal, de que voy a abrir un periódico y encontrarme con las noticias de ayer, de anteayer, de toda la vida, como en aquella fabulosa película, Atrapado en el Tiempo, la obra maestra del cine de los noventa. Personalmente los ultras me parecen la misma basura en distintos cubos; que sean de derechas o de izquierdas, colchoneros o merengues, latin kings o ñetas, neocarlistas, proetarras, filoeslamistas o nicenoconstantinopolitanos y de las JONS, sus motivaciones me la repampimflan, sus pretextos me la traen pendulona marcando las seis y su argumentario me lo paso por el arco superciliar derecho (como dice Estela). Si no soporto el activismo hortera, imaginaos si voy a aguantar a esos ultras de mierda -perdón por el pleonasmo- con sus ataques directos a doña Rosa.
Los bárbaros están en la calle, Roma ardiendo, y nuestros nerones de tres al cuarto tocándose la lira.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Odiar en nombre de Cristo

El cristianismo degenerado y sus matanzas

El principio de degenaración lo gobierna todo
Todo lo humano consiste en la lucha a muerte -literalmente- contra la degeneración, no sólo la de nuestro organismo que va reconstruyéndose cada día para mantenerse vivo -hasta que ya no puede y colapsa- sino la de nuestras ideas.
Coges una buena idea, una idea santa, y al cabo de un tiempo, degenera. Degeneran los principios, las personas, las amistades y las cosas, mueren los amores, se agota todo lo humano y el hamster, cansado de correr en su rueda, un día ya no abre los ojos.
Por eso las instituciones que atraviesan los siglos tienen algún tipo de símbolo central, de acto fundamental para reconstruir desde dentro el castillo de naipes. Cada día se celebran en el mundo un millón de Misas. A todas horas, el cristiano se acerca a la Santa Mesa, y se renueva. Si no fuera por esa constante renovación, el cristianismo no habría pasado del siglo I.
Los pobres capullos que se obsesionan contra el enemigo externo del Cristianismo se inventan todos los días un coco distinto, antes eran el Moro, los Judíos y los Masones, luego vino el Comunismo, ahora los malos de moda son de nuevo el Islam y el Laicismo feroz, pero, independientemente de que existan -y es cierto que existen- enemigos jurados de la fe y especialmente del catolicismo, los pobres capullos se olvidan de que el enemigo siempre es interno, soy yo, eres tú, son nuestras debilidades.
¿Nunca os ha sorprendido la cantidad de gente -religiosos incluidos- que ha matado en nombre de Cristo? Siempre que paso por la calle Francisco Silvela me cruzo con la pequeña vía dedicada al primer obispo específicamente madrileño, Narciso Martínez Izquierdo, que fue asesinado por un sacerdote. Y cuando me paseo por Guipuzcoa o Navarra recuerdo las hazañas del cura Santa Cruz, aquella famosa bestia que herraba vivos a los prisioneros liberales y los fusilaba sin confesión para "asegurarse de su eterna condena".

El Continente cristiano y sus permanentes guerras
Si aceptamos que las raíces de Europa son cristianas -y quien no lo admita anda bien ciego- debemos aceptar también que los innumerables conflictos del continente algo tendrían de cristianos. Millones han sido degollados en nombre de Iglesias cristianas Únicas y Verdaderas y detrás de muchos conflictos aparentemente laicos subsisten raices religiosas. Ese es el Gran Misterio del cristianismo: cómo han conseguido ponerle a Jesús armaduras medievales o las kalachnikov de los curas guerrilleros.

El fanatismo español
Empecemos por casa, por España, donde tras la expulsión de los moriscos, hace cuatro siglos, costó Dios y ayuda aceptar otras religiones que no fueran la católica, hasta el punto de que la Constitución gaditana, generalmente considerada como liberal, prohibía otra religión que no fuera la de Roma.
Art. 12. La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohibe el ejercicio de cualquiera otra.
A pesar de que lentamente se aprobaron leyes que autorizaban la predicación de otras religiones, a los primeros misioneros protestantes los echaban de los pueblos, les quemaban sus biblias o les cantaban aquellos de "Fuera fuera protestantes, fuera fuera de la nación, que queremos ser amantes del Sagrado Corazón". Me enseñó entre carcajadas ese dudoso cántico Guillermo Oncíns, amigo anglicano y masón que iluminaba mis domingos con su buen humor y su profunda fe cristiana.
En cuanto a la relación con religiones no cristianas tenemos la expulsión de los judíos en 1492 -atenuada tras la asunción por Felipe II de la corona portuguesa y agravada tras la pérdida de aquella Corona- y la ya mencionada expulsión de los moriscos.

