Más saben los Papas por viejos que por Papas, y Benito 16 ya tiene una respetable pila de años, así que sabe muchísimo. Con quince años le embutieron dentro de un uniforme y lo mandaron a la guerra... Era íntimo amigo de otro viejo sapientísimo, Juan Pablo II, que vivió bajo el terror nazi y la ocupación comunista de Polonia y al que difícilmente le podías vender una burra, por bonita que se la pintaras. Ayer el viejo Joseph dijo algo muy importante en Líbano, en esa mal llamada Tierra Santa que parece algo así como el Parque Temático del Odio. Recordó que "el mal" no es sólo una palabra para personificar nuestros miedos: habló también del Demonio. Así, literalmente, como suena:
"Debemos ser muy conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal necesita de él para desarrollarse. Así, habiendo trasgredido el primer mandamiento, el amor de Dios, trata de pervertir el segundo, el amor al prójimo. Con él, el amor al prójimo desaparece en beneficio de la mentira y la envidia, del odio y la muerte. Pero es posible no dejarse vencer por el mal y vencer el mal con el bien".
Podéis leerlo vosotros mismos aquí. Es un discurso precioso en que se habla del valor heróico del perdón y de su intrínseca eficacia:
"hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para todos (cf. Rm 12,16b.18)."
"hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para todos (cf. Rm 12,16b.18)."
Si os hacéis la pregunta de por qué el Papa ha esperado a estar en Líbano para hablar del Demonio, os podría contestar que, "casualmente", al día siguiente del discurso, es decir, hoy 16 de septiembre, se cumplen 30 años de una matanza, la de Sabra y Chatila, en el mismo Líbano.
Fuerzas falangistas cristianas, con la cómplice pasividad del ejército israelí, entraron en los campos de refugiados palestinos y se dedicaron a matar a diestro y siniestro. Hasta las Naciones Unidas tuvieron que condenar ese hecho mediante la resolucion 521 expresada en términos unívocos: "condena la masacre de civiles palestinos en Beirut".
Fuerzas falangistas cristianas, con la cómplice pasividad del ejército israelí, entraron en los campos de refugiados palestinos y se dedicaron a matar a diestro y siniestro. Hasta las Naciones Unidas tuvieron que condenar ese hecho mediante la resolucion 521 expresada en términos unívocos: "condena la masacre de civiles palestinos en Beirut".
Responsable de aquel horror sin duda fue en gran parte el ejército israelí que, tras invadir Beirut Oeste controlaba todo el perímetro dónde se produjo la matanza y asistió pasivamente a los hechos; más responsables todavía sus jefes directos, el sanguinario Menahem Begin -¡que ese mismo año recibía el Premio Nobel de la Paz!- a la sazón presidente del gobierno israelí, y su no menos sanguinario ministro de Defensa, Ariel Sharon; pero sus culpables directos, los verdugos efectivos de tantos inocentes, los que acuchillaban y disparaban, fueron los falangistas cristianos que vengaron en sangre inocente otras matanzas de signo contrario y el asesinato de su líder, Bachir Gemayel.
Es nueva matanza, como todas las matanzas, no sirvió para nada, fue un tributo más al Mal. Al fin y al cabo, en la misma tierra se sacrifican niños a Moloch desde hace treinta siglos. Han variado los verdugos pero las víctimas son las mismas: los que no se pueden defender.
La matanza suscitó repulsa en Israel y en otros países civilizados y desprestigió la causa de los cristianos libaneses. Se puede comprender la desesperación y la rabia, pero nunca justificarla. El cristiano que se deja invadir por el odio deja automáticamente de ser cristiano. El Papa sabía por tanto muy bien ayer a quién se dirígía y por qué.
Es nueva matanza, como todas las matanzas, no sirvió para nada, fue un tributo más al Mal. Al fin y al cabo, en la misma tierra se sacrifican niños a Moloch desde hace treinta siglos. Han variado los verdugos pero las víctimas son las mismas: los que no se pueden defender.
La matanza suscitó repulsa en Israel y en otros países civilizados y desprestigió la causa de los cristianos libaneses. Se puede comprender la desesperación y la rabia, pero nunca justificarla. El cristiano que se deja invadir por el odio deja automáticamente de ser cristiano. El Papa sabía por tanto muy bien ayer a quién se dirígía y por qué.
Nuestro Enemigo
El enemigo del cristiano es siempre él mismo. El peor enemigo de la Iglesia es la propia Iglesia. Le han hecho más daño a la Iglesia los escándalos sobre pedofilia que todas las persecuciones en el mundo comunista o islámico, y los que odian en nombre de Cristo, bien mal Le sirven. Por eso Benito 16 ha tomado cartas en el asunto de la pedofilia y se dedica a hablar de cómo superar el odio.
