Desde que me saqué el carné de conducir, no sólo me he convertido en una amenaza para los inocentes peatones, sino que aprovecho para darme garbeos que antes eran más complicados.
Hace unos días recalé en Dax, una ciudad de las Landas famosa por su fuente natural de agua caliente que proporciona cada hora 100 metros cúbicos de agua a 60º, caudal impresionante que la convierte en la más importante fuente termal de toda Francia.
Según una leyenda local un legionario romano abandonó a su perro enfermo en Dax y se fue de campaña; a su vuelta vio con sorpresa que el perro salía a su encuentro, completamente curado gracias a las beneficiosas aguas de la Fontaine Chaude. Sea o no sea cierta la leyenda -menudo ********, poned el taco que más os guste, el romano, abandonando su perrito, ¿eh?- lo cierto es que Dax conserva restos romanos porque los romanos no tenían rival a la hora de encontrar y explotar fuentes termales; yo me imagino a algún Pomponio Craso o algún Cayo Felicio husmeando el aire como un gorrino trufero y saliendo corriendo raudo y veloz a escarbar una fuente nueva. ¿Y cómo demonios sabían para qué servía el agua? A lo mejor probaban con esclavos que tenían distintos males, veían el que se curaba bebiendo y los que se morían y sacaban del experimento alguna deducción. No se me ocurre otro método.
Obélix se equivocaba, los romanos no estaban locos, ni mucho menos. Es como las ciudades que construían: si tú quieres saber dónde comprarte una casa en una vieja ciudad, averigua primero dónde se instalaron los romanos. Siempre es el mejor sitio, el que no se inunda. Nosotros tenemos computadoras, rayos láser, satelites, Belén Esteban y coñazómetros digitales pero como somos tan listos y chanchipirulis, construimos casas en antiguos cauces secos. Y luego pasa lo que pasa y acontece lo que acontece.
Volviendo a Dax, hay que subrayar que tiene el encanto y también la tristeza de las ciudades levíticas y, como en toda Europa, cesa cualquier actividad a horas en que los españoles tenemos las baterías cargadas a tope (la entrada anterior abundaba en este asunto).
Dax está muy cerca de España, tiene coso taurino y cuando estuve coincidí con un espectáculo de sabor hispánico, Salsa et Toros. Las fiestas de Dax son tan importantes que tienen incluso una advocación mariana, Notre Dame des Ferias. El pasado 12 de agosto, a las 11.15, los aficionados y turistas de Dax le brindaron a Nuestra Señora de las Ferias una ofrenda floral con música del Conservatorio municipal, ¡mais oui!
Se da así la circunstancia de que mientras que en España se quiere prohibir la España milenaria con sus tradiciones -y su crueldad- en Francia se constituyen peñas, así como suena, se imita el uniforme rojiblanco de los sanfermines y se importa todo un vocabulario taurino... Y es que lo español es popular en cualquier lugar del mundo menos en España. También, durante las fiestas, ves a señores disfrazados de legionarios romanos por aquello de la leyenda fundacional.
La catedral de Dax, como tantas otros templos de Francia carece de esos oros y platas que adornan aquí las piedras seculares. El turista no puede imaginar lo que debieron ser aquellas iglesias antes del gran saqueo revolucionario. Si pensamos que el templo más importante de la Cristiandad durante siglos, el de Cluny, fue entregado a los promotores inmobiliarios de aquel entonces para convertirlo en cantera, imaginaréis sin dificultad las bestialidades cometidas en todo el patrimonio artístico de Francia por los iluminados revolucionarios y sus prósperos aliados del comercio.
Lo que falta de adorno se quiere compensar con cierta devoción por el cura de Ars, Juana de Arco -devoción derechista de los años treinta que ha ido perdiendo comba- San Vicente de Paul, Teresita del Niño Jesús o San Luis.
La Catedral de Dax resulta bastante desangelada, un popurrí de estilos que no pegan muy bien pero la visita vale la pena porque dentro del edificio se puede contemplar el espléndido Pórtico de los Apóstoles, lo que queda del antiguo templo gótico que se hundió en 1646 y se trasladó al edificio nuevo a finales del siglo XIX para protegerlo no sé si de las injurias del tiempo o de las de los hombres.
Sacerdotes negros
Cuando entré en el templo, estaba celebrándose la Misa. El sacerdote era negro, pero no de los negros oriundos de Francia, nacidos en la República y que se expresan perfectamente en francés, sino negro africano con un inconfundible acento del África Occidental francesa que evoca para mí gente sonriente, bubús multicolores y atardeceres sobre ríos cálidos donde bostezan los hipopótamos (¡toma cliché!). Más tarde averigüé que el padre era oriundo de Burkina Fasso, la antigua Haute Volta, o sea que mi oído no me engañó.
