El profesor Rolf Sturmbannhahn, de la Universidad de Tubinga, ha anunciado el descubrimiento de una obra inédita de Freud, "Kurze Erklärungen über die Krümmung der Gurke" -en cristiano Breves consideraciones acerca de la curvatura del pepino- que revela la gran inquietud del maestro vienés por la recurrente presencia del pepino en la idiosincrasia del Super-yo colectivo centroeuropeo. Es una obra de juventud, de cuando todavía el padre del sicoanálisis cuidaba a su clientela a base de farlopa y en algunos extremos recuerda la tesis de Karen Owen.
El estudio de Freud debe mucho a un predecesor francés, "Le rôle de la banane dans la pathologie amoureuse" de Ferdinand de Salconar, gran estudioso de la influencia de los vegetales en la obra de Arcimboldo y autor, a su vez de una tesis doctoral sobre Pipino el Breve, padre de Carlomagno.
Precisamente, Jacques Lacan ya denotaba que quizá la obsesión sexual de Carlomagno se derivaba de aquel mote de su padre, esposo de Berta del Gran Pie. Empeñado en demostrar que de breverías nada y que a él, en cambio, se le conociera por Magno, tuvo el padre de Europa seis mujeres legítimas y unas cuarenta concubinas, lo cual no llamaría la atención en un príncipe musulmán pero siempre resultó algo curioso en un monarca cristiano y además santo -en Francia hubo durante siglos una fiesta de Saint Charlemagne-.
Notaba Lacan que el fenómeno de Carlomagno respecto de su padre es exactamente contrario a la anulación sufrida por Luis XIII ante la infinita fertilidad de Enrique IV de Borbón, empeñado en demostrar que Bourbon y embourber tienen un mismo origen. Hoy día se calcula que nueve millones de franceses descienden del muy rijoso Enrique IV, que con democrático criterio conoció en el más bíblico sentido tanto a las sofisticadas damas de su corte como a las más sencillas campesinas. El más verde monarca europeo llegó a confesar -mienten algunos- que "hasta que cumplió cuarenta años, creía que aquello era un hueso", lo cual tiene más mérito si consideramos que no se bañaba más de tres veces al año y su mujer lo llamaba afectuosamente "el chivo" no tanto por sus aficiones como por su nada embriagador aroma a chotuno.
Su hijo, Luis XIII, fue un tímido sexual del que no se sabe bien si le gustaba la carne o el pescado, pero practicar no practicaba; quizá la panspermia de su padre le puso el cimborrio a media asta... Algo de Enrique IV le ha quedado a los dirigentes de Francia, ya que sus presidentes Giscard y Mitterand no pasarán a la historia por su castidad. Giscard, además, en sus momentos de íntima locura se pone su peluca de Luis XV -salidísimo monarca- del que por lo visto desciende por la mano izquierda.
Su hijo, Luis XIII, fue un tímido sexual del que no se sabe bien si le gustaba la carne o el pescado, pero practicar no practicaba; quizá la panspermia de su padre le puso el cimborrio a media asta... Algo de Enrique IV le ha quedado a los dirigentes de Francia, ya que sus presidentes Giscard y Mitterand no pasarán a la historia por su castidad. Giscard, además, en sus momentos de íntima locura se pone su peluca de Luis XV -salidísimo monarca- del que por lo visto desciende por la mano izquierda.
En Alemania, Austria, y en general en todo el mundo germánico, hay una obesión por lo español desde que el señor Jellinek le puso a los coches de la casa Daimler el nombre de su hija Mercedes. Esa obsesión se traduce en la manía de llamar Apotekhe las farmacias mallorquinas, que hace falta ser gilipollas. La obsesión es consecuencia de una confusión lamentable en la que incide Freud en el manuscrito recién descubierto cuya traducción nos brinda nuestro generoso amigo el distinguido germanista japonés Ken Naboduro:
Alemania es patria del luteranismo, confesión sexualmente confusa puesto que ya se sabe lo del amor luterano un día por el útero y otro por el ano, a fuerza de dar y tomar los alemanes han acabando siendo cristianos que adoran a los árboles y transmiten a sus hijos su pánico al pepino. En los cuentos de nuestra infancia -prosigue Freud- el Coco era un Español cargado de pepinos. El espíritu castrador del protestantismo se traduce, también, en la obsesión de asar las salchichas. La salchicha, cuerpo eminentemente fálico, sufre en Alemania un proceso inquisitorial, un verdadero tormento en el agua hervida o a la plancha.
Solo queda por añadir que de aquellos polvos vinieron estos lodos y que la leyenda negra del pepino español en Alemania se deriva directamente de una patología psicosexual cuyos rasgos ya había adivinado Freud en este trabajo cuya autenticidad ha sido corroborada por todos los especialistas.
La aspirina era con gas, seguro.
ResponderEliminar"Siempre es verano con el pepino en la mano"
ResponderEliminarhttp://www.zappinternet.com/video/VaKfBigPaf/www.adnstream.tv
Saludos desde la tierra de la Reconquista...
¡¡¡¡¡¡ VIVAN LOS PEPINOS ESPAÑOLES, LOS MEJORES DEL MUNDOOOOOO!!!!!!!
ResponderEliminarMª JESUS
Veo que la pimavera hace estragos en los jóvenes de tu edad. Tu ardor adolescente ha agarrado con fuerza el rábano [¿o era el nabo?] por las hojas, en el asunto de los pepinos pátrios, y te has marcado una columna firme y bien enhiesta, como exige el el prestigio y buen nombre de la hombría carpetovetónica.
ResponderEliminarAlgo así es de agradecer en momentos en que arrecia la sempiterna envidia mal disimulada de esos hunos salchichófagos.
Pero ¿Cómo iba a tener ese alemán una hija llamada Mercedes? Se llamaría en todo caso Helga. Mercedes era el nombre de su amante, según me contaron. Lo cual supone el problema que a las Mercedes de aquí cuando nos presentamos en el extranjero tenemos nombre de coche o todoterreno -como el que llevaba Ortega Cano-, es algo similar a llamarse Citroen, pero de más nivel. Besos guapo
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