Vuelvo a ocuparme de mi blog

De paso recupero artículos míos en los desaparecidos portales suite101.net y asturiasliberal.org o artículos borrados de la versión electrónica de abc, preservados por archive.org o por la memoria caché de google.

LA CITA DEL MES: Cyrano de Bergerac

"Mais on ne se bat pas dans l'espoir du succès ! Non, non ! C'est bien plus beau lorsque c'est inutile ! "

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lunes, 19 de enero de 2015

Teoría del golpe de estado judicial


No se sabe muy bien qué es y en qué consiste un golpe de Estado.
Para el diccionario de la RAE, se trata de una "Actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes". Esa definición estaría más en la línea de lo que alemán llaman putsh y en español alzamiento. Esa forma de enfocar la cuestión viene avalada por el Código Penal, que sólo castiga, en el ámbito de la rebelión o la subversión, los comportamientos violentos.
Se pueden considerar, obviamente, otro tipo de atentados contra el orden constitucional. Por ejemplo un golpe de estado judicial, una sentencia deliberadamente injusta que, por ejemplo, llegara a modificar el orden de sucesión en la Corona.

Los hechos
El Tribunal Supremo ha rechazado la demanda de paternidad de don Alberto Solá y  aceptado en cambio la de su supuesta hermanastra, doña Ingrid Sartiau. Ya abordé hace quince años el problema de los derechos sobre la corona de los hijos naturales de los monarcas, y no repetiré lo dicho en este mismo blog el 24 de junio pasado.
Supongamos que ambos demandantes son hijos de don Juan Carlos. En el primer caso, se trataría del hijo mayor del pasado Rey; y por lo tanto, con la Constitución en la mano, de su legítimo sucesor como hermanastro mayor de don Felipe, dando pie a una crisis constitucional de mil pares de bigotes. En el segundo caso, el reconocimiento de la paternidad de don Juan Carlos tendría consecuencias privadas para la Familia Real, pero no tendría otro efecto constitucional que sentar un nuevo precedente de nuestra descuajeringación institucional.

Una lectura más allá de lo judicial
Uno, que es avieso, llega a pensar: "¿habrá el Tribunal Supremo considerado estas cuestiones políticas antes de abordar los asuntos planteados? En un tema de la gravedad que nos ocupa, ¿de verdad puede rechazarse un asunto por "defectos de forma"? ¿Se trata sólo de ganar tiempo para permitir a los legisladores alcanzar algún acuerdo sobre el tema constitucional?"
Me encantaría que ni el Sr. Solá ni su supuesta hermanastra sean hijos de don Juan Carlos, porque bastantes problemas tiene ya España con la amenaza separatista y la perspectiva de una llegada al poder de Podemos, como para añadir nuevos lastres a nuestra posible y deseada recuperación.
En cualquier caso, en el irreal supuesto de que los magistrados del Supremo hubieran llegado a pensar que con su decisión estaban salvando el trono de don Felipe, estaríamos ante una nueva modalidad de golpe de estado, un golpe judicial realizado por la cúpula de nuestros tribunales con el fin de vulnerar la legitimidad institucional establecida por la Constitución, pasándose por las narices las normas legales que precisan el mecanismo de sucesión en la jefatura del Estado. Pero eso ni queremos ni lo podemos considerar.

martes, 24 de junio de 2014

Alberto Solá, ¿rey de España?

La monarquía es una institución milenaria que hunde sus raíces en los profundos armarios del tiempo. Reposa sobre pilares que se llaman Historia y Tradición, y sin duda su popularidad como sistema de gobierno se basa en los cuentos de hadas, como ya decíamos aquí.
Hoy día, lo más monárquico que hay en España son los niños las vísperas del 6 de enero, los jugadores de Mus y las niñas que quieren ser princesas.
Si quitamos esa carcoma sentimental que se asienta en elementos irracionales, si tratamos de racionalizar la Monarquía, despojándola de cualquier elemento mítico o místico, la dejamos desnuda, inerme, sostenida sólo por textos legales que suelen ser mucho menos serios y mucho más endebles que la fe de los niños; con los niños siempre puedes contar; con los juristas no. Y las leyes las hacen legisladores que son humanos -demasiado humanos- y cometen errores garrafales.

