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LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

"Mais on ne se bat pas dans l'espoir du succès ! Non, non ! C'est bien plus beau lorsque c'est inutile ! "

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miércoles, 5 de octubre de 2011

Nunca más la guerra... espero.


¡La guerra! Uno de los jinetes del Apocalipsis... Los dichosos jinetes que los teólogos no saben cómo interpretar. Uno de los pocos símbolos apocalípticos que no parece dudoso es el del caballo pardo: "Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: Ven. Salió un caballo pardo; al jinete le encargaron que retirase la paz de la tierra, de modo que los hombres se matasen. Le entregaron una espada enorme".
 La más segura fórmula para sufrir una guerra consitse en exhibir la propia debilidad. Yo no sé cómo está de verdad nuestro ejército, ni cuáles son las intenciones del sátrapa marroquí. Al fin y al cabo la ministra saliente sancionó a unos militares españoles por poner una bandera española en un monte español y todas sus aspiraciones se reducen a organizar cursillos sobre las diferencias de género en el ámbito artillero, que supongo que pepinazo es una expresión machista, retrógrada y discriminatoria.

Dejando de lado a los chifladoz y zuz miniztroz, podemos hacernos una serie de preguntas: nuestro ejército, ¿está bien? ¿Tiene los medios necesarios para defendernos? ¿Cómo anda de ánimos? ¿Qué ocurriría si nos ataca Marruecos?

Hace trece siglos, en el 711, los moros invasores no necesitaron de grandes batallas ni escabechinas: les bastó llegar a acuerdos con los nobles locales, que los privilegiados son sangre de Judas y carne de traición. Si Marruecos atacara, ¿podemos fiarnos de lo que harían los amos de algunas autonomías? ¿Entregaríamos Alicante, Canarias, Ceuta o Melilla con la misma facilidad con la que entregamos el Sahara?

El otro día oí al inmenso Juan Pando recordar en la radio algunas duras realidades acerca de la guerra, mientras evocaba la increíble matanza de la I Guerra Mundial: las guerras no paran por la noche, ni los fines de semana; las guerras matan, y mucho.

 Otras generaciones han conocido la peste, el hambre, la guerra... Mi generación es la primera de la historia de Europa que no ha conocido ni la guerra, ni la peste, ni el hambre.. Me gustaría que siguiera siendo así.

Los militronchos son gente seria, sobre todo los que tienen en su hoja de servicios el "valor acreditado" de quien ha vivido situaciones esdrújulas; nadie más razonable ni pacífico que quien ha visto y olido los cuerpos destripados y despedazados en un campo de batalla. Es un olor que te acompaña el resto de tu vida...

En cambio los que montan guerras  u organizan cacaos que sólo pueden desembocar en guerras suelen ser gente que no ha hecho ni la mili y para la que las batallas son un remedo infantil, una especie de videojuego que les permite jugar a los soldados.

Recuerdo a este respecto que cuatro días antes de la ofensiva americana en Irak, el 16 de marzo de 2003, el Papa Juan Pablo II, durante el rezo del Ángelus improvisó un discurso tan sentido como sencillo que se resume en "Nunca más la guerra".
"[...] io appartengo a questa generazione che ricorda bene, ha vissuto - e grazie a Dio  sopravvissuto - a [la] seconda guerra mondiale, e per quest, per questo ho anche il dovere di ricordare a tutti questi giovani, più giovani, che non hanno questa esperienza, di ricordare e di dire, mai più la guerra".
Traducido viene a ser:
"Debo decir que pertenezco a esa generación que recuerda bien haber vivido y gracias a Dios, sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial, y por eso tengo el deber de recordar a todos estos jóvenes, más jóvenes, que no tienen esa experiencia, de recordar y de decir, nunca más la guerra.
Puede oírse en esta grabación la voz del viejo Karol, con su pila de años, su Parkinson a cuestas, y toda la lucidez de su experiencia.