El fanatismo europeo
La historia de Europa consiste en la lenta construcción de un espacio de libertad en un continente que se caracterizó por el fanatismo religioso. Al contrario de los Estados Unidos, en Europa hemos batido todas las marcas de intolerancia, en especial durante la lucha entre los hijos de Roma y los de la Reforma. El caso español no es ni más ni menos llamativo que lo sucedido en las demás naciones de Europa; resulta incluso más moderado: todas las víctimas de la Inquisición constituyen un minúscula fracción de las matanzas de las Guerras de Religión que asolaron la Cristiandad.
Montaigne en su ensayo sobre los caníbales comparaba favorablemente el canibalismo de los tupinamba brasileños -que al fin y al cabo sólo se comían a los muertos- con las bestialidades que él mismo llegó a conocer en la Francia de las guerras de Religión, durante las cuales se entregaron personas a los cerdos para ser devoradas vivas. Pensemos en la aniquilación de la cultura monástica en toda la Europa protestante, el patrimonio cultural entregado a las llamas, las estatuas rotas o fundidas... Recordemos la Irlanda martirizada por el terror anglicano: los católicos reducidos a la categoría de ciudadanos de segunda, despojados de todo, reducidos a la inanición; un pueblo que había evangelizado a Europa en los siglos obscuros, lo perdió todo.
En el Reino Unido la discriminación oficial de los católicos tuvo que esperar el gobierno de Wellington, en 1829, para desaparecer. En Suiza, la última discriminación anticatólica sólo concluyó en 1973 cuando un referéndum, por 790.799 votos contra 648.959 suprimió los artículos de la Constitución helvética que prohibían las actividades de los jesuitas y la fundación de conventos en aquella república.
Además del eterno conflicto entre las iglesias reformadas y el catolicismo, debemos considerar la obsesión anticatólica de las iglesias ortodoxas -pensemos en el viejo Taras Bulba de Gogol- o las salvajadas rusas en Polonia, en el siglo XVIII. Se conservan grabados de aquella época en que aparecen ahorcados un perro, un judío y un católico y debajo la leyenda: "Son lo mismo".
Hablando de judíos, recordemos que Lutero fue el autor de un ensayo profundamente antijudío, Sobre los judíos y sus mentiras, y que el nazismo no es más que la expresión laica del luterano odio al judío a las órdenes de un católico como Adolfo Hitler.

La religión anticristiana del laicismo radical
La obsesión anticristiana del laicismo revolucionario participa del elemento religioso que se supone que quiere extirpar de raíz, porque religioso y muy fanático es el sometimiento a la Diosa Razón; en otra entrada consideramos la idolatría que se practica en las naciones sometidas a la tiranía marxista, donde se adoran momias y estatuas de los caudillos muertos.
La obsesión anticatólica no es el monopolio de la Francia revolucionaria; la mayor matanza de curas y monjas católicos en el siglo XX fue obra de españoles y en España A Javier Pruszyński, que llegó a ser embajador de la Polonia comunista en los Países Bajos, le llamó la atención la persecución antirreligiosa en la zona republicana y sentenció: “Las principales víctimas de la Revolución francesa fueron los aristócratas y cortesanos; las de la Revolución rusa, los terratenientes y las de la revolución española, los curas”. El fusilamiento del monumento al Corazón de Jesús es algo tan increíble que si no existieran fotografías, nadie se lo tragaría.
Notemos también que el genocidio anticatólico en zona roja tiene un siniestro paralelo en zona nacional donde se asesinó a un pastor protestante como Atilano Coco o se trató de exterminar a los masones, comunistas y demás rojos.
Y es que el enfrentamiento entre rojos y azules no se puede desligar del todo del conflicto entre catolicismo y protestantismo, pero en una versión simétrica negativa: anticatolicismo en los rojos y antiprotestantismo en los azules. Notemos que los rojos que mataban curas, habían recibido el Bautismo y eran, nominalmente, cristianos.

Las luchas entre distintas confesiones protestantes
Añadamos las seculares persecuciones entre los distintos cristianos no-católicos: luteranos contra anabaptistas (el grabado de la izquierda es del clásico menonita Martyrs Mirror) y anglicanos contra puritanos...
Así, a las distintas Inquisiciones católicas se suman las instituciones equivalentes en el mundo protestante como la que permitió a Calvino asesinar a Miguel Servet recurriendo a ese arma de destrucción masiva del pensamiento y la libertad que han sido los tribunales eclesiásticos, y vale la pena recordar que los peregrinos del Mayflower huían de la Inglaterra anglicana.