El Título II de la Constitución
Por ejemplo, la Constitución española vigente de 1978 se redactó mal y se pensó mal. Tiene flecos increíbles...  Echemos un vistazo al artículo 57.1:
La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don  Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos.
Nada diré aquí acerca de la peligrosa coletilla "legítimo heredero de la dinastía histórica" de la que ya traté en su día y que pretendía reafirmar los derechos de don Juan Carlos frente a la evidencia de la Historia: que era el sucesor de Franco. Resulta obvio que no se puede compatibilizar la Constitución con reglas extraconstitucionales o preconstitucionales en aquellos puntos que contradicen nuestra magna carta, que, por si hubiera alguna duda, incluye una expresa Disposición derogatoria.
El reproducido artículo 57.º1 nada dice o precisa respecto a que el sucesor lo sea en virtud de matrimonio o por cualquier otra circunstancia, como la de hijo natural -reconocido o no- o adoptado. Piénsese en lo mal redactado que está el Título II, que ni siquiera previó que sucedía si el Rey decidía adoptar a alguien mayor que el Príncipe de Asturias, por poner un sencillo ejemplo... En su día abogué en la obra Nuevos y viejos problemas en la Sucesión de la Corona Española por una reforma constitucional que resolviera las dudas creadas por la pésima concepción y redacción de nuestra Ley de Leyes. Obviamente, no me han hecho caso...

La igualdad constitucional de los hijos
El artículo 38.2 de la C.E. dice:
"Los poderes públicos aseguran, asimismo, la protección integral de los hijos, iguales éstos ante la ley, con independencia de su filiación, y de las madres, cualquiera que sea su estado civil. La ley posibilitará la investigación de la paternidad".
Añadiremos que esa previsión de la Constitución nos parece acorde con la justicia humana y, sobre todo, con la caridad cristiana. Demasiadas lágrimas han tenido que verter los hijos naturales, los bastardos olvidados, los pobres patitos feos que nunca pudieron decirle "Papá" a su padre...

Fuente: Nieuwsblad
El caso de Albert Solá
Cuando hace quince años publiqué mi modestísimo estudio, evoqué los problemas que se podían presentar y que, de hecho, se han presentado. Ignoraba en aquel tiempo que existiera un señor llamado Alberto Solá que dice ser hijo de don Juan Carlos. El Sr. Solá había solicitado de los tribunales la investigación de su paternidad, pero hasta hace unos días don Juan Carlos era inviolable. Me entero por la revista digital Vanitatis, de que ayer se presentó una ampliación a la demanda, que publica El Confidencial (ver aquí). El Sr. Solá y una supuesta hermanastra suya -otra teórica hija del pasado Rey- figuran en una foto del diario belga de lengua flamenca Nieuwsblad y en otros medios europeos. La historia del Sr. Solá, tal y como se cuenta, es un culebrón:
Capítulo 1. Noche de amor entre un joven don Juan Carlos y una señorita bien, como se decía antes. Capítulo 2. Nace un fruto de ese amor. Capítulo 3. El niño es entregado en adopción. Capítulos siguientes: la aventura del Sr. Solá para determinar la verdad, su búsqueda de documentos, de testimonios... Todo parece tan literario, tan emocionante, tan seductor que parece incierto. Pero, ¿y si fuera verdad? Porque la historia de Jeromín es todavía más rara, y sin embargo es verdad de la buena. Si algo caracteriza nuestra Historia es la ocurrencia de acontecimientos imprevistos e inverosímiles...

El Sr. Solá puede investigar su filiación
La Constitución, como hemos visto, exige que la ley posibilite la investigación de la paternidad. El Sr. Solá pretende que los tribunales le permitan averiguar si sí o no el pasado monarca es su padre. Durante los dos últimos años, este Sr. no ha podido ver satisfecha su demanda en virtud de una interpretación sui generis del precepto constitucional de que el Rey goza de inviolabilidad: el artículo 56.3 dice que "La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. [...]"
Pero don Juan Carlos ya no es el Rey. Y el decreto que se pretende votar ahora para preservar ciertas inmunidades al Rey no tiene la categoría jurídica de la Constitución. Ningún juez puede negarle al Sr. Solá el derecho a investigar su paternidad. ¿Que a lo mejor resulta que todo es una invención y que el Sr. Solá no es hijo de don Juan Carlos? Pues un problema menos. Pero no podemos estar pendientes de que aparezcan nuevos hijos reales o imaginarios.

