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miércoles, 11 de enero de 2012

Memoria Histórica


El primer deber hacia las víctimas consiste en no olvidarlas. Los españoles necesitan asimilar su Historia, sin maquillarla, para encarar con optimismo el futuro. 

Muchos españoles creen todavía que no ser rojo implica ser azul o que no ser azul implica ser rojo. Las dos Españas, igual de imbéciles, de sanguinarias y de ruines se necesitan mutuamente y la tercera España, la de los liberales, sabe bien lo que le espera: no me hago al respecto ninguna ilusión.

Una historia sin digerir

A mí no me gusta hablar de la Guerra Civil, porque la historia moderna de España no consiste sólo en dolor, fusilamientos, torturas y atentados; también hay una historia de progreso, de prosperidad, de inteligencia y de largos momentos de paz y libertad. España no es sólo, ni debiera consistir sólo en la Guerra Civil. Tampoco debemos esconder lo negativo debajo de una espesa alfombra; como pueblo hemos vivido momentos terribles. No hemos digerido esa parte de nuestro pasado y de nuestro presente, y por no haberla asimilado, nos obsesionamos con ella y no extraemos las necesarias conclusiones. Ese es el motivo de que haya dedicado varios años de mi vida a intentar estudiar y contar de una forma objetiva y no sesgada algunos aspectos de nuestro gran drama nacional. Sin duda he fracasado en mis objetivos, como cualquiera puede comprobar al abrir el periódico.

La memoria de los perdedores

La tan cacareada Memoria Histórica podía haber dado lugar a algo positivo: no se trataba, en principio, más que de rememorar a los perdedores de la Guerra que no fueron objeto de recuerdo —no digamos de justicia— y sobre los que pesaron el olvido o bien la infamia de sentencias condenatorias y nunca anuladas. De algunos ni siquiera sabemos el nombre: son cuerpos anónimos en una fosa común. Los trabajos de Mirta Núñez, los de Eduardo Pons Prades, los relatos de Eduardo de Guzmán o las memorias de Julián Marías dan idea de los niveles de sadismo y de maldad de algunos de los vencedores ensañándose con algunos de los vencidos. Nada más justo que recordarlo; ya el pobre Job se sublevaba contra el olvido del sufrimiento: “¡Tierra, no cubras tú mi sangre, y no quede en secreto mi clamor!” (Job, 16,18)

Exaltación de los verdugos

Lo malo del asunto estriba en que nuestro Gobierno, a quien tanto preocupa la memoria de quienes fueron martirizados por un bando, no parece mirar con idénticos ojos a quienes fueron las víctimas del otro. Resulta asombroso que el mismo día en que se retiraba la estatua de Franco de los Nuevos Ministerios, nuestro Presidente participara en un homenaje a quien se tiene por máximo responsable de la matanza de Paracuellos.

Ahora resulta que quieren borrar del callejero de Madrid los nombres ilustres de Muñoz Seca y de Rufino Blanco, —un gran escritor y un extraordinario pedagogo— por el sólo hecho de haber sido asesinados. Ser víctima por lo visto es un demérito capaz de eclipsar cualquier mérito. Repugna la idea de que se castigue la memoria de unas víctimas asimilándola a la de unos verdugos.

La inteligencia amancebada con el odio

El fanatismo español no es cosa de hoy, ni su naturaleza es estrictamente política, también es culpa de quienes no hemos sabido construir un pensamiento alternativo. Julien Benda ya denunció hace décadas la traición de los intelectuales, que ante las carnicerías de la Historia no han evitado prostituirse, justificando y glorificando a los peores verdugos que conocieron los siglos. Todavía peor, muchos que se llaman historiadores y que por su oficio debieran cultivar la objetividad, sólo son repugnantes propagandistas que cuando abordan nuestro descomunal tragedia se dedican a jalear a alguno de los dos bandos, justificándolos.
A ningún miembro de la derecha democrática francesa o alemana se le pasaría por la cabeza identificarse con el régimen de Pétain o el de Hitler, Sin embargo muchos españoles de la derecha democrática no condenan el régimen de Franco, y hasta lo defienden. Igualmente, son demasiado escasos los miembros de la izquierda democrática española que condenan las matanzas del lado republicano. Me dolió especialmente, hace un mes, comprobar que se presentaba la conmemoración de unas víctimas —los 498 religiosos beatificados— como una victoria del franquismo, cuando en realidad se trata de una victoria de la memoria sobre el olvido. A mí no se me pasaría por la cabeza considerar que el libro sobre las Trece Rosas es una victoria del estalinismo.

Una guerra de exterminio

¿A qué se debe esta situación? Sin duda al carácter de guerra de exterminio que por momentos revistió un conflicto tan largo. Recuerdo ahora mismo un titular a dos páginas del diario Claridad, órgano caballerista del PSOE: “Hay que exterminar a todos los fascistas, a los que se han sublevado y a los que no se han sublevado” o las proclamas del propio Franco: “Sabed, madrileños, que cuanto mayor sea el obstáculo, más duro será por nuestra parte el castigo [...] ¡¡Madrileños!! El día de vuestra libertad está muy próximo. Si queréis salvar la vida y evitaros perjuicios irreparables, entregaos sin condiciones, a nuestra generosidad”. Ya sabemos en qué consistió esa generosidad.