El suicidio de la cristiandad oriental
Saliendo de Europa, pero no de la Cristiandad, pensemos en las tremendas convulsiones vividas por el imperio bizantino, por la cuestión monofisita o la iconoclastia...
Resulta asombroso comprobar cómo los cristianos se han despanzurrado durante siglos en nombre de un Dios de amor por un filioque allá estas pajas. Cuando uno piensa en la situación de los cristianos en Tierra Santa, se asombra de que todavía tengan ganas de currarse entre ellos como no hace mucho en Belén, el día de Navidad, sacerdotes griegos ortodoxos se dieron de escobazos y bofetadas con sacerdotes cristianos armenios en plena basílica de la Natividad y tuvieron que separarlos los policías israelíes.
Se atribuye al Islam la desaparición de los cristianos de Oriente, simbolizada por esos cuatro minaretes junto a Santa Sofía; es en gran parte cierto, pero nunca Mahoma y sus huestes hubieran podido llegar tan lejos de no estar irremediablemente divididos los propios cristianos en distintas iglesias que se aborrecen con secular profesionalidad.

El caso irlandés
Me diréis con razón que el conflicto religioso intercristiano es una reliquia del pasado. Sí, y no.
En España, sin ir más lejos, la Conferencia Episcopal siempre defendió a los obispos etarras hasta  que por fin, a partir de Rouco, los obispos se pudieron del lado de las víctimas y no de los verdugos. Recordemos que la Conferencia Episcopal, accionista de la COPE, quiso echar a Alfonso Ussía por aquel villancico suyo "En el portal de Belén  / ya no tocan la zambomba / porque un hijo de Setién / dicen que ha puesto una bomba".
El caso irlandés es todavía más espectacular porque allí se ha vivido algo muy parecido a una guerra civil religiosa cuyos rescoldos, todavía tibios, pueden volver a incendiar el Ulster. Hasta hace veinte años Irlanda del Norte era una suerte de Beirut con los asesinos y batasunos del Sinn Fein llamados también "republicanos" de un lado y del otro a la Orden de Orange y los escuadrones de la muerte "unionistas". El Sinn Fein son católicos y los unionistas y orangistas protestantes. Ambos son cristianos y debieran creer en el amor etc.  bla, bla, bla...
Recuerdo entre las innumerables bestialidades aquella singular hazaña que consistió en que unos unionistas (protestantes), trasl apalear al joven Harry McCartan (católico), le clavaron las manos a una valla en un remedo de crucifixión. Y esa bestialidad no es nada al lado de los cientos de personas asesinadas a golpe de bomba, y los miles de apaleados y humillados en nombre de Jesucristo (!).
El árbol del odio sólo produce frutos degenerados como el reverendo Paisley, el pastor protestante que interrumpía a Juan Pablo II en el Parlamento Europeo y lo llamaba "Anticristo". A Paisley, por cierto, la Reina Isabel II, Defensora de la Fe y cabeza de la Iglesia Anglicana,  y el gobierno británico del Sr. Cameron lo han nombrado hace dos meses barón de Bannside (!) El ayatollah Paisley está tan chiflado que recuerda a esos discípulos españoles de monseñor Lefebvre que piensan que Franco es la cuarta persona de la Trinidad o que intentan asesinar al Papa para "salvar el catolicismo".

El odio descentra
Vistos los hechos podríamos preguntarnos por la causa que los impulsa. ¿Cómo se puede vestir a Jesucristo con trabuco y boina roja? ¿Qué clase de patología nos permite degenerar tanto?
Así como el amor y la caridad nos permite centrarnos en nosotros mismos y en la realidad, el odio, esencialmente, descentra. En lugar de examinar mi propia conducta para tratar de ser mejor, me entretengo en aborrecer a otros. En este sentido recuerdo cómo Hulk cuando se enfadaba se convertía en un tío desagradable de color verde...
Mientras la jerarquía católica irlandesa se preocupaba de bendecir a los terroristas del Sinn Fein, se olvidó de la situación de los niños sometidos a abusos. En este sentido la carta del Papa Benito a la Iglesia de Irlanda no tiene sólo la virtud de permitir aflorar la verdad -la verdad es profundamente sanadora- sino que le ha dado a la jerarquía católica la opotunidad de recentrarse, concentrándose en una labor positiva: escuchar a las víctimas y hacer justicia, en lugar de despeñarse en la demencia nacional-religiosa.
En conclusión, si los cristianos hemos convertido a través de los siglos el mensaje de amor de Cristo en pretexto de guerras y matanzas ¿qué cabe esperar de otras creencias cuya visión del amor es el sometimiento y cuyos profetas son ante todo jefes militares?