Foto: Casa Real
Hay otras formas de investigar la filiación
Por otra parte, la colaboración del pasado monarca es lo de menos. En el supuesto de que los genes del Rey no estuvieran disponibles por el motivo que fuera, la paternidad podrá determinarse de otra forma. Quizá el Sr. Solá pueda contar con la ayuda de otros parientes cercanos del monarca. Por ejemplo, supongamos que la infanta Cristina se hubiera sentido afectada por el trato recibido por parte de su real hermano. ¿Quién nos dice que un día no llame al Sr. Solá y le diga, "Oiga, me gustaría saber si Vd. y yo somos hermanastros"? Hay muchas formas legales y biológicas, directas e indirectas, de probar un parentesco...
Quizá la supervivencia de la Casa Real exija que doña Cristina no renuncia a su aforamiento porque ella y sus hijos poseen un patrimonio más valioso que todos los negocios de Noos; me refiero a sus genes, de los que podrían servirse terceros para demostrar su parentesco con la Familia Real. Si la Familia Real, en nombre de la Justicia, excluye a doña Cristina, ¿por qué se iba ella a negar a colaborar con la Justicia? Y quien dice doña Cristina dice otros miembros de la familia.

¿Y si el Sr. Solá es hijo de don Juan Carlos?
Si el Sr. Solá resulta ser hijo de don Juan Carlos, resulta obvio que es el sucesor de don Juan Carlos puesto que nació antes que don Felipe. Y debiéramos considerar la posibilidad de que reinara en España el rey Alberto. Realmente no se podría invocar ninguna razón jurídicamente válida para saltar por encima de esa circunstancia.  En este supuesto, el Sr. Solá en su calidad de hijo podrá usar, como usa su todavía hipotético tío Leandro, el apellido Borbón.
Como el Sr. Solá no ha recibido ninguna formación como futuro monarca, quizá nos ahorráramos muchos problemas si se le hiciera una buena oferta para renunciar por sí mismo a sus posibles derechos, siempre y cuando él mismo no tenga descendientes que vinieran a complicar el asunto todavía más. Se le podría ofrecer una generosa indemnización y un título nobiliario.
Pero si rechaza cualquier oferta, no hay forma humana de evitar que don Felipe vuelva a ser Príncipe de Asturias -siempre que no tenga sucesores, el Sr. Solá- y que don Alberto se convierta en Rey. Esa perspectiva la defiende el separatista vasco y Senador en ejercicio Sr. Anasagasti en su blog (ver aquí).

¿Felipe el Constitucional o el Brevísimo?
Hace unos días Felipe VI juraba sin crucifijo el texto de la Constitución. Lo de quitar el crucifijo se hacía en aras de la aconfesionalidad del Estado y el puntilloso ajuste a las normativas. Vale; aceptamos pulpo como animal de compañía. Pero si nos fumamos las tradiciones en nombre de la legalidad constitucional, entonces Felipe VI, que parece querer pasar a la Historia como Felipe el Constitucional, a lo mejor será el más breve monarca de nuestra historia puesto que esa Constitución que tanto valoramos todos está diciendo claramente que, caso de tener un hermanastro mayor, estaría usurpando la función regia...
Por mucho que algunos medios no quieran abordar el tema, habrá que resolverse a hacerlo. Por ejemplo, hace unos días, Elia Rodríguez y María Díez me entrevistaron sobre esa cuestión en Esradio (se puede oír aquí).

La reforma del texto constitucional
Aparte de poner parches a la situación en forma de soluciones privadas como brindarle al Sr. Solá -si realmente es hijo de don Juan Carlos- la posibilidad de renunciar a sus derechos por el bien de todos, la  única solución razonable pasa por la reforma del texto constitucional. Lo cual no está exento de problemas. Cuando hace quince años sostenía la necesidad de modificar la Constitución en este sentido, añadí lo siguiente: 

El problema máximo que supone tocar la Constitución es el mismo que presidió a su elaboración: la cuestión nacionalista o la actitud republicana de una fracción de la izquierda. Se tiene miedo a cambiar la Constitución. Se tiene miedo a hablar de cambiar la Constitución. Se tiene miedo a mencionar cualquier cosa que afecte a la Corona y a la concepción del Estado. Quizás ese miedo no es infundado. Y por eso el tiempo pasa sin que se resuelva una cuestión tan importante como la de asegurar la Sucesión de la Monarquía.
El tiempo, por desgracia, me ha dado la razón. La verdad, este asunto es tan grave que me encantaría equivocarme. A nadie le gusta el papel de Casandra.

lunes, 2 de junio de 2014

¡Viva Felipe VI!