Sí, mi peor enemigo soy yo y tú peor enemigo eres tú. Pero también hay otro Enemigo, con mayúscula, y Benito 16 se refirió a él sin tapujos. Y las palabras del Papa Benito me han recordado un discurso de Pablo VI.
Pablo VI es un gran desconocido a pesar de ser el primer papa mediático y televisivo y de haber llevado la responsabilidad del Concilio Vaticano II. Y también fue el primer Papa moderno en referirse al Demonio en un texto que poca gente cita y muchos no han leído en su vida. Nos referimos a su discurso del 15 de noviembre de 1972.
Es un discurso que molesta a los pseudo-progres que quieren pensar que el Mal no es ninguna persona sino un nombre para nuestras debilidades y errores, y también molesta a los carcas porque no se ajusta al cliché que quieren dar de Pablo VI.
El discurso es fascinante, recuerda la Doctrina respecto de Satanás, el Adversario, y los demás demonios. Da algunas indicaciones acerca de cómo detectar lo maligno más allá de lo meramente malo. Finalmente nos proporciona esperanza: el Demonio no debe darnos miedo. Pablo VI, al final de su discurso, detalla las claves para evitar la influencia del Malo: oración y ascesis. La inocencia es la mejor arma contra el Enemigo.
Tomo la traducción de la web catholic.net -aporto algunas modificaciones- que podéis cotejar con el original italiano en la propia web del vaticano, aquí. Cuando tengo una duda sobre la palabra, pongo el original [entre corchetes] y espero que el resultado no sea demasiado traidor con el original. En azul destaco alguna línea.
Discurso de Pablo VI, "Líbranos del Mal"
Audiencia General
15.11.1972
"¿Cuáles son hoy las mayores necesidades de la Iglesia? No os parezca simplista, o incluso supersticiosa o irreal, nuestra respuesta: una de las necesidades mayores es defendernos de ese mal que se llama Demonio.
Antes de aclarar nuestro pensamiento invitamos al vuestro a abrirse a la luz de la fe sobre la visión de la vida humana, visión que desde este observatorio se amplía desmesuradamente y penetra en singulares profundidades... Y en verdad, el cuadro que estamos invitados a contemplar con realismo global es muy bello... Es el cuadro de la creación, la obra de Dios, que Dios mismo, como espejo exterior de su sabiduría y de su potencia, admiró en su substancial belleza, (Gen 1,10)
Después es muy interesante el cuadro dramático de la humanidad, de cuya historia emergen la de la redención, la de Cristo, la de nuestra salvación con sus hermosos [stupendi] tesoros de revelación, de profecía, de santidad, de vida elevada a nivel sobrenatural, de promesas eternas", (Ef. 1,10).
Sabiendo mirar este cuadro, resulta imposible no quedar encantado (S. Agustín, Soliloquios): todo tiene un sentido, todo tiene un fin y todo deja entrever una Presencia-Trascendencia, un Pensamiento, una Vida y finalmente un Amor, por lo que el universo, por lo que es y por lo que no es, se presenta a nosotros como una preparación entusiasmante y embriagadora [inebriante] para algo todavía más bello y más perfecto. (1 Co 2,9; 13,12; Rom 8,19-23)
La visión cristiana del cosmos y de la vida es por tanto triunfalmente optimista; esta visión justifica nuestra alegría y nuestro agradecimiento de vivir, así que celebrando la gloria de Dios cantamos nuestra felicidad (Cf. El Gloria de la Misa)
La enseñanza bíblica
Pero ¿es completa esta visión? ¿es exacta? ¿Acaso no importan las deficiencias que hay en el mundo? ¿las disfunciones del mundo respecto a nuestra propia existencia? ¿el dolor, la muerte, la maldad, la crueldad, el pecado: en una palabra, el mal? ¿y no vemos cuánto mal hay en el mundo? ¿especialmente cuánto mal moral, es decir simultáneamente aunque diversamente, contra el hombre y contra Dios? ¿Acaso no es esto un triste espectáculo, un misterio inexplicable? ¿Y no somos nosotros, precisamente nosotros, seguidores del Verbo, los cantores del Bien, nosotros creyentes, los más sensibles, los más turbados por la observación y la experiencia del mal? Lo encontramos en el reino de la naturaleza, donde tantas manifestaciones suyas nos parece que denuncian un desorden. Después lo encontramos en el ámbito humano donde hallamos la debilidad, la fragilidad, el dolor, la muerte, e incluso cosas peores, una doble ley contrastante, una que quisiera el bien y la otra por el contrario vuelta hacia el mal, tormento que S. Pablo mete en humillante evidencia para demostrar la necesidad y la ventura de una gracia salvífica, de la salvación traída por Cristo (Rom 7); ya el poeta pagano había denunciado este conflicto interior en el corazón mismo del hombre: "video meliora, proboque, deteriora sequor» (Ovidio Met 7,19) [veo lo mejor, lo apruebo, y elijo lo peor]
Encontramos el pecado, perversión de la libertad humana, y causa profunda de la muerte porque es separación de Dios, fuente de la vida, (Rom 5,12), y después, a su vez, ocasión y efecto de una intervención en nosotros y en nuestro mundo de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es por tanto sólo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa.