El Papa se autoplagiaba. Ya había, en enero de 1991 leído una oración en el mismo sentido.
No pretendo con estas palabras decir que todas las guerras son malas: las hay si no justas, al menos necesarias, pero antes de soltar los caballos del Apocalipsis, conviene pensárselo y dar voz a quienes por su experiencia y vocación son los primeros interesados en mantener la paz; me refiero, claro está, a los militares.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Odiar en nombre de Cristo

El cristianismo degenerado y sus matanzas

El principio de degenaración lo gobierna todo
Todo lo humano consiste en la lucha a muerte -literalmente- contra la degeneración, no sólo la de nuestro organismo que va reconstruyéndose cada día para mantenerse vivo -hasta que ya no puede y colapsa- sino la de nuestras ideas.
Coges una buena idea, una idea santa, y al cabo de un tiempo, degenera. Degeneran los principios, las personas, las amistades y las cosas, mueren los amores, se agota todo lo humano y el hamster, cansado de correr en su rueda, un día ya no abre los ojos.
Por eso las instituciones que atraviesan los siglos tienen algún tipo de símbolo central, de acto fundamental para reconstruir desde dentro el castillo de naipes. Cada día se celebran en el mundo un millón de Misas. A todas horas, el cristiano se acerca a la Santa Mesa, y se renueva. Si no fuera por esa constante renovación, el cristianismo no habría pasado del siglo I.
Los pobres capullos que se obsesionan contra el enemigo externo del Cristianismo se inventan todos los días un coco distinto, antes eran el Moro, los Judíos y los Masones, luego vino el Comunismo, ahora los malos de moda son de nuevo el Islam y el Laicismo feroz, pero, independientemente de que existan -y es cierto que existen- enemigos jurados de la fe y especialmente del catolicismo, los pobres capullos se olvidan de que el enemigo siempre es interno, soy yo, eres tú, son nuestras debilidades.
¿Nunca os ha sorprendido la cantidad de gente -religiosos incluidos- que ha matado en nombre de Cristo? Siempre que paso por la calle Francisco Silvela me cruzo con la pequeña vía dedicada al primer obispo específicamente madrileño, Narciso Martínez Izquierdo, que fue asesinado por un sacerdote. Y cuando me paseo por Guipuzcoa o Navarra recuerdo las hazañas del cura Santa Cruz, aquella famosa bestia que herraba vivos a los prisioneros liberales y los fusilaba sin confesión para "asegurarse de su eterna condena".

El Continente cristiano y sus permanentes guerras
Si aceptamos que las raíces de Europa son cristianas -y quien no lo admita anda bien ciego- debemos aceptar también que los innumerables conflictos del continente algo tendrían de cristianos. Millones han sido degollados en nombre de Iglesias cristianas Únicas y Verdaderas y detrás de muchos conflictos aparentemente laicos subsisten raices religiosas. Ese es el Gran Misterio del cristianismo: cómo han conseguido ponerle a Jesús armaduras medievales o las kalachnikov de los curas guerrilleros.

El fanatismo español
Empecemos por casa, por España, donde tras la expulsión de los moriscos, hace cuatro siglos, costó Dios y ayuda aceptar otras religiones que no fueran la católica, hasta el punto de que la Constitución gaditana, generalmente considerada como liberal, prohibía otra religión que no fuera la de Roma.
Art. 12. La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohibe el ejercicio de cualquiera otra.
A pesar de que lentamente se aprobaron leyes que autorizaban la predicación de otras religiones, a los primeros misioneros protestantes los echaban de los pueblos, les quemaban sus biblias o les cantaban aquellos de "Fuera fuera protestantes, fuera fuera de la nación, que queremos ser amantes del Sagrado Corazón". Me enseñó entre carcajadas ese dudoso cántico Guillermo Oncíns, amigo anglicano y masón que iluminaba mis domingos con su buen humor y su profunda fe cristiana.
En cuanto a la relación con religiones no cristianas tenemos la expulsión de los judíos en 1492 -atenuada tras la asunción por Felipe II de la corona portuguesa y agravada tras la pérdida de aquella Corona- y la ya mencionada expulsión de los moriscos.