Don Juan Carlos se ha sumado finalmente a los vientos de renovación en el mundo de las monarquías. Renunció Benito XVI al Papado —la más antigua monarquía del mundo— abdicó la reina de Holanda, abdicó el Rey de los Belgas y, finalmente, ha abdicado don Juan Carlos. Nuevos tiempos, nuevas caras.

Dos periodos de un mismo reinado
Abdicó el 2 de junio de 2014 don Juan Carlos, quien llegó al poder, como sucesor a título de Rey del general Franco, en diciembre de 1975. Su reinado ha superado en el tiempo la larguísima dictadura de su mentor. Don Juan Carlos inició su reinado como gobernante omnímodo, ya que gozaba de todos los poderes heredados del Caudillo, y termina su trayectoria como rey constitucional de un régimen democrático. Tan dilatado reinado se divide por lo tanto en dos periodos, los tres años en que gozó del poder efectivo, hasta diciembre de 1978, y los 36 años siguientes. El papel de don Juan Carlos, desde entonces, es el de un monarca constitucional con poderes de representación y moderación, sin apenas influencia en la vida política al margen de su papel personal en la jornada del 23-F -sobre el que se han vertido tantas falsedades- o de puntuales llamadas al orden y a la cordura cuando eran necesarios.

Normalización de España
El actual sistema democrático del que gozamos en España es obra personal de don Juan Carlos, quien contó con la impagable ayuda de Adolfo Suárez. Quizá no sea casualidad que el recuerdo del Sr. Suárez recientemente fallecido haya inspirado la abdicación de un monarca cuyo papel podría resumirse en la normalización de España. La excepción española ya no existe.
Don Juan Carlos ha sido el monarca con el que España ha dejado de ser una dictadura relativamente aislada y subordinada a la estrategia de los EE.UU. en régimen cuasi-colonial, para convertirse en democracia equiparable a la de otras naciones europeas, integrada en la OTAN en condición de aliada, y en la Unión Europea. En lo bueno y en lo malo España no es extraordinariamente distinta de otras potencias europeas, no goza de una leyenda negra ni de una leyenda dorada: Spain ya no es tan different.
En lo único que sí somos distintos, por desgracia, es que el sistema autonómico no ha servido para solventar el separatismo sino para financiarlo y que hoy por hoy se plantea la desaparición de España como nación


Felipe VI reinará sobre una España distinta
Los defectos y cualidades de la Constitución de 1978 no son atribuibles, ni en lo bueno ni en lo malo al monarca, salvo en lo que se refiere al hecho constitucional en sí mismo, inspirado y alentado por el Rey. Las necesarias reformas constitucionales y políticas de España serán encaradas por su sucesor, Felipe VI, cuyo reinado podrá ser el del renacimiento del poder y de la ilusión española o un remate catastrófico a la obra de su padre. Pero no dependerá de don Felipe sino de los políticos españoles si España, como Nación, se da una oportunidad y pone punto final al desprestigio de las instituciones, a la corrupción y al separatismo, o bien si, lejos de resolver esos problemas, se decide agravarlos con la toma de decisiones sin vuelta atrás.

El papel de la Casa Real
La Casa Real de España moderna es obra de don Juan Carlos. No hubo apenas conexión entre los amigos y cortesanos de Alfonso XIII, el pequeño grupo de fieles al padre del Rey en Estoril y el Príncipe elegido por Franco para sucederle. En su palacete de La Zarzuela don Juan Carlos ha creado casi de la nada una renovada Casa Real, imitando modelos extranjeros. Las tradiciones arcanas no han sido abolidas formalmente sino derogadas por la fuerza de los hechos. La Casa Real no manda ya una carroza a las bodas de los grandes de España —de hecho el Rey se ha despegado de la nobleza con la misma eficacia que doña Sofía de las corridas de toros— y apenas se conservan unos usos seculares. Los príncipes nacidos del fecundo matrimonio de don Juan Carlos y doña Sofía han realizado estudios casi normales en colegios y universidades y se han casado con las personas de su elección. El Rey ha querido reforzar el papel de don Felipe, proporcionándole una formación militar larga y estricta para tratar de hacer durar la institución monárquica en el tiempo. Al Rey nunca le ha hecho gracia la existencia del juancarlismo, es decir, el de personas que acataban su persona pero no la institución monárquica. Ahora con Felipe VI el juancarlismo no tiene ya razón de ser.

