Vuelvo a ocuparme de mi blog

De paso recupero artículos míos en los desaparecidos portales suite101.net y asturiasliberal.org o artículos borrados de la versión electrónica de abc, preservados por archive.org o por la memoria caché de google.

LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

"Mais on ne se bat pas dans l'espoir du succès ! Non, non ! C'est bien plus beau lorsque c'est inutile ! "

Mostrando entradas con la etiqueta cocina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cocina. Mostrar todas las entradas

domingo, 12 de julio de 2015

Principio fuerte de Luis Español sobre nutrición


"Si tiene calorías y colesterol, seguro que está buenísimo".


COROLARIO:

"Si no tiene calorías ni colesterol, hay altas probabilidades de que esté asqueroso".

sábado, 18 de septiembre de 2010

Imaginar a Dios, imaginar el Cielo

¿Cómo os imagináis a Dios? ¿Y el Cielo?

Todas las culturas han tratado de pintar la Trascendencia, al Dios Único o a los diez millones de dioses de la India. Dioses con cara de Mono o de Elefante, Dioses griegos atléticos marcando chocolatina en el mármol, Dioses nórdicos armados de la cabeza a los pies y haciendo el bestia.
A Dios hay quien incluso se lo imagina como un monstruo de espagueti volador, pero bueno, es que hay gente muy rara a la que le gusta la cerveza tibia o conducir por Madrid. Mirameba me confesaba que él creía haber visto a Dios entre dos electroshoks, y que le parecía un gran conejo rosa con un tambor, pero yo creo más bien que justo antes de que le soltaran los voltios vio un anuncio de Duracell.
Yo no consigo ponerle cara a Dios, aparte de la de Jesús, y a veces me complace imaginarlo como un Gran Tahur muy parecido a Juan Tamariz, con una inmensa chistera barajando cartas, seiscientas a la vez; Dios me guiña el ojo y me pide que me siente a su mesa, y siempre hace trampas a mi favor, y me sirve ases y reyes de los muchos que se le caen de las mangas o se le derraman del sombrero. ¡Anda, pero si tengo póker y escalera de color! ¡Qué mano más rara! En el fondo la vida consiste en saber jugar las cartas que te tocan y darte cuenta de cuándo tienes un par de ases.
Decía Julián Marías que uno de los problemas del cristianismo consiste en la gran imaginación de los artistas para pintar el Infierno pero la escasa creatividad para imaginar el Cielo. Te vas al museo del Prado y ves unos demonios muy vistosos, como marisco de colores a los pies del San Miguel del Maestro de Zafra.
En cambio los cielos de los artistas son terriblemente tediosos -con la excepción de El Bosco- y suelen mostrar un Dios normalmente barbudo -por lo visto Dios no sabe que existen las maquinillas de afeitar- sentado todo el día en un trono entre nubes rodeado de Ángeles silenciosos y santos tocando el arpa, francamente, no parece muy atractivo.
De hecho, Ramón Menéndez Pidal le preguntó a Julián Marías si a su juicio, llegaría a ver en el Cielo los juglares. Yo estoy seguro de que don Ramón está ahora mismo pasándoselo pipa en un Cielo medieval, tomando nota de las vocales deformadas de un trovador y hablando con el mismísimo Campeador. Y don Julián, con su Lolita, y con el chiquito que se le murió, vaya Vd. a saber lo que estará planeando, tras esa discusión con Unamuno y Plotino en el Ágora celeste.
Sin duda el Cielo debe ser maravilloso y como tal un lugar divertido y lo que aquí es pecado allá estará autorizado. A la monjita nonagenaria que entrega el alma le sorprenderá sin duda renacer como un bombón quinceañero vestido sólo de espuma y saliendo como Venus de una gran almeja. Los que sean castos en este mundo quizá en el otro se divertirán mucho, a calzón quitado; además en el Cielo no hay SIDA ni enfermedades raras.
No te digo la alegría de los ateos contumaces que tras cerrar los ojos para siempre, pensando en su aniquilación y en la Eterna Nada que les aguarda, de repente ven a San Pedro, sonriente, con un pedazo de llave en la mano y a su Ángel de la Guarda que les coge de la mano y se los lleva a descubrir las maravillas de la Eternidad.
En el Cielo tiene que haber perros, lógicamente, porque todos los perros van al Cielo -de los gatos no estoy tan seguro- y también hay extraordinarias bibliotecas con kilométricas estanterías cargadas de libros, y cines en que las películas no estén cortadas, y la verdad es que el Cielo se tiene que parecer mucho al Retiro cuando te paseas con la chica de la que estás tonto perdido; se tiene que parecer a un amanecer entre sábanas, cuando tienes todavía las neuronas en standby y sientes a tu lado la tibia presencia de tu amor.
Tengo días en mi memoria que no me importaría repetir una y otra vez, y supongo que a los demás os pasará algo parecido. Pues el Cielo son mil millones de trillones de días parecidos, y las sábanas están siempre como recién hechas, siempre huelen a limpio y con un toque de lavanda.
El Cielo tiene que ser como si tuvieras un Billete para Cualquier Vuelo en  régimen de Gratis Total por Europa y por el Mundo, en que puedas visitar Praga, Florencia o París sin tener que hacer cola ni despelotarte bajo el arco detector ni problemas de delayed, ni las butacas son para enanos anoréxicos, ni te dan ganas de hacer pis justo en el momento del despegue. En el Cielo sobra tiempo y no envejeces, así que puedes estudiar lo que te dé la gana y ser fontanero durante diez años, vulcanólogo otros treinta, y si te apetece le pides al Jefe que te haga ángel durante un par de millones de años y te vas de galaxia en galaxia visitando mundos y ayudando al personal.
Y, sobre todo, puedes comer lo que quieras, cuando quieras y cuanto quieras, y no te pones malo ni engordas; y puedes fumar lo que té la gana sin que nadie te dé el coñazo.
O quizá es mejor no tratar de imaginar cómo será el Cielo y esperar aquel deseado principio tras el seguro final, y que sea Dios quien nos dé la sorpresa. Seguro que vale la pena.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Napoleón no existió, la ciencia lo demuestra


Los debates entre fe y ciencia suelen nacer de la incomprensión de los límites respectivos del conocimiento

¿Necesito a Dios para hacerme el café?
Esta mañana me tomé un café como me gusta, solo, negro y abundante. Puse agua en la cafetera, no la puso Dios. Puse café molido en el filtro, no lo puso Dios. El café salió humeante de su filtro y se derramó en la jarra. No lo puso Dios. Conclusión: Dios es innecesario para hacerme un café.
Eso sí, podría añadir que el café sabía como Dios y que como todas las mañanas di gracias a Dios por todo, incluido por el café.
Leo en la portada del ABC electrónico que Stephen Hawking, el famoso genio inglés, ha descubierto que Dios no figura en ninguna fórmula de la física cuántica, nuclear, subatómica o miramebiana. Efectivamente, el conocimiento de Dios es perfectamente innecesario para explicar cómo se forman las estrellas, al igual que es perfectamente prescindible para explicar cómo me hago el café.

La Ciencia y la cocina
Las fórmulas de los científicos son, básicamente, recetas de cocina; la Ciencia trabaja con los hechos y le gusta aquello que es comprobable y repetible. A veces incluso consiguen una teoría para explicar los hechos. El científico es como al Hannibal Smith del Equipo A, le gusta que los planes salgan bien, y que los huevos fritos no se agarren a la sartén.
¿Por qué saben los científicos que los gases se licuan a medida que desciende la temperatura y vamos alcanzando el cero absoluto? Porque siempre que se ha hecho, es exactamente lo que ha sucedido. Una y otra vez. Que se trate de un gas noble o proletario, si consigues robar energía al gas -es decir, enfriarlo- el gas se licua.
¿Por qué no cocemos un pollo durante tres días a fuego alto ni durante diez minutos a fuego bajo? Porque la experiencia demuestra una y otra vez, siempre, que en el primer caso el pollo se quema y en el segundo se queda crudo. Y nada de ello tiene que ver con Dios.
Epistemológicamente no hay diferencia entre afirmar que los gases se licuan al acercarse al cero absoluto o que un huevo cocido durante más de veinte minutos se pone duro.
A veces las cosas no salen redondas, porque el cocinero soy yo y la elaboración del pollo asado acaba generando explosiones devastadoras y nubes de humo que cubren Madrid y eclipsan el Sol; también ocurren cosas raras si el científico es Mirameba: el pobre Paco usualmente ve unicornios en su habitación o ratones coloraos al otro lado del microscopio. Vamos, no llegaré a decir que Mirameba está chiflado, a pesar de vivir en el sanatorio de Ciempozuleos, pero reconozco que participa de una visión alternativa de la realidad. Incluso esas excepciones a la regla no son en absoluto inexplicables: en mi caso hay una explicación clarísima y es que Dios me concedió diez salchichas de Frankfurt en lugar de dedos.
Pretender la demostración científica de la existencia de Dios es perfectamente inútil: no existe ningún experimento que empiece por pelar gallinas o poner uranio en una probeta y que al final produzca no sé cuántos gramos de Dios a la plancha o a la riojana.
Dios está totalmente ausente de las ecuaciones de la Física y la afirmación de Hawking es absolutamente congruente y no entiendo bien qué clase de debate se quiere abrir ahora.

La Historia y el conocimiento indirecto
La historia de la Creación, la historia del hombre, nuestra historia reciente, no es materia de conocimiento directo. No tengo bolas de cristal para mirar el pasado ni puedo imaginar un experimento para demostrar que Napoleón perdió Waterloo. Usamos el carbono 14 para fechar cosas, con sus limitaciones; nos basamos en testimonios, reconstruimos verdades y hechos a partir del estudio crítico de las fuentes.
El conocimiento que tengo de la batalla de Waterloo o de Napoleón no es el mismo tipo de conocimiento que me dan la Física o el recetario de Arguiñano. Tampoco puedes producir a Napoleón en una probeta, y no significa que no existiera.

¡Napoleón no existió!
En el siglo XIX se quiso empezar a dudar de la existencia de Jesús a partir del estudio comparado de las religiones: la resurrección de Jesús era un mito basado en la de Osiris, etc. Un genio local, el Sr. Jean-Baptiste Pérès (1752-1840), profesor de matemáticas y de física, magistrado y conservador de la biblioteca municipal de la ciudad francesa de Agen, publicó en 1835 un opúsculo famoso que se reeditó más tarde con el subtítulo primero y luego el título De cómo Napoleón nunca existió, en francés Comme quoi Napoléon n'a jamais existé. El enlace es con una versión seis lustros posterior a la primera. Los que sepáis francés, lo disfrutaréis como lo disfrutó en su día Anatole France, un ateo con sentido del humor que cita ese opúsculo en sus obras.
En conclusión, deducir que Napoleón no existió porque no usé a Napoleón para hacerme el café por la mañana, es una chorrada equivalente a pretender que Dios no existe porque no figura en las ecuaciones de la física. A quien le interesen estos temas, le recomiendo escuchar al padre Carreira, físico jesuita que las explica mucho mejor