Sí, nuestra guerra fue algo espantoso y quizá convenga hablar de ello, porque la palabra es curativa, diluye los traumas y ayuda a exorcizar nuestros grandes demonios interiores.

Igualdad de las víctimas

Nos sobra mucha estupidez y nos falta mucha caridad. Veinte siglos de cristianismo no han conseguido enseñar a los españoles a pedir perdón. Para mí todas las víctimas son idénticas, son mis compatriotas, son mis hermanos

De los cientos de miles de muertos de la guerra, de la represión de guerra y de posguerra, sólo me fijaré en algunos pocos:

Los 927 hombres, mujeres y niños españoles abandonados por los franquistas a manos de los nazis y deportados a Mauthausen, donde fueron exterminados, son mis hermanos.
Los miles de personas asesinadas en Paracuellos en noviembre de 1936, son mis hermanos.
Las 13 mujeres y jovencitas fusiladas por ser "comunistas" al final de la Guerra Civil y que recordamos como las Treces Rosas, son mis hermanas.
Los 498 mártires, asesinados por su fe, y elevados hace bien poco a los altares, son mis hermanos.

A la víctima, ¿qué más le da el color de la bala? ¿qué más le dan las ideas u obsesiones del verdugo? ¿Tan difícil es de entender? ¿Tan duros son nuestro corazón y nuestro cerebro?

Algún día, las 13 rosas, los 498 beatos, los miles de Paracuellos, los 927 del tren a Mauthausen, y todos los demás mártires de nuestra guerra serán mirados con la misma caridad, con la misma solidaridad, con el mismo amor que debemos tributar a quienes se lo han arrebatado todo, por pensar distinto o por ser distintos que sus verdugos.

Mi amigo Guillermo Oncíns, que era protestante, me enseñó a leer los Salmos, ese antiquísimo concentrado de sabiduría. Uno de los más impresionantes es el de la víctima que no entiende qué provecho puede tener su dolor para el Altísimo: "¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa? ¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?" (Ps, 30, 16). Y es que ante el sufrimiento, no tenemos respuestas, sólo la perplejidad que suscita la inutilidad del mal. Sin embargo Tertuliano recalcaba que la sangre de los mártires es semilla de cristianos; y es que más allá de la fe, hay que aprender a convertir el mal en bien, escuchando las voces de nuestros hermanos muertos, sacando lecciones provechosas de las peores tragedias, superando el veneno del rencor con el antídoto de la caridad.
Algún día dejaremos de usar el dolor y la Historia como armas arrojadizas.
Algún día miraremos hacia atrás sin ira, para poder mirar hacia adelante con esperanza.

Luis Español Bouché
Publicado el 29.11.2007 en Asturias Liberal

martes, 1 de noviembre de 2011

Sólo la víctima puede perdonar... si quiere.

 

En 1996 llegó al poder José María Aznar -¡quince años ya!- y con la ilusión de todos los que por primera vez pisan las espesas alfombras de Moncloa, él y su equipo cayeron en la misma y recurrente estupidez en que incurrieron sus antecesores y que cometería, de nuevo, su sucesor: pensar que se podía conversar con fieras infrahumanas como los etarras.

Años de claudicación
Estaba yo por aquel tiempo profundamente decepcionado con un PP que para alcanzar la mayoría de investidura se había rendido a los nacionalistas catalanes, tras una negociación durante la cual se había agotado toda la vaselina de las farmacias de Madrid.
Desde aquel momento, el PP aceptó la oficial persecución de los hispanohablantes en Cataluña, traicionaba un modelo viable de España y se entregaba a la locura presupuestaria de los pujolets. Incluso le regalaron a Pujol la cabeza de Alejo Vidal Cuadras, para que se entretuviera en la bolera.
Durante aquellos primeros años, para mí Aznar y su partido eran el presidente y socios de la Asociación de Amigos de Judas Iscariote cuyo único entretenimiento consiste en contar monedas, de treinta en treinta. Aznar incluso había adoptado el idioma de los malos y no hablaba de ETA sino del Movimiento Vasco de Liberación, (vídeo aquí).
Supongo que Aznar se dejaba llevar por su sincero deseo de acabar con la excepción española, es decir,  décadas de terrorismo. La misma ilusión que sufrió luego Rodríguez Zapatero o que experimentaron antes Felipe González con sus argelinas conversaciones, y antes que él Calvo Sotelo y Suárez. Al fin y al cabo, Aznar sabía muy bien con quién hablaba puesto que había sufrido en propia carne un atentado de la ETA, siendo todavía jefe de la oposición y sólo salvó el pellejo gracias al blindaje del coche. Me impresionó, por cierto, su serenidad tras el zambombazo.
Durante 1997 y 1998, el Gobierno del PP se empecinó en mandar mensajes equivocados mientras que Eta mataba, y mataba, y seguía matando, entre otros a Miguel Ángel Blanco o a los esposos Jiménez Becerril. Sin embargo en noviembre de 1998 Aznar seguía diciendo "Por la paz y por sus derechos no nos cerraremos, sino que, por el contrario, nos abrimos a la esperanza, al perdón y a la generosidad, y por la paz pondremos lo mejor de nuestra parte para hacerla definitiva con la ayuda y la esperanza de todos" (vídeo aquí). ¿Perdón? ¿Generosidad? Al oír esas palabras, yo reventaba de pura rabia...

