Una de las razones por las que en España tardan tanto tiempo en cambiar las cosas y somos la patria del concepto de Leyenda Negra son la exageración y el radicalismo con que se expresan los enemigos del statu quo. Y es una pena, porque muchas veces los críticos aciertan en un aspecto de sus diagnósticos, pero el tremendismo los convierte en elementos de risa, en émulos de Fray Gerundio cuyo destino definitivo es la Cacharrería del Ateneo de Madrid, donde todo fracaso tiene su asiento y toda soflama su eco. Esencialmente, las cosas no cambian porque los que hablan de cambios se recrean en un discurso incendiario, perfectamente estéril, que crea más aversión que adhesión. No es ultraderecha ni ultraizquierda, es ultramemez: si quieres intervenir en política, la primera regla que tienes que aceptar es que a la gente normal no le gustan los anormales, y que para llevarte a la cama al público tienes que seducirlo, no espantarlo. Siempre resulta patético ver a señores mayorcitos y vacunados jugar la carta de la provocación infantil: caca, culo pedo, pis… Son versiones castizas de Daniel Cohn-Bendit, encarnación perenne de la impertinencia, al que no le importaría destruir la galaxia para conseguir un escaño.
Hace años que apoyo, y seguiré apoyando, a quienes laboren para democratizar la estructura del PP: le hacen un gran favor al partido y, de rebote, a España. Me gusta la Política con P mayúscula, la de las ideas. Por eso ayer asistí a la presentación de un “Foro del Partido Popular” en el hotel Sanvy, foro que abordaba el tema "Crisis nacional y regeneración del sistema político surgido del pacto de la Transición".
Se habló de todo pero sobre todo se habló demasiado de demasiados temas porque en el fondo aquello era un popurrí de gente muy diversa: los partidarios de la democracia interna, ¡que Alá los bendiga!, y otros señores muy distintos que pretenden modificar España de cabo a rabo y que hoy por hoy son cuatro gatos y España no les hace ni caso porque ni siquiera sabe que existen.
De entrada, los organizadores en su página web nos proponían, para mejorar el partido, cambios constitucionales como acabar con la monarquía, elegir a los fiscales y optar por el régimen provincial en lugar del autonómico. El resultado de ese gazpacho era una sensación de irrealidad. Proponer cambiar España para cambiar el PP es como si para redecorar su boudoir Madame de Pompadour pretendiera arrasar Versalles. Es un concepto neroniano del poder: peguemos fuego a Roma, y así podremos echar a patadas a los gusanos gurtelianos.
Me daba pena que se desperdiciara esa oportunidad porque a lo largo de la farragosa exposición, hubo intervenciones brillantes como la de una diputada del parlamento catalán, Carina Mejías, y entre los asistentes se encontraban gente estupenda cuya trayectoria merece general respeto: políticos que apostaron su futuro a la carta de las elecciones primarias, entendidas como democracia interna, o Jesús Neira, apotegma del valor en todas las acepciones del término.
Me daba pena, también porque entre los organizadores tengo buenos amigos, y por eso les digo lo que pienso, porque amigo es el que te da buen consejo y no el que te anima a lanzarte al vacío.
Pero también es cierto que junto a los corruptos, los sicarios, los miserables correveidiles y clones de Pierre Nodoyuna, en el PP hay gente estupenda que cree en España, en la familia, en la democracia, en la libertad y en el trabajo; gente que espera con ansiedad e ilusión nuevos discursos, una estructuración de la diversidad ideológica de un gran partido en el que se juntan desde franquistas recalcitrantes a liberales y republicanos de derechas, pasando por los democristianos.
La verdad es que la gente que mejor me cae del PP son la base actuante, los chavales ilusionados y los nada jóvenes militantes que embuchan sobres, venden lotería para el partido, hacen de interventores en las elecciones o pegan carteles. Son la mejor gente, gente que se merece líderes limpios, líderes sencillos con ideas claras y creencias firmes que se limiten a pretender gobernar bien, sin estridencias, con justicia e ilusión; es una base siempre disponible, siempre voluntaria y que el partido no se merece.
Resulta ridículo pretender desenterrar cadáveres políticos para enfrentarlos a la embalsamada ejecutiva nacional del PP, no tan embalsamada como se cree, pero si muy calladita. Zombis contra Momias es una película que quizá pueda gustar a los amantes del cine gore, pero a mí personalmente me aburre.
Luis Español Bouché