A veces busco desesperadamente a Guareschi, al que conocí a través de las traducciones francesas de su Mondo Piccolo y me pregunto qué le parecería esto o aquello. Pero Guareschi ya se ha marchado, y no dice nada. Dentro de un par de días se conmemoran sesenta años de la brevísima revolución húngara que los comunistas aplastaron a sangre y fuego. Releo en un clásico de Guareschi Don Camillo e don Chichi -obra póstuma que Rizzoli publicó durante años con el título Don Camillo e i giovani d'oggi- el homenaje del gran Giovannino a las víctimas húngaras del comunismo y de sus cómplices. Don Camillo organiza una "Messa in suffragio delle anime dei morti d'Ungheria" y un cura y un obispo "progresistas" le significan su desaprobación... A la misa no asiste la derecha -preocupada de que la tilden de reaccionaria, ¿les suena?- pero sí asisten los socialistas -para mostrar que se puede ser marxista sin ser comunista- y también viene Peppone con toda su plana mayor para demostrar que una cosa es ser comunista y otra maoista o estalinista... La comedia del mundo y sus imposturas, y encima del teatro la risa cristalina y un pelín amarga de Guareschi, que desde la sepultura, nos invita a la reflexión... A Guareschi no le importaba llevar la contraria a la moda, a lo actual, a lo vigente. Escribía con el corazón y fue a la cárcel por escribir lo que le daba la gana, sin razón o con ella. Me gusta la gente que como Guareschi era capaz de hablar de los horrores del comunismo en la época de pretendida "distensión". Confieso mi respeto por quienes reivindican las víctimas, que nada pueden hacer por nosotros, en lugar de adular a sus verdugos, que suelen ser gente de provecho; admiro a quienes no olvidan las víctimas del facherío o a las del rojerío; a quienes mantienen vivo el recuerdo de las víctimas de ETA o del Grapo, o a los que levantaron un monumento a los abogados de Atocha; me gustan los investigadores que se inquietan por saber quién fue aquel cuyo cuerpo aparece en una cuneta, al cabo de siete décadas, o quién fue aquel cuyo cuerpo ni siquiera existe porque lo metieron en un horno crematorio...
No me gustan los que confunden el perdón -algo esencialmente personal- con las amnistías o perdones judiciales, ni las amnistías con la amnesia, y desprecio profundamente a quienes pretenden que pasar página consiste en igualar a verdugos y víctimas. Lo peor para una víctima es esa segunda muerte que consiste en olvidarla o ese escarnio que consiste en rebajarla al nivel de su asesino.
Anteayer, me emocioné en el Auditorio Nacional, asistiendo a un concierto en memoria de los valientes y desdichados húngaros asesinados por sus compatriotas comunistas y por las tropas soviéticas, en 1956. Quisieron ser libres y los aplastaron los tanques del Ejército Rojo. Stalin llevaba tres años muerto pero el estalinismo seguía vivo puesto que el estalinismo no es más que un disfraz léxico para el comunismo que no se atreve a decir su nombre, y mataba ayer como sigue matando hoy en China, Cuba o Corea del Norte...
Don Quijote nació en un lugar de Hungría de cuyo nombre nadie quiere acordarse, y por eso decía cosas como "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida..." Los mejores húngaros aventuraron su vida, sí, y muchos la perdieron, y no tuvieron hijos que perpetuaran su memoria. Por eso hay que cuidar su legado, con afecto y respeto, como acariciamos con la mirada la foto de un anciano pariente que ya no está pero al que debemos todo, poniendo flores mentales ante el monumento que levante en su honor nuestra imaginación. Y también debemos recordar que hoy y ahora en Ucrania el neozarismo putinesco está asesinando europeos ante la misma Europa pasiva y sin conciencia que asistió hace sesenta años al martirio de Hungría... Pero Guareschi ya no está, y sigue sin decir nada.