El fanatismo europeo
La historia de Europa consiste en la lenta construcción de un espacio de libertad en un continente que se caracterizó por el fanatismo religioso. Al contrario de los Estados Unidos, en Europa hemos batido todas las marcas de intolerancia, en especial durante la lucha entre los hijos de Roma y los de la Reforma. El caso español no es ni más ni menos llamativo que lo sucedido en las demás naciones de Europa; resulta incluso más moderado: todas las víctimas de la Inquisición constituyen un minúscula fracción de las matanzas de las Guerras de Religión que asolaron la Cristiandad.
Montaigne en su ensayo sobre los caníbales comparaba favorablemente el canibalismo de los tupinamba brasileños -que al fin y al cabo sólo se comían a los muertos- con las bestialidades que él mismo llegó a conocer en la Francia de las guerras de Religión, durante las cuales se entregaron personas a los cerdos para ser devoradas vivas. Pensemos en la aniquilación de la cultura monástica en toda la Europa protestante, el patrimonio cultural entregado a las llamas, las estatuas rotas o fundidas... Recordemos la Irlanda martirizada por el terror anglicano: los católicos reducidos a la categoría de ciudadanos de segunda, despojados de todo, reducidos a la inanición; un pueblo que había evangelizado a Europa en los siglos obscuros, lo perdió todo.
En el Reino Unido la discriminación oficial de los católicos tuvo que esperar el gobierno de Wellington, en 1829, para desaparecer. En Suiza, la última discriminación anticatólica sólo concluyó en 1973 cuando un referéndum, por 790.799 votos contra 648.959 suprimió los artículos de la Constitución helvética que prohibían las actividades de los jesuitas y la fundación de conventos en aquella república.
Además del eterno conflicto entre las iglesias reformadas y el catolicismo, debemos considerar la obsesión anticatólica de las iglesias ortodoxas -pensemos en el viejo Taras Bulba de Gogol- o las salvajadas rusas en Polonia, en el siglo XVIII. Se conservan grabados de aquella época en que aparecen ahorcados un perro, un judío y un católico y debajo la leyenda: "Son lo mismo".
Hablando de judíos, recordemos que Lutero fue el autor de un ensayo profundamente antijudío, Sobre los judíos y sus mentiras, y que el nazismo no es más que la expresión laica del luterano odio al judío a las órdenes de un católico como Adolfo Hitler.

La religión anticristiana del laicismo radical
La obsesión anticristiana del laicismo revolucionario participa del elemento religioso que se supone que quiere extirpar de raíz, porque religioso y muy fanático es el sometimiento a la Diosa Razón; en otra entrada consideramos la idolatría que se practica en las naciones sometidas a la tiranía marxista, donde se adoran momias y estatuas de los caudillos muertos.
La obsesión anticatólica no es el monopolio de la Francia revolucionaria; la mayor matanza de curas y monjas católicos en el siglo XX fue obra de españoles y en España A Javier Pruszyński, que llegó a ser embajador de la Polonia comunista en los Países Bajos, le llamó la atención la persecución antirreligiosa en la zona republicana y sentenció: “Las principales víctimas de la Revolución francesa fueron los aristócratas y cortesanos; las de la Revolución rusa, los terratenientes y las de la revolución española, los curas”. El fusilamiento del monumento al Corazón de Jesús es algo tan increíble que si no existieran fotografías, nadie se lo tragaría.
Notemos también que el genocidio anticatólico en zona roja tiene un siniestro paralelo en zona nacional donde se asesinó a un pastor protestante como Atilano Coco o se trató de exterminar a los masones, comunistas y demás rojos.
Y es que el enfrentamiento entre rojos y azules no se puede desligar del todo del conflicto entre catolicismo y protestantismo, pero en una versión simétrica negativa: anticatolicismo en los rojos y antiprotestantismo en los azules. Notemos que los rojos que mataban curas, habían recibido el Bautismo y eran, nominalmente, cristianos.

Las luchas entre distintas confesiones protestantes
Añadamos las seculares persecuciones entre los distintos cristianos no-católicos: luteranos contra anabaptistas (el grabado de la izquierda es del clásico menonita Martyrs Mirror) y anglicanos contra puritanos...
Así, a las distintas Inquisiciones católicas se suman las instituciones equivalentes en el mundo protestante como la que permitió a Calvino asesinar a Miguel Servet recurriendo a ese arma de destrucción masiva del pensamiento y la libertad que han sido los tribunales eclesiásticos, y vale la pena recordar que los peregrinos del Mayflower huían de la Inglaterra anglicana.