La imagen de la Casa Real
La necesaria protección sobre la vida íntima de una familia real sui generis en los momentos en que se trataba de asentar las instituciones en España, ha ido desvaneciéndose lo que ha permitido que noticias sobre la vida íntima o los negocios de miembros de la Familia Real o del propio Rey desdoren la institución.
Que la ahora Reina sea periodista es un indicio claro de la importancia que la comunicación ha tenido y tiene sobre la proyección de la Casa Real en la sociedad española. Papel de don Felipe y doña Leticia, de la ahora Reina Madre y del Rey Padre será devolver a la Institución el prestigio sin el cual la Monarquía carece de sentido en un régimen moderno.

La Sucesión, resuelta
Los problemas sucesorios nacidos de las dudas acerca de la vigencia o no de la Pragmática de Carlos III sobre matrimonios desiguales, la cuestión de los derechos sobre la corona de los hijos naturales o la preferencia del varón sobre la hembra, no han sido formalmente resueltos pero sí allanados por la fuerza de los hechos, que son doctrina más fuerte que todos los tratados de Derecho. Los príncipes se han casado con personas que no forman parte de la realeza, el Príncipe de Asturias va a reinar a pesar de tener hermanas mayores, y ahora tiene sobrados nietos don Juan Carlos como para que nadie se preocupe sobre dudas en cuanto a la sucesión.
Ahora bien, la existencia de un orden de sucesión aparente no es óbice para recordar que existen quizá flecos sueltos en ese hermoso tapiz, la cuestión de los sucesores posibles por la mano izquierda, que quizá hoy no parezca urgente pero convendría solventar.

Especulaciones deshechas
En los últimos años se proyectaron dudas acerca de quién reinaría tras don Juan Carlos. Llegó a plantearse la posibilidad de que se modificara la Constitución, en el sentido de suprimir la primacía del varón sobre la hembra a la hora de suceder, y se especuló con la posibilidad de suprimir la Monarquía como institución.
En los últimos meses, se han podido detectar distintos movimientos de recuperación de la Infanta doña Elena o se han hecho correr rumores sobre la separación de los ahora Reyes, y no parece casual la publicación del libro de doña Pilar Urbano sobre el 23-F…
Lo cierto es que cualesquiera que fueran las intenciones o ilusiones de los especuladores —que no creo que lleguen a conspiradores— el Rey una vez más les ha ganado por la mano. Los que pensaban que Felipe VI no llegaría a reinar tienen que iniciar un trágala personalizado.

martes, 14 de octubre de 2008

Liberales sí, franquistas no

Criticar una postura no significa elogiar la contraria

No quisiera tener que repetir lo que ya expresé en un artículo sobre la Memoria Histórica. Precisamente, lo que menos le perdono al actual gobierno, además de su desprecio por la vida de los no-nacidos, es su morbosa tendencia a evocar la España del 36 en lugar de  resolver los problemas de la del 2008, dando alas a aquellos que viven en el pasado o del pasado.

Dos Españas igual de mentirosas

El revisionismo que nos pinta una II República celestial y una izquierda inocente de toda culpa, ha despertado a los revisionistas azules, a los propagandistas de Franco, de sus pompas y de sus obras, que le ponen cuernos y rabo a los republicanos. Ambos revisionismos son igualmente mentirosos y fanáticos, y cada cual tiene su hinchada, su público y sus lectores

Franquistas de razón, de corazón y sociológicos
Así, en España quedan todavía millones de personas con sentimientos franquistas. Se trata de gente que realmente cree que Franco hizo cosas bien, que nos salvó del comunismo internacional y tal. Muchos de ellos han vivido en directo o a través de los relatos de sus familiares las atrocidades cometidas en la “zona republicana” —en particular la persecución anticlerical— y recuerdan conmovidos el momento en que se acabó aquel terror y empezó el otro, el que no les afectó a ellos, sino a los vencidos.
La gran mayoría de los franquistas en España son franquistas de corazón. Se suman a ellos un puñado de franquistas de razón, empezando por los más respetables que son los bien nacidos, es decir, los agradecidos: de todos los que hicieron buenos negocios gracias al Régimen, algunos, demasiado pocos, tienen el pudor de no hablar mal de quien les hizo ricos. Finalmente existen numerosos franquistas sociológicos: los últimos quince años del Régimen, merced a los gobiernos tecnócratas, fueron prósperos. España creció, se asentó la Seguridad Social, se consolidó una clase media y pudieron regresar los millones de emigrantes que el primer franquismo, el de la autarquía, había condenado al exilio económico.
En aquella época el trabajo era seguro, el paro mínimo, no existía la delincuencia callejera y se podía uno comprar un piso con el sueldo de dos o tres años, mientras que ahora es imposible, como patentiza la actual crisis. Resulta lógico que ese periodo sea recordado con simpatía por muchos de quienes lo vivieron, simpatía a la que no es ajena la nostalgia por la juventud perdida, con sus playas, sus moças de corpo dourado y las mejores canciones de toda la historia. Para la mayoría, los sesenta fueron años alegres

