Se emite una moneda que tiene a los reyes de España en el anverso y a la muy republicana Clara Campoamor en el reverso.
La asombrosa trayectoria de Clara Campoamor suscitará siempre la simpatía de los buenos: a los diez años perdió a su padre, poco después tuvo que dejar los estudios para empezar a ayudar a su madre, y trabajó de modistilla y de empleada de una tienda; ganó más tarde una plaza de auxiliar de telégrafos y luego otra de enseñanza de adultos. Finalmente, rebasados los 32 años, decidió retomar sus estudios abandonados. Obtuvo el bachillerato y cumplidos los 36 había concluido la carrera de Derecho, convirtiéndose poco después en reconocida y prestigiosa jurista.
Su caso recuerda el de otro estudiante tardío, Iñigo de Loyola, quien con 33 años cumplidos regresó a la escuela y aprendió en Barcelona, en compañía de niños pequeños, el latín que abría la llave de la Universidad y del mundo de las ideas.
La II República que nuestro personaje contribuyó a traer, con entusiasmo, vivió la apoteosis de una Clara Campoamor que, contra la opinión de otras supuestas feministas como Victoria Kent, y enfrentándose a su propio partido, defendió el derecho de la mujer a votar.
Víctima de las dos Españas terribles
Clara Campoamor representa los valores de la España liberal, la tercera España exterminada en su día por las dos Españas terribles, la roja y la azul. Se fue de Madrid en el verano del 36, para evitar que la apiolaran en el Madrid milicianado; en el barco que la sacó de España, unos falangistas planearon asesinarla y el régimen de los vencedores le impidió regresar a su patria: murió en el exilio.
Relató en La revolución española vista por una republicana los sucesos que dieron pie a la guerra civil y a la revolución en la zona republicana. A su testimonio añadió su análisis de lo que fue el conflicto español, abundando en sus orígenes y atreviéndose incluso a augurar el probable final que tendría. Ese análisis podrían asumirlo como verdadero diagnóstico tanto militares como historiadores profesionales.
El debate acerca de una moneda
En junio de 2007 me pronuncié públicamente a favor de la iniciativa de acuñar euros con el rostro de Clara Campoamor, iniciativa que —todavía no sé por qué— molestó a determinadas personas sin duda mal informadas acerca de la trayectoria de la gran feminista española, suscitando el comentario de Juan Manuel de Prada.
Hace una semana surgió la noticia de que ya está disponible una nueva moneda con el rostro de doña Clara, pero se trata de una moneda de plata de veinte euros producida para coleccionistas por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y no de la moneda de uno o dos euros corriente que permitía esperar la proposición aprobada en el Congreso, que suponemos que todavía habrá que esperar. De hecho la disposición que da lugar a la moneda de lujo no cita la resolución aprobada por las Cortes el 12 de junio de 2007, lo cual indica que su acuñación obedece a otro móvil que no es otro que el de conmemorar el centenario del Día Internacional de la Mujer, centenario que coincide con el trigésimo aniversario de la biografía que sobre Clara Campoamor publicaron Concha Fagoaga y Paloma Saavedra, extraordinario trabajo sin el cual quizá hoy día nadie recordaría la trayectoria de doña Clara.
Una moneda simbólica
La moneda es extraña porque no tiene “cruz”; lleva caras en ambos lados: “Juan Carlos I y Sofía” en el anverso, y "Clara Campoamor" en el reverso. Un reverso muy republicano para un anverso tan monárquico.
En el fondo, la referida moneda es un símbolo de los aciertos y contradicciones de nuestra Historia y la superación de obsesiones seculares: Clara representaba la España liberal e inteligente, asesinada por las otras dos, igual de fanáticas, esa España que perdió la guerra por partida doble pero que al final ha ganado la paz. ¿Quién hubiera augurado, en 1975, que la democracia que nadie permitió que se consolidara bajo la II República, acabaría asentándose bajo Juan Carlos I, el sucesor del Invicto Caudillo?
Republicana a machamartillo
Doña Clara era republicana, hija de republicano, hermana de republicano. Y posiblemente, de haber tenido niños, los habría criado como republicanitos. Por cierto, los niños le encantaban: llevó a los tribunales penales a señores que habían obligado a abortar a “su” chica, y presidió una institución, La Cuna y el Madrinazgo del Niño, que se dedicaba a regalar cunas a las mamás menos afortunadas.