La Ley de Partidos y el homenaje a las víctimas
Más tarde Aznar recapacitó y empezó una política de ayuda y de reconocimiento a las víctimas de los terroristas a los que los gobiernos anteriores del PSOE y la UCD ni siquiera se dignaban recibir. Yo colaboraba lo que podía con la AVT y Aznar me empezó a caer bien por primera vez el día en que vi que se sacaba el pañuelo para enjugar las lágrimas de una pobre señora rota por la emoción, que recogía una medallita en recuerdo de su esposo asesinado.
Tras el atentado de Santa Pola en que murieron dos personas, una de ellas una niña, Aznar fomentó una Ley de Partidos que suponía la ilegalización de las organizaciones que no eran más que la proyección electoral de la siniestra banda.
Me dio mucha pena que un hombre que, finalmente, había asestado grandes golpes a la banda terrorista, tuviera que marcharse en las circunstancias en que se marchó, con el mayor atentado de la historia de Europa y doscientos muertos. Me caía y me cae bien; y por eso no entendí sus días de amor y rosas con Gadafi cuando todavía no han recibido ninguna explicación "oficial" las víctimas del atentado de El Descanso, que fue cosa probablemente financiada por Gadafi, patrocinador y mecenas de grupos como Yihad Islámica.
El final deseable de la ETA
Pero no adelantemos acontecimientos; situémonos a principios de 1997. Como siempre los curas, obispos y políticos vascos hablaban de paz y de perdón; yo notaba -los hechos me dieron la razón- que existía mucho capullo en Moncloa dispuesto a equivocarse, one more again. La posibilidad de que el PP claudicara en eso como había claudicado en el tema catalán, no era una fantasía sino una amenaza muy real.
Para que os hagáis una idea de mi estado anímico por aquel entonces, os confesaré que soñaba con acompañar a Virgilio a los infiernos, para visitar la ardiente piscina de pez y azufre que espera -nadie lo dude- a los obispos y curas vascos -la hipocresía no tiene redención- y soñaba con montar guillotinas a vapor para descabezar de una vez a la ETA, sus bombas y sus sobras, un remedio radical para exterminar de raíz aquellas sabandijas. De vez en cuando me dan arranques jacobinos y me pongo el gorro frigio, perdone Vd.
Ahora he cambiado de opinión, creo que ningún verdugo debe ensuciarse las manos con la sangre de un etarra; y siguiendo las directrices de un sapientísimo amigo, creo que lo que hay que hacer con esas alimañas es encerrarlos de por vida en un calabozo hasta que el Ángel de la Muerte pase a visitarles. Eso sí, para ahorrar presupuesto -que mantener un tío en la cárcel sale caro- les ofrecemos una pastilla de cianuro una vez al mes, para que ellos mismos sean, cuando quieran, el brazo ejecutor de su destino. ¿Que no se la toman? Estupendo, hasta el mes que viene, Iñaki, cuídate.

Una carta al director
Corría el año 1997, era un 12 de enero y ABC publicó una carta al director del menda, una cartita sin importancia pero cuyo texto -cambiado por el periódico pero fiel esencialmente al contenido original- podría republicarse una y otra vez, cambiando sólo la fecha. Decía el texto de la cartita:
Sr. Director, En Francia, durante el verano de 1944, verano de Liberación y también de Depuración, en las calles de Tolouse se podía leer un cartel que rezaba lo siguiente: "Perdonar a nuestros propios verdugos es alcanzar una suprema grandeza. Perdonar a los verdugos de los demás es cometer un crimen contra la justicia; es convertirse en el cómplice de la infamia; es un atentado contra el honor de la Nación". Medio siglo después, estas palabras no han perdido un ápice de actualidad. Luis Español.

Los hermanos Karamazov
Un solo apunte más; los autores del cartel sospecho que se inspiraron en la novela Los hermanos Karamazov. Ivan Karamazov, el dramático representante del humanismo ateo, le refiere a su hermano Alejo (Aliocha) la tremenda historia de un general que había hecho despedazar un niño por la jauría; y luego añade:
No quiero que la madre perdone al verdugo: no tiene derecho a hacerlo. Le puede perdonar su dolor de madre, pero no el de su hijo, despedazado por los perros. Aunque su hijo concediera el perdón, ella no tiene derecho a concederlo.
Y yo grito, ¡Viva Kamarazov! leñe, y repito que "perdonar" a los etarras es cometer un crimen contra la justicia, es hacerse cómplice de una infamia y un atentado contra el honor de España.