La España de hoy también es la España de Franco
Los sentimientos pertenecen al ámbito privado, pero los artículos de opinión no. Nuestro compañero en liberalismo, Pedro López Arriba, se quejaba del tufo profranquista de un artículo publicado en Asturias Liberal. Leído el artículo de marras la verdad es que me molesta más que se llame cobardes a los vencidos en la Guerra Civil que la exaltación de un personaje como Franco, dado que la España de hoy es la España de Franco, nuestro Rey es su sucesor y la estructura económica y social de nuestro país es en gran parte la que heredamos de 37 años de dictadura que son 37 años de historia de España, nos guste o no.
La Transición no fue una ruptura con el franquismo, fue un cambio a otra cosa desde el franquismo oficial. La genialidad de la Transición consistió en que un ex-ministro de la dictadura como  el Sr. Fraga se compraba un bombín en Londres y se nos convertía en demócrata, mira tú qué bien; en que el marqués de Paracuellos se volvía jovial y simpático y en que el carnicerito de Málaga, siempre tan sensible, dejaba caer una lagrimita al anunciar la muerte del dictador. Reconozcámoslo: la Transición fue una comedia estupenda, un milagro permanente que deja corto al de Santo Domingo de la Calzada, cuando cantó la gallina después de asada. Lo fascinante de la Transición es que si hubiera que repetirla, probablemente habría que seguir los mismos pasos, esa mezcla de cinismo y de amnesia, pero sobre todo de inteligencia, que permitió traer el sin duda mejorable pero nunca bastante alabado régimen de libertades que todavía disfrutamos.

El facherío que se presenta como liberal

Uno de los fenómenos más preocupantes del liberalismo español es la cantidad de fachas que, para hacerse con algún tipo de tarjeta de visita presentable, no dudan en presentarse como liberales. Como el facherío ha sido incapaz de crearse una base política sólida —hay tantas Falanges como falangistas, ni se sabe cuántos partidos carlistas y luego un buen montón de gente rara que pega voces— los fachas se apuntan a lo que encuentran y se infiltran donde les dejan. Debiera ser obvio que no se puede ser franquista y liberal al mismo tiempo. No existe un fascismo liberal igual que no existe un socialismo liberal, ni un comunismo liberal, ni un carlismo liberal. Los estatalismos y los integrismos sólo a regañadientes toleran la libertad. Ya he recordado aquí el aborrecimiento de los “nacionales” por los liberales y cómo acuñaron aquel horrible mostrenco, demoliberal, que siguen utilizando algunos catedráticos de derecho político españoles, no precisamente ilustrados.

Antifranquistas... después de Franco

Escribir contra Franco en el 2008 suena a exhibición de Capitán Araña. Antifranquista había que serlo en 1938, 1948, 1958, 1968 y si me apuráis, incluso en 1978. Pero el artículo dominical de Pedro López Arriba —que, por cierto, fue antifranquista en tiempos de Franco y tuvo el honor de ser procesado por el TOP en el 75— nos recuerda que si Franco ha muerto, su club de fans sigue vivo y que los liberales tenemos la obligación de marcar posiciones si no queremos que un anti-izquierdismo global acabe asimilándonos con el facherío.