De niña su padre les contaba a ella y a sus hermanos que los regalos no se los traían los Reyes Magos sino la República, “que era más buena”. Don Manuel Campoamor era empleado de La Correspondencia de España, y sabemos poco de él, salvo que sus sentimientos republicanos eran inequívocos y que fue bibliotecario del círculo de los republicanos federales en Madrid. De tal padre, tal astilla. Su hermano Ignacio Eduardo fue gobernador civil de Santander y Cuenca, también bajo la II República.
Doña Clara no sabemos si contaba bien los chistes y chascarrillos; pero a la luz de sus escritos no parece dudoso que rebosaba de sentido del humor, y nos gustaría, ahora, mandarle una paloma mensajera al Cielo, donde comparte nube con Sor Juana Inés de la Cruz —a la que dedicó una biografía en clave— y preguntarle: “Doña Clara, a usted que le parece eso de salir en una moneda con los Reyes de España?” No sabemos lo que contestaría, pero sí que se sonreiría pensando, vaya Vd. a saber qué…. ¡Si las cenizas hablaran!
Soberbio Luis.
ResponderEliminarToda tu labor de divulgación, todas tus publicaciones sobre Dña. Clara, cuando nadie se acordaba de ella, son impagables y serán tu marchamo.
Por cierto el mañana hacen una pelicula sobre Dña. Clara Campoamor, en la uno de tv. Espero que sea fiel reflejo de lo ocurrido
ResponderEliminarestoy de acuerdo contigo,eres estupendo luis.
ResponderEliminar¿Qué decir de la personalidad de Dña.Clara Campoamor? Baste constatar que el desconocimiento de un personaje como ella define el calado intelectual de una sociedad.
ResponderEliminarPero la "cuca" provocación que encierran tus comentarios sobre los bajorrelieves de la moneda, que nos ponen una vez más ante ese, al parecer, inevitable destino de la alternativa fatal:o Sánchez Albornoz o Americo Castro, o Belmonte o El Gallo, u Ortega o Gasset... o cara o cruz...o una cosa o la otra... o República o Monarquía..., me toca de lleno, como casi siempre me ocurre con tus guiños maliciosos.
Como es lógico, la reflexión sobre la legitimidad de la propiedad privada fué una de las primeras dudas razonables que mi insegura adolescencia tuvo que afrontar. Los seductores slogans de los santos anarquistas("La propiedad es un robo")encerraban unas enormidades tales que, de grandes que eran, tardé años en caerme de la burra. (¿Como va a existir el concepto de robo si no existe el de propiedad?)
Pero el verdadero problema, el de verdad, no estribaba en la propiedad en sí misma, sino en su transmisión. La herencia.
Y aquí llega la cuestión de la principal característica que ilegitima de raiz a la Monarquía como sistema. Su caracter hereditario.
La herencia me planteó ya en aqueños tempranos años un dilema al que no alcancé jamás a dar una respuesta. Que se herede la riqueza, los bienes económicos, pase. Que se herede el producto de la iniciativa, de la imaginación, del coraje empresarial...pase.
Pero lo que no admite ninguna duda para mí es la ilegitimidad de la transmisión de un bien que jamás debería pertenecer a ninguna persona, por su própia naturaleza: el suelo. El territorio.
No hace falta poseer un talento excepcional, para darse cuenta de que si soy ciudadano de un país es porque ese país lo costituye un espacio físico; geográfico. Ahora bien, si ese espacio es propiedad de un número limitado de conciudadanos, yo no soy más que una especie de inquilino que debo medir con mucha precisión donde pongo mis pies, ya que lo más probable es que llegue a no poder pisar nunca en mi país, que es propiedad privada de otros...
Poseer el producto del trabajo derivado de la explotación del terreno, en sus frutos o sus minerales, nada más legítimo. Pero el control del terreno unicamente en usufructo.
Hecha esta declaración de principios, ahora biene lo mejor... Je je.
Lo único que me parece razonable heredar es el carácter de símbolo del estado democrático que poseen los Reyes que, precisamente por ello no son ni siquiera ciudadanos. Son símbolos. Como el nombre del país. Como la bandera. Como el himno.
Todo ello contínuo. Eterno, si pudiesemos expresarnos con ese terrible término. Pero, sobre todo, indiscutible. ¿Quién es el estúpido que puede hablar hoy de Rey en los términos utilizados en el antiguo debate, no de la monarquía versus no sé qué, sino del absolutismo (monárquico o republicano) y la democracia?
Y, por si fuera poco, esa herencia nos ahorra todo ese dinero que suponen las elecciones, y, sobre todo, toda esa chatarra de maledicencias, estupideces y mentiras para tarados con las que rellenan su tabarra electoral.
SAC0