En Madrid yo he visto sacerdotes negros en los Jesuitas de Maldonado, San Martín y la Concepción. Unos son africanos y otros vienen de la República Dominicana o de otros rincones de América. La verdad es que lo de los sacerdotes negros resulta un gran invento para acabar con el racismo porque uno que está chapado a la antigua todavía besa la mano de los sacerdotes -sí, ya lo sé, soy muy carca pero no pretenderéis que mañana me ponga un anillo en la oreja ni un pircing en la pirula- y se arrodilla en el confesionario: no veas lo bien que te sienta arrodillarte delante de un negro para quitarte de encima los restos de racismo colonial que te puedan quedar pegados en los rincones del alma.
El racismo es una estética perversa que te meten en el biberón sin que te des cuenta... Yo me acuso de haber leído Tintín desde niño y los negros de Tintín tienen los ojos redondos y son como subnormales. Hergé era un señor belga de su tiempo, para el que las mujeres eran un adorno más o menos ridículo, los judíos sórdidos mercachifles con una gran napia característica y los negros una especie de chimpancés amaestrados, más o menos tontitos, muy parecidos a como los veía el Señor Oscuro de América. Ahora sigo leyendo Tintín y disfruto el doble riéndome de su impresionante carga de prejuicios.
Los sacerdotes negros nos recuerdan hechos sin duda negativos -la crisis de vocaciones en los seminarios y el envejecimiento del clero indígena en Europa- pero también positivos: países que fueron un día tierra de misión ahora nos evangelizan a nosotros, nos devuelven la visita. La evolución de la fe a través de los siglos supone que cambias de eslabones pero la cadena permanece. Te preguntas: ¿cuánto le queda a España para convertirse en tierra de misión? ¿Acaso no lo es ya? Nuestras iglesias o están vacías o llenas de viejos, con pocas excepciones. Un fenómeno nuevo en un país como el nuestro que durante siglos ha sido pilar fundamental del orbe católico. Quizá es que nuestro catolicismo era totalmente superficial y dogmático; España y Polonia tuvieron hasta la ley Aído la misma ley para abortar, y mientras que las víctimas legales aquí eran más de cien mil al año, en Polonia no llegaban a trescientas. Los polacos son católicos de verdad, como los irlandeses, mientras que las viejas naciones católicas como Francia, Italia y España se enfrentan a un cambio brutal en su estructura religiosa: mayor presencia de otras fórmulas de cristianismo -fundamentalmente protestantes evangélicos- mayor impacto del islamismo y mayor secularización laicista.
La calle de la Laicidad
Cerca de la Catedral, de repente te topas con la Calle y el jardincillo (square) de la Laicidad -en España diríamos más bien laicismo-. El laicismo es un amable concepto de origen religioso que muchos han convertido en anticatolicismo primario, pero que en sí mismo no es malo; antes bien, la independencia de la Iglesia del Estado siempre ha sido favorable a la Iglesia puesto que la libra del chapapote político.
La rue de la Laïcité es un invento moderno, se inauguró hace menos de un año. Una calle con nombre de concepto suena más bien raro pero bueno, después de bañarme este verano en una piscina entre Freud y Marx, estoy curado de espantos. Ese laicismo urbano se debe a la acción de la asociación francesa de Libres Pensadores conectada a la bisecular tradición republicana, a la influencia cada día más limitada pero perenne del Gran Oriente de Francia y al hundimiento general del prestigio de la Iglesia entrampada en la propaganda sobre abusos sexuales y pedofilia.
El laicismo oficial de esa ciudad francesa contrasta con la santificación de las fiestas y las ofrendas florales a Nuestra Señora de las Ferias. Resulta contradictorio que de una parte se inauguren calles en honor del laicismo y que por otro lado la banda municipal toque en honor de la Virgen; en cierto sentido podemos decir que el turismo será quizá el último cartucho que le quede a la Fe para protegerse del acoso oficial. Por mucho que aquí la Zetagente se empeñe en laicizar la sociedad española no me imagino a Sevilla renunciando al Rocío o las procesiones de Semana Santa, aunque sólo sea para llenar de turistas los hoteles. Por otra parte, la locura del anticristianismo a la española no puede obviar el hecho de que toda la cultura europea es cristiana. ¿Dejaría el Auditorio Nacional de programar el Mesías de Haendel?
Lo interesante de visitar Dax con los ojos abiertos es que no sólo se puede contemplar de un vistazo dos mil años de historia, sino que el viajero puede hacerse una idea de las realidades y desafíos de la fe en una nueva Europa o de la imagen de España y de lo español en una Francia que, contrariamente a lo que muchos españoles creen, siempre ha sentido auténtica pasión por nuestras realidades y costumbres.
Luis Español Bouché