Vuelvo a ocuparme de mi blog

De paso recupero artículos míos en los desaparecidos portales suite101.net y asturiasliberal.org o artículos borrados de la versión electrónica de abc, preservados por archive.org o por la memoria caché de google.

LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

"Mais on ne se bat pas dans l'espoir du succès ! Non, non ! C'est bien plus beau lorsque c'est inutile ! "

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lunes, 29 de septiembre de 2014

Sólo los ángeles saben la verdad

¡Qué injusta es la vida, que inútil la Historia, qué fracaso el de nuestra memoria!
Más allá de piadosas leyendas, NADIE sabe quién se dio cuenta de que cuando las cabras comían unas bayitas rojas se animaban mucho... Tampoco recuerda la Historia el nombre de quien tuvo la genial ocurrencia de sacar de las referidas cerecitas los granos, ni de quien pensó en tostarlos ni de quien, finalmente, tuvo la ocurrencia de moler los granos tostados y hervirlos en agua, generando una negra pócima que llamamos café...
Como todas las mañanas, mientras disfruto de mi café negro, pienso en que los mayores benefactores del género humano son hoy día desconocidos y elevo mentales monumentos en su honor. Queridos Bolongo, Champacka, Meriem, Shamir o Timoteo, queridos nombes inventados que nos disteis el café y a los que no puedo poner cara...
Sólo los ángeles, los ángeles de Dios que están con nosotros desde el principio de todo, saben las cosas. Qué pena que no las escriban. Mis ángeles no tienen nada que ver con el Ángel de la Historia del pobre Walter Benjamin que era un pesimista de mil pares de narices. Mis ángeles apuntan las cosas en el gran libro de su cabeza, y quizá algún día, si me dejan entrar en el Cielo, pueda rogarles que me pasen la moviola de todo, y sabrán contestarme si les pregunto: ¿quién inventó el café?

viernes, 3 de septiembre de 2010

Napoleón no existió, la ciencia lo demuestra


Los debates entre fe y ciencia suelen nacer de la incomprensión de los límites respectivos del conocimiento

¿Necesito a Dios para hacerme el café?
Esta mañana me tomé un café como me gusta, solo, negro y abundante. Puse agua en la cafetera, no la puso Dios. Puse café molido en el filtro, no lo puso Dios. El café salió humeante de su filtro y se derramó en la jarra. No lo puso Dios. Conclusión: Dios es innecesario para hacerme un café.
Eso sí, podría añadir que el café sabía como Dios y que como todas las mañanas di gracias a Dios por todo, incluido por el café.
Leo en la portada del ABC electrónico que Stephen Hawking, el famoso genio inglés, ha descubierto que Dios no figura en ninguna fórmula de la física cuántica, nuclear, subatómica o miramebiana. Efectivamente, el conocimiento de Dios es perfectamente innecesario para explicar cómo se forman las estrellas, al igual que es perfectamente prescindible para explicar cómo me hago el café.

La Ciencia y la cocina
Las fórmulas de los científicos son, básicamente, recetas de cocina; la Ciencia trabaja con los hechos y le gusta aquello que es comprobable y repetible. A veces incluso consiguen una teoría para explicar los hechos. El científico es como al Hannibal Smith del Equipo A, le gusta que los planes salgan bien, y que los huevos fritos no se agarren a la sartén.
¿Por qué saben los científicos que los gases se licuan a medida que desciende la temperatura y vamos alcanzando el cero absoluto? Porque siempre que se ha hecho, es exactamente lo que ha sucedido. Una y otra vez. Que se trate de un gas noble o proletario, si consigues robar energía al gas -es decir, enfriarlo- el gas se licua.
¿Por qué no cocemos un pollo durante tres días a fuego alto ni durante diez minutos a fuego bajo? Porque la experiencia demuestra una y otra vez, siempre, que en el primer caso el pollo se quema y en el segundo se queda crudo. Y nada de ello tiene que ver con Dios.
Epistemológicamente no hay diferencia entre afirmar que los gases se licuan al acercarse al cero absoluto o que un huevo cocido durante más de veinte minutos se pone duro.
A veces las cosas no salen redondas, porque el cocinero soy yo y la elaboración del pollo asado acaba generando explosiones devastadoras y nubes de humo que cubren Madrid y eclipsan el Sol; también ocurren cosas raras si el científico es Mirameba: el pobre Paco usualmente ve unicornios en su habitación o ratones coloraos al otro lado del microscopio. Vamos, no llegaré a decir que Mirameba está chiflado, a pesar de vivir en el sanatorio de Ciempozuleos, pero reconozco que participa de una visión alternativa de la realidad. Incluso esas excepciones a la regla no son en absoluto inexplicables: en mi caso hay una explicación clarísima y es que Dios me concedió diez salchichas de Frankfurt en lugar de dedos.
Pretender la demostración científica de la existencia de Dios es perfectamente inútil: no existe ningún experimento que empiece por pelar gallinas o poner uranio en una probeta y que al final produzca no sé cuántos gramos de Dios a la plancha o a la riojana.
Dios está totalmente ausente de las ecuaciones de la Física y la afirmación de Hawking es absolutamente congruente y no entiendo bien qué clase de debate se quiere abrir ahora.

La Historia y el conocimiento indirecto
La historia de la Creación, la historia del hombre, nuestra historia reciente, no es materia de conocimiento directo. No tengo bolas de cristal para mirar el pasado ni puedo imaginar un experimento para demostrar que Napoleón perdió Waterloo. Usamos el carbono 14 para fechar cosas, con sus limitaciones; nos basamos en testimonios, reconstruimos verdades y hechos a partir del estudio crítico de las fuentes.
El conocimiento que tengo de la batalla de Waterloo o de Napoleón no es el mismo tipo de conocimiento que me dan la Física o el recetario de Arguiñano. Tampoco puedes producir a Napoleón en una probeta, y no significa que no existiera.

¡Napoleón no existió!
En el siglo XIX se quiso empezar a dudar de la existencia de Jesús a partir del estudio comparado de las religiones: la resurrección de Jesús era un mito basado en la de Osiris, etc. Un genio local, el Sr. Jean-Baptiste Pérès (1752-1840), profesor de matemáticas y de física, magistrado y conservador de la biblioteca municipal de la ciudad francesa de Agen, publicó en 1835 un opúsculo famoso que se reeditó más tarde con el subtítulo primero y luego el título De cómo Napoleón nunca existió, en francés Comme quoi Napoléon n'a jamais existé. El enlace es con una versión seis lustros posterior a la primera. Los que sepáis francés, lo disfrutaréis como lo disfrutó en su día Anatole France, un ateo con sentido del humor que cita ese opúsculo en sus obras.
En conclusión, deducir que Napoleón no existió porque no usé a Napoleón para hacerme el café por la mañana, es una chorrada equivalente a pretender que Dios no existe porque no figura en las ecuaciones de la física. A quien le interesen estos temas, le recomiendo escuchar al padre Carreira, físico jesuita que las explica mucho mejor