Hace un tiempo me encontré con un amigo que salía de un despacho de abogados. Estaban tramitándole el divorcio y toda la basura ad hoc, lo más habitual en la católica España donde nadie confía en el matrimonio, la gente prefiere arrejuntarse y los pocos que se casan se descasan; ahora por lo visto se descasan menos porque les une la hipoteca... ¡puro romanticismo!
Me confesó mi amigo su dolor al averiguar que su castísima esposa le había puesto unos cuernos como la Catedral de Burgos, que eran tan púbicos y notorios que hasta él mismo llegó a enterarse, pobriño. Por lo visto no sólo lo sabían su mujer y el agraciado, estaban al tanto también sus cuñados y suegros, lo sabían sus vecinos, sus amigos, sus compañeros de trabajo; lo sabía SITEL, lo sabían Sorayita y Rubalcabra; sus cuernos fueron tratados por la Asamblea de las Naciones Unidas y comentados en las tertulias televisivas y hasta su Santidad aludió al tema en uno de sus sermones dominicales. El único que no lo sabía, por lo visto, era él; bueno, yo tampoco lo sabía, debo precisar, porque soy siempre el último en enterarse de todo y hasta hace muy poco creía que la Princesa del Pueblo era Lady Di y no Belén Esteban.
Un Partido para los cornudos
Sentí ilimitada simpatía por mi amigo; la verdad, es que me siento hermano de todos los cornudos de este lado de la Galaxia y me pregunto si no debiéramos constituir el Partido de los Cornudos, de los engañados de la vida, de los eternos estafados. No necesitamos levantar el brazo ni cerrar el puño, nuestro símbolo es tan práctico como tradicional (ver hermosa foto de la derecha). Arriba todos los cornudos, en pie, cornupeta legión...
Queremos que nos cuenten cuentos, ¡y no sólo nos los cuentan, hasta nos los creemos! Desde que somos niños vivimos sumergidos en el engaño y en la mentira, y no me refiero a las dulces patrañas del Ratoncito Pérez y los Reyes Magos, no, sino a todo lo demás.
¿Creías que nunca te iban a poner los cuernos? ¡Pues te equivocaste! Y no te los puso nadie, no; te los pusiste tú solito: seguiste a falsos profetas, confiaste en indiscretos, votaste por quien no te merecía, te enamoraste de quien te abandonó, confiaste tu dinero a los bancos, creíste en la Justicia y, sobre todo, te traicionaste a ti mismo. La vida consiste en coleccionar cuernos de todo tipo y siempre que me miro al espejo pienso: "Eeeeh toro" y oigo los compases del Gato Montés.
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