¡La guerra! Uno de los jinetes del Apocalipsis... Los dichosos jinetes que los teólogos no saben cómo interpretar. Uno de los pocos símbolos apocalípticos que no parece dudoso es el del caballo pardo: "Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: Ven. Salió un caballo pardo; al jinete le encargaron que retirase la paz de la tierra, de modo que los hombres se matasen. Le entregaron una espada enorme".
La más segura fórmula para sufrir una guerra consitse en exhibir la propia debilidad. Yo no sé cómo está de verdad nuestro ejército, ni cuáles son las intenciones del sátrapa marroquí. Al fin y al cabo la ministra saliente sancionó a unos militares españoles por poner una bandera española en un monte español y todas sus aspiraciones se reducen a organizar cursillos sobre las diferencias de género en el ámbito artillero, que supongo que pepinazo es una expresión machista, retrógrada y discriminatoria.
Dejando de lado a los chifladoz y zuz miniztroz, podemos hacernos una serie de preguntas: nuestro ejército, ¿está bien? ¿Tiene los medios necesarios para defendernos? ¿Cómo anda de ánimos? ¿Qué ocurriría si nos ataca Marruecos?
Hace trece siglos, en el 711, los moros invasores no necesitaron de grandes batallas ni escabechinas: les bastó llegar a acuerdos con los nobles locales, que los privilegiados son sangre de Judas y carne de traición. Si Marruecos atacara, ¿podemos fiarnos de lo que harían los amos de algunas autonomías? ¿Entregaríamos Alicante, Canarias, Ceuta o Melilla con la misma facilidad con la que entregamos el Sahara?
El otro día oí al inmenso Juan Pando recordar en la radio algunas duras realidades acerca de la guerra, mientras evocaba la increíble matanza de la I Guerra Mundial: las guerras no paran por la noche, ni los fines de semana; las guerras matan, y mucho.
Otras generaciones han conocido la peste, el hambre, la guerra... Mi generación es la primera de la historia de Europa que no ha conocido ni la guerra, ni la peste, ni el hambre.. Me gustaría que siguiera siendo así.
Los militronchos son gente seria, sobre todo los que tienen en su hoja de servicios el "valor acreditado" de quien ha vivido situaciones esdrújulas; nadie más razonable ni pacífico que quien ha visto y olido los cuerpos destripados y despedazados en un campo de batalla. Es un olor que te acompaña el resto de tu vida...
En cambio los que montan guerras u organizan cacaos que sólo pueden desembocar en guerras suelen ser gente que no ha hecho ni la mili y para la que las batallas son un remedo infantil, una especie de videojuego que les permite jugar a los soldados.
Recuerdo a este respecto que cuatro días antes de la ofensiva americana en Irak, el 16 de marzo de 2003, el Papa Juan Pablo II, durante el rezo del Ángelus improvisó un discurso tan sentido como sencillo que se resume en "Nunca más la guerra".
"[...] io appartengo a questa generazione che ricorda bene, ha vissuto - e grazie a Dio sopravvissuto - a [la] seconda guerra mondiale, e per quest, per questo ho anche il dovere di ricordare a tutti questi giovani, più giovani, che non hanno questa esperienza, di ricordare e di dire, mai più la guerra".
Traducido viene a ser:
"Debo decir que pertenezco a esa generación que recuerda bien haber vivido y gracias a Dios, sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial, y por eso tengo el deber de recordar a todos estos jóvenes, más jóvenes, que no tienen esa experiencia, de recordar y de decir, nunca más la guerra.
Puede oírse en esta grabación la voz del viejo Karol, con su pila de años, su Parkinson a cuestas, y toda la lucidez de su experiencia.
El Papa se autoplagiaba. Ya había, en enero de 1991 leído una oración en el mismo sentido.
No pretendo con estas palabras decir que todas las guerras son malas: las hay si no justas, al menos necesarias, pero antes de soltar los caballos del Apocalipsis, conviene pensárselo y dar voz a quienes por su experiencia y vocación son los primeros interesados en mantener la paz; me refiero, claro está, a los militares.
No pretendo con estas palabras decir que todas las guerras son malas: las hay si no justas, al menos necesarias, pero antes de soltar los caballos del Apocalipsis, conviene pensárselo y dar voz a quienes por su experiencia y vocación son los primeros interesados en mantener la paz; me refiero, claro está, a los militares.
Hay que evitar un debate que, por ser uno de los más esenciales, no cabe más que en ámbitos mucho más anchos y largos que un ameno blog.
ResponderEliminarLa naturaleza justa o injusta de una guerra se deriva de la naturaleza moral que le atribuya al hombre cada cual. Y eso representa por sí solo mucha tela que cortar.
A riesgo de simplificar, yo diría que la cosa tal vez podría ser expuesta en una corta serie de sencillas consideraciónes, a modo de resumen para gente inteligente.
1.- No hay guerras. Hay agresiones.
2.- La defensa es una obligación moral frente a la ofensa.
3.- La iniciativa es siempre del agresor. Aunque afortunadamente no siempre el que da primero da dos veces.
4.- Una víctima potencial debería tener en cuenta el aforismo de "Si vis pacen para bellum", y tomar una especie de iniciativa preventiva con propósito disuasorio. O sea dotarse de buenos dientes y enseñarlos. La historia demuestra que la agresión es proporcinalmente más probable cuanto más barata suponga el agresor que le puede resultar.
y 4.- La gran suerte que tuvieron los pacifistas a la largo de la historia es que siempre hubo algún belicista cerca para salvarles el pellejo.
Uno de los problemas que ha arrastrado este lupanar llamado Europa desde siempre, es el menosprecio que tradicionalmente han sentido los pueblos por sus fuerzas armadas. Rematado habitualmente por el aislamiento acomplejado con el que la casta militar ha respondido.
Los USA, donde por cierto únicamente se desfila militarmente cuando los boys vuelven a casa victoriosos -casi siempre-, el ejercito es considerado por la gente como el sitio donde los jovenes realizan una de las más sagradas labores que un ciudadano puede llevar a cabo : defender una bandera que representa un modo de vida. La cosmovisión americana.
En el fondo, unos principios, "una constitución", como diría Toqueville.
Nada menos. O sea, como aquí.
¡Ay qué risa!