El suicidio de la cristiandad oriental
Saliendo de Europa, pero no de la Cristiandad, pensemos en las tremendas convulsiones vividas por el imperio bizantino, por la cuestión monofisita o la iconoclastia...
Resulta asombroso comprobar cómo los cristianos se han despanzurrado durante siglos en nombre de un Dios de amor por un filioque allá estas pajas. Cuando uno piensa en la situación de los cristianos en Tierra Santa, se asombra de que todavía tengan ganas de currarse entre ellos como no hace mucho en Belén, el día de Navidad, sacerdotes griegos ortodoxos se dieron de escobazos y bofetadas con sacerdotes cristianos armenios en plena basílica de la Natividad y tuvieron que separarlos los policías israelíes.
Se atribuye al Islam la desaparición de los cristianos de Oriente, simbolizada por esos cuatro minaretes junto a Santa Sofía; es en gran parte cierto, pero nunca Mahoma y sus huestes hubieran podido llegar tan lejos de no estar irremediablemente divididos los propios cristianos en distintas iglesias que se aborrecen con secular profesionalidad.

El caso irlandés
Me diréis con razón que el conflicto religioso intercristiano es una reliquia del pasado. Sí, y no.
En España, sin ir más lejos, la Conferencia Episcopal siempre defendió a los obispos etarras hasta  que por fin, a partir de Rouco, los obispos se pudieron del lado de las víctimas y no de los verdugos. Recordemos que la Conferencia Episcopal, accionista de la COPE, quiso echar a Alfonso Ussía por aquel villancico suyo "En el portal de Belén  / ya no tocan la zambomba / porque un hijo de Setién / dicen que ha puesto una bomba".
El caso irlandés es todavía más espectacular porque allí se ha vivido algo muy parecido a una guerra civil religiosa cuyos rescoldos, todavía tibios, pueden volver a incendiar el Ulster. Hasta hace veinte años Irlanda del Norte era una suerte de Beirut con los asesinos y batasunos del Sinn Fein llamados también "republicanos" de un lado y del otro a la Orden de Orange y los escuadrones de la muerte "unionistas". El Sinn Fein son católicos y los unionistas y orangistas protestantes. Ambos son cristianos y debieran creer en el amor etc.  bla, bla, bla...
Recuerdo entre las innumerables bestialidades aquella singular hazaña que consistió en que unos unionistas (protestantes), trasl apalear al joven Harry McCartan (católico), le clavaron las manos a una valla en un remedo de crucifixión. Y esa bestialidad no es nada al lado de los cientos de personas asesinadas a golpe de bomba, y los miles de apaleados y humillados en nombre de Jesucristo (!).
El árbol del odio sólo produce frutos degenerados como el reverendo Paisley, el pastor protestante que interrumpía a Juan Pablo II en el Parlamento Europeo y lo llamaba "Anticristo". A Paisley, por cierto, la Reina Isabel II, Defensora de la Fe y cabeza de la Iglesia Anglicana,  y el gobierno británico del Sr. Cameron lo han nombrado hace dos meses barón de Bannside (!) El ayatollah Paisley está tan chiflado que recuerda a esos discípulos españoles de monseñor Lefebvre que piensan que Franco es la cuarta persona de la Trinidad o que intentan asesinar al Papa para "salvar el catolicismo".

El odio descentra
Vistos los hechos podríamos preguntarnos por la causa que los impulsa. ¿Cómo se puede vestir a Jesucristo con trabuco y boina roja? ¿Qué clase de patología nos permite degenerar tanto?
Así como el amor y la caridad nos permite centrarnos en nosotros mismos y en la realidad, el odio, esencialmente, descentra. En lugar de examinar mi propia conducta para tratar de ser mejor, me entretengo en aborrecer a otros. En este sentido recuerdo cómo Hulk cuando se enfadaba se convertía en un tío desagradable de color verde...
Mientras la jerarquía católica irlandesa se preocupaba de bendecir a los terroristas del Sinn Fein, se olvidó de la situación de los niños sometidos a abusos. En este sentido la carta del Papa Benito a la Iglesia de Irlanda no tiene sólo la virtud de permitir aflorar la verdad -la verdad es profundamente sanadora- sino que le ha dado a la jerarquía católica la opotunidad de recentrarse, concentrándose en una labor positiva: escuchar a las víctimas y hacer justicia, en lugar de despeñarse en la demencia nacional-religiosa.
En conclusión, si los cristianos hemos convertido a través de los siglos el mensaje de amor de Cristo en pretexto de guerras y matanzas ¿qué cabe esperar de otras creencias cuya visión del amor es el sometimiento y cuyos profetas son ante todo jefes militares?