El peculiar patriotismo de Franco
En primer lugar, nunca he comprendido que personas patriotas y leídas alaben el patriotismo de Franco, y no me refiero sólo a la gran traición que supuso el Glorioso Alzamiento Nacional. Franco fue un general que utilizó cuerpos de élite de nuestro ejército como Legionarios y Regulares para matar españoles, que organizó una Cruzada a base de tropas moras, que instauró una interminable represión y que acabó con la Edad de Plata de la cultura española; Franco fue un africanista que no dudó en ceder el Rif a Marruecos —incluido el Gurugú, regado de sangre española— dejando inermes a Ceuta y Melilla, y que para hacerse aceptable no dudó en ofrecer a los Estados Unidos un montón de Gibraltares en forma de bases americanas. La España franquista ocultó la guerra de Ifni, fue incapaz de conservar el Sahara con sus valiosísimos fosfatos y regaló al ínclito Macías y a su familia la más rica provincia de África.
El patriota Franco ganó su guerra contra los otros españoles, pero perdió la totalidad de sus aventuras exteriores, empezando por la invasión de Rusia como socio vergonzante de Hitler, siguiendo por el ya referido Ifni y acabando con el Sahara, cuando ya no era más que un espectro pero gobernaba en su nombre Arias Navarro. Trituró el ejército peor que cualquier Azaña, humillándolo, convirtiéndolo en una especie de gran policía armada, sin recursos ni medios.
Esa brillante política impidió que España ingresara entonces en una alianza entre iguales como la OTAN, así que tuvimos que subordinarnos a un mero papel de comparsa de los EE.UU. Dicho vasallaje fue incapaz de conseguir para nuestra patria ayudas equiparables a las del plan Marshall, y España tuvo que esperar a que transcurrieran veinte años de autarquía para recuperar el nivel económico del que gozaba en 1936.

Algo bueno hizo Franco, y es que su régimen salvó más judíos que cualquier otro país de Europa y acogió a miles de pieds noirs huidos de la saturnal argelina, como subraya Gastón Segura en un libro estupendo. No deja de resultar asombroso que el mismo régimen que amparó a miles de hebreos en Hungría, entregara sin embargo a miles de republicanos españoles —mujeres y niños incluidos— a los hornos de Mauthausen. Hasta allí llegó el patriotismo de Franco: no sólo exterminó él mismo a millares de españoles sino que toleró que una nación aliada y amiga, la Alemania de Hitler, acabara con la vida de miles de compatriotas en sus campos de exterminio… Con patriotas como Franco, ¿quién necesita traidores?



Franquistas y chaqueteros

Añadiremos que el análisis del franquismo permite decir que lo peor de Franco no fue, con todo, el propio Franco sino el franquismo oficial, esa gusanera de camisas azules que evolucionaron en demócratas y que fueron los padres de la Transición. Los que despedazaron España en nombre del principio autonómico eran los mismos de la España Una, chaquetas viejas que supieron renovar el vestuario, afeitarse el bigote y dejarse la barba progre…
Para concluir esta larga diatriba, afirmo que condenar el franquismo no significa ensalzar al régimen derribado por la Guerra Civil ni aplaudir a ningún chequista. Condenar las matanzas y asesinatos llevados a cabo en la “zona republicana” tampoco significa extender una patente de inocencia a los franquistas.
Pero eso resulta difícil de entender en España: corazones duros y molleras de granito.
Luis Español Bouché
Publicado el 14.10.2008 en Asturias Liberal

martes, 6 de noviembre de 2007

¿Republicanos o españoles?

El otoño de 2007 será recordado por la más intensa campaña antimonárquica vivida en España desde el advenimiento de don Juan Carlos.

Cuando la prima tuerta de Alicia, cruzó al otro lado del Espejo, se encontró con Sadim, el reflejo de Midas. Con solo tocarlo, Sadim convertía el oro en barro. Hay mucho Sadim por el mundo, reduciendo a desperdicios las ideas más brillantes y valiosas. Y es que en el fondo, todos somos un poco Sadim, porque uno es siempre su peor enemigo y practica, quién más, quién menos, el autosabotaje. Así, los genuinos representantes de un credo o de un sistema suelen desacreditarlo, y los que alardean de sus convicciones son los primeros en desprestigiarlas. Los Papas han sido los peores enemigos del catolicismo y nadie ha asesinado tantos comunistas como Stalin o Mao