Se desmarca de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien rechaza reconocerla como existente: y también quien hace de esto un principio en si mismo, no teniendo él mismo, como toda criatura, origen en Dios; incluso la explica como una seudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras malas obras. El problema del mal, visto en su complejidad y en su absurdidad respecto a nuestra unilateral racionalidad, deviene en obsesión. Ello constituye la dificultad más fuerte para nuestra inteligencia religiosa del cosmos. Por eso S. Agustín sufrió durante años: "Quaerebam unde malum, et non erat exitus", Yo buscaba de donde proviniese el mal y no encontraba explicación (Confesiones VII, 5,7,11, etc. P L. 32, 736, 739).
Aquí vemos la importancia de advertir el mal para nuestra correcta comprensión cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero en el desarrollo de la historia evangélica al principio de la vida pública: ¿Quién no recuerda la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo? Después en tantos otros episodios evangélicos, en los cuales el Demonio se cruza en el camino del Señor y figura en sus enseñanzas (Mt 12,43). ¿Y cómo no recordar que Cristo, refiriéndose tres veces al Demonio, como su adversario lo llama «príncipe de este mundo» (Jn 12,31; 14,30; 16,11)?
La amenaza [incombenza] de esta nefasta presencia es señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. S. Pablo lo llama “el dios de este mundo"( II Co 4,4) y nos pone sobre aviso acerca de la lucha contra las tinieblas, que nosotros los cristianos debemos sostener no contra un solo Demonio, sino contra una pavorosa pluralidad: «Revestíos, dice el Apóstol, con la armadura de Dios para poder afrontar las insidias del diablo, porque nuestra lucha no es solamente contra seres de carne y hueso sino contra los Principados y las Potestades, contra los soberanos de las tinieblas, contra los espíritus malignos del aire" (Ef. 6,11-12)
Diversas citas evangélicas nos indican que no se trata sólo de un Demonio, sino de muchos (Lc11,21;Mc 5,9), pero uno es el principal: Satanás, que quiere decir El Adversario, el enemigo; y con él, muchos, todos ellos criaturas de Dios, pero caídos porque se rebelaron y están condenados. (Cf. Denz Sch 800-428); todo un mundo misterioso desbaratado por un drama desgraciado, del que conocemos muy poco.
El sembrador oculto de errores
Sin embargo conocemos muchas cosas de este mundo diabólico, que se relacionan con nuestra vida y con toda la historia humana. El Demonio está en el origen de la primera desgracia de la humanidad; él fue el tentador taimado y aciago del primer pecado, el pecado original (Gen 3; Sb 1,24). De aquella caída de Adán, el Demonio adquirió un cierto poder sobre el hombre, del que sólo la redención de Cristo nos puede liberar. Es historia que aún dura; recordemos los exorcismos del bautismo y las frecuentes referencias de la Sagrada Escritura y de la Liturgia a la agresiva y opresora "potestad de las tinieblas" (Lc 22,23; Col 1, 13)
Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos por eso que éste ser oscuro y perturbador existe verdaderamente, y que con astucia traidora actúa; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana. Recordemos la parábola evangélica reveladora del grano bueno y de la cizaña, síntesis y explicación de la absurdidad que siempre preside nuestras vicisitudes contrastantes: Inimicus homo hoc fecit" (Mt 13,28). Es "el homicida desde el principio... y padre de la mentira", como lo define Cristo (Jn 8,44-45); es el adversario sofístico [insidiatore sofistico] del equilibrio moral del hombre.
Es él el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros, por la vía de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de desordenados contactos sociales en el juego de nuestro obrar, para introducirnos desviaciones, tanto más nocivas cuanto conformes a la apariencia de nuestras estructuras físicas o psíquicas, o de nuestras instintivas y profundas aspiraciones.
Este tema sobre el Demonio y el influjo que él ejercita sobre los individuos, sobre las comunidades, sobre sociedades enteras, sobre acontecimientos es un capitulo muy importante de la Doctrina Católica que se debe estudiar de nuevo, a pesar de que hoy se le da poca importancia.
Algunos piensan encontrar en los estudios sicoanalíticos y siquiátricos o en experiencias espiritistas -hoy por desgracia demasiado difundidas en algunos países- una explicación [compenso] suficiente. Hay quien teme recaer en viejas teorías maniqueas o en pavorosas divagaciones fantásticas y supersticiosas. Hay quienes prefieren mostrarse fuerte y sin prejuicios, positivistas, salvo para hacer suyas tantas patrañas [ubbie] mágicas o populares, o peor aún, para abrir su propia alma - ¡su propia alma bautizada, visitada tantas veces por la presencia eucarística y habitada por el Espíritu Santo!- a las experiencias licenciosas de los sentidos y a aquellas deletéreas de los estupefacientes, como también a las seducciones ideológicas de los errores de moda, fisuras éstas a través de las cuales el Maligno puede fácilmente penetrar y alterar la mente humana. No decimos que todo pecado sea debido directamente a la acción diabólica (S. Th. 1,104,31) pero también es verdad que quien no vigila con cierto rigor sobre si mismo (Mt 12,45; Ef 6,11) se expone al influjo del "Mysterium iniquitatis", al que S. Pablo se refiere (II Ts 2,3-12) y que vuelve problemática la posibilidad [alternativa] de nuestra salvación.
Nuestra doctrina se vuelve incierta, oscurecida como está por las tinieblas mismas que circundan al Demonio. Pero nuestra curiosidad, excitada por la certeza de su profusa presencia [esistenza molteplice], se hace legítimamente dos preguntas:
¿Cuáles son los signos de la presencia diabólica? y ¿Cuáles son los medios de defensa contra tan insidioso peligro?
La presencia de la acción del Maligno
La respuesta a la primera pregunta impone mucha cautela, aunque los signos del Maligno nos parezcan muy evidentes (Cf. Tertuliano, Apol 23). Podemos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios es radical, sutil y absurda, donde la mentira se afirma hipócrita y potente, contra la verdad evidente, donde el amor se ha apagado a causa de un egoísmo frío y cruel, donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (1 Co 16,22; 12,3), donde el espíritu del Evangelio es adulterado y desmentido, donde la desesperación se afirma como la última palabra, etc. Nos no nos atrevemos a profundizar ni emitir diagnósticos en un asunto tan amplio y difícil pero no por ello privado de dramático interés, al cual también la literatura moderna ha dedicado páginas famosas (Cf. Las obras de Bernanos, estudiadas por Ch. Moeller Littérature du XX siècle,I, Pag 397 ss; P. Macchi Il volto del male di Bernanos: satan; Études Carmélitaines, Desclée de Br. 1948)
El problema del mal aparece como uno de los más grandes y permanentes problemas para el espíritu humano, incluso después de la respuesta victoriosa que nos da Jesucristo: "Nosotros sabemos que hemos nacido de Dios, y que todo el mundo ha sido puesto bajo el Maligno"(I Jn 5,19).
Nuestra defensa
A la otra pregunta: ¿Qué defensa, qué remedio poner a la acción del Demonio? La respuesta es más fácil formularla que ponerla en práctica. Podremos decir: Todo lo que nos defiende del pecado, nos defiende por ello mismo del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia asume un aspecto de fortaleza y después cada uno recuerda lo que la pedagogía apostólica había simbolizado en la armadura de un soldado, las virtudes que pueden hacer invulnerable al cristiano (Rom l3,12; Ef 6,11.14.17; 1 Ts 5,8). El cristiano debe ser militante, debe ser vigilante y fuerte (I Pe 5,8); y a veces debe recurrir a algún ejercicio ascético especial para alejar ciertas incursiones diabólicas; Jesús así lo enseña indicando el remedio «en la oración y el ayuno" (Mt 9,29 ). El Apóstol sugiere la línea maestra a tener en cuenta: "no os dejéis vencer por el mal, antes bien, venced al mal con el bien" (Rom 12,21; Mt 13,29).
Con la certeza de las adversidades presentes en las que hoy las almas, la Iglesia, el mundo se encuentran, nosotros buscamos dar sentido y eficacia a la acostumbrada invocación de nuestra principal oración: «Padre nuestro... líbranos del mal». A todo esto coadyuda también nuestra Bendición Apostólica.
Confieso haber leído este largo artículo con el respeto y la distancia propios de mí condición de agnóstico civilizado. En consecuencia no tengo comentario alguno que hacer en cuanto a su relato religioso.
ResponderEliminarNi siquiera cuando hachos dramáticos, que todos recordamos con dolor (Sabra y Shatila), son mencionados en relación con aspectos doctrinales propios de la cosmovisión cristiana o católica.
Dicho esto, tus afirmaciones respecto de unas graves responsabilidades morales, por parte de las fuerzas armadas israelís y en consecueencia su gobierno de la época, creo que merecen alguna observación por mí parte.
Naturalmente debo dejar claro, para quien no me conozca, que yo no pretendo ser imparcial, ni lo seré nunca, si de mí voluntad depende, en asuntos como el llamado conflicto de Oriente Medio.
Esto no representa ninguna contradicción con la incansable búsqueda de la verdad.
Y precisamente por ello jamás me creo una palabra de esas explicaciones rotundas, sin fisuras, y que siempre proceden del mismo lado, en las que, como la clave de un arco que es siempre sopechosamente el mismo, la culpabilidad de los judíos encaja sin el mínimo roce o asperidad, para sujetar el conjunto.
Si hubiese albergado la más mínima sospecha previa sobre la mencionada culpabilidad moral de Israel en la masacre de ese barrio de Beirut, eso hubiese supuesto para mi una catástrofe.
No porque Israel, como cualquier estado con un gobierno, no sea susceptible de cometer errores graves, o muy graves, sino porque algo como lo sucedido en Sabra y Shatila no puede representar una bavure.
Simplemente Israel no puede permitírselo.
Por todo lo anteriormente dicho, queridísimo tocayo, en su día me comprometí con una investigación, dentro de mis escasos medios, para reunir todos los datos serios que pudiera, y trate de acercarme honestamente a la verdad de lo sucedido.
Algún día tendremos oportunidad de comentarlos. Por el momento solo dejo sobre tu escritorio mi opinión de que esto, como casi todo lo que se suele decir de Israel, no corresponde la verdad.
Al menos no a toda la verdad.
Querido Saco, no se trata aquí de echar culpas sino de subrayar que en Oriente Medio la inocencia brilla por su ausencia. Si en un lugar del mundo el Maligno se encuentra como en casa, además de Auschwitz, es en Tierra Santa.
ResponderEliminarLa comisión Kahan, realizada en Israel, y por israelíes, estableció la responsabilidad pasiva del ejército Israelí y la de Ariel Sharon.
Efectivamente el gobierno israelí, como gobierno democrático que es, encagó la cración de una comisión de encuesta pública cuyos miembros eran, conforme a la ley, nombrados por el presidente de la Corte Suprema.
EliminarEsa comisión remitió el 8 de febrero de 1983 un informe largo y detallado en el que se describían los hechos ocurridos en septiembre de 1982. Sobre la masacre en concreto el dossier no deja lugar para la ambigüedad: fue cometida por lor miembros de la Falange maronita en exclusiva.
"No albergamos ninguna duda sobre el hecho de que no ha habido ningún complot ni conspiración entre nadie de la dirección civil de Israel o de la dirección del Tsahal y los Falagistas".
Sin embargo la comisión no detiene ahi sus conclusiones e introduce en el debate el concepto de "responsabilidad indirecta", de un carácter más moral que jurídico, que afecta a algunos dirigentes israelís( Ariel Sharon, por ejemplo, dejará sus funciones) a los que acusa de no heber previsto las consecuencias de la entrada de los milicianos cristianos en el barrio, y de no haber tenido en coraje de sacarlos del lugar una vez que los rumores de lo que estaba pasando empezaban a circular.
Lo curioso, una vez más, es que el verdadero autor del crimen, conocido por todo el mundo, el falangista Élie Hobeïka, no fué nunca inquietado, que integrándose en el movimiento pro-sirio y elegido para el parlamento libanés, fué más tarde nombrado ministro por el presidente Hariri. Habiéndose reciclándo posteriormente en próspero hombre de negocios le llegó finalmente su hora en forma de bomba.
El barrio de Sabra y Shatila no era un campamento de refugiados. Era un barrio urbano del Oeste de Beirut en cuyos sótanos y tuneles anexos se depositaba la mayor parte de la reserva en armas pesadas y ligeras de las diversas organizaciones terroristas palestinas.
Esta realidad no cambia nada en absoluto la tragedia de los habitantes civiles, mujeres niños y ancianos que fueron asesinados vilmente. Pero son los detalles concretos los que nos dan una dimensión real de un hecho de esa gravedad, y no las simplificaciones interesadas normalmente diseñadas por las centrales de incomunicación y propaganda de los de siempre.