El enemigo de la monarquía, son los reyes

¿Quien acabó con las dos Repúblicas españolas, sino las divisiones entre los partidos republicanos? Franco y Queipo se alzaron bajo la bandera tricolor y entonando vivas a la República. Simétricamente, el único enemigo serio que ha tenido la monarquía en España han sido los propios monarcas y príncipes españoles: Fernando VII contra Carlos IV, Isabel II atacada por su tío y sus primos carlistas, y luego por su cuñado Montpensier. Finalmente Alfonso XIII liquidó la Restauración y puso fin a su propio reinado. Las únicas amenazas concretas sobre la opción de don Juan Carlos desde que Franco lo eligió como sucesor “a título de Rey” no se debía tanto a la oposición de Falange, ni de unos exiliados republicanos, sino a la existencia de otros candidatos: el duque de Cádiz, casado con la propia nieta del dictador, los carlistas Borbón Parma (Hugo y Sixto) y… el propio padre del Rey: don Juan. No sabemos si la experiencia del pasado permite hacer previsiones en este ámbito, pero lo más probable es que si en el futuro algo truncara el porvenir de nuestro Monarquía no se deberá a la agitación externa sino que será el producto de asuntos tan internos como los derechos que la Constitución otorga a los hijos naturales, por ejemplo.
En este mismo orden de ideas, o más bien de contradicciones esenciales, hay que subrayar que el franquismo, que se pretendía patriota, sólo ha conseguido desacreditar al patriotismo, identificándolo con el pensamiento antidemocrático. De ahí, sin duda, la timidez de nuestros políticos, a la hora de defender nuestra patria, nuestra casa común.

Republicanos contra la unidad de España

Desde hace una temporada se atacan los símbolos de la unidad: la bandera y la figura del Rey. El continente no puede ser más importante que el contenido, y no creo que destruir el símbolo sea más grave que aniquilar aquello que simboliza. No se puede esperar de nuestro Rey ni de nuestra bandera que representen lo que cada día existe menos, una unidad evanescente. Durante treinta años hemos entregado al separatismo todo el poder y las competencias del Estado, empezando por la educación. España, como nación, existe, sí, pero apenas subsiste.
Si alguien pretende apuntillar nuestra Constitución y acabar con el sistema monárquico no serán desde luego esa caterva de agitadores incendiarios, quemando fotos del Rey y banderas españolas. Lo de castigar en efigie y quemar los símbolos es algo típico de ese mundo viejo, viejísimo, al que pertenecen los separatistas, obsesionados con su particular visión de la Edad Media y sus reinos peninsulares: son tan progresistas que acaban de inventarse la quema del Judas y del Pero Palo, mira tú qué bien. Mañana inventarán el real de vellón, la arroba y el portazgo. No han cambiado. Son los mismos que aplaudían a Fernando VII y gritaban “¡Vivan las caenas!”, no sabían leer, pero, eso sí, quemaban ejemplares de la Constitución. Su programa es el de siempre, el del imbécil vocacional: Lejos de nosotros, Señor, la funesta manía de pensar... Quienes incendian la foto de don Juan Carlos ¿qué sabrán de nuestra historia? ¿Qué sabrán de la Transición y del histórico papel de don Juan Carlos como piloto del cambio? ¡A quemar! Plagiando a Heine, podríamos decir que quienes queman fotografías, acabarán quemando gente, y si no, al tiempo.
Más grave es que una institución como el parlamento catalán haya autorizado ese triste espectáculo al negarse a condenarlo de un modo expreso. Roma no pagaba a los traidores; España, más generosa, le pone a los próceres desleales un coche oficial y un sueldo para toda la vida.

Bandera roja, bandera tricolor

En España nos ponen muy difícil ser republicanos, porque la imagen del republicano no puede ser más lamentable: gente que arranca la bandera española —la de todos— del mástil de un edificio público; gente que se baña en la piscina ajena; gente que quema, insulta y ofende... Plagiando ahora a Cánovas, podríamos decir que republicano en España es el que ya no puede ser otra cosa, el desahuciado intelectual. Y la verdad es que es una pena, porque la idea republicana es perfectamente respetable y algunas de nuestras más distinguidas figuras fueron republicanas a machamartillo: Clara Campoamor, Óscar Esplá, Ortega y Gasset, Sánchez Albornoz, Gumersindo de Azcárate, Castelar, Esquerdo... Al lado de esos gigantes, los tarados que incendian fotos no pasan del nivel de hooligans, de gamberros fascistoides.
No se está debatiendo una idea, no se está hablando ni reflexionando acerca de la bondad o inoportunidad de un sistema político; de lo que se trata es de organizar jaleo y si puede ser de mal gusto, mejor.
El rupturismo es la política más insensata que se pueda imaginar: los que ostentan enormes banderas tricolores en las manifestaciones, ¿nos permitirían a los monárquicos usar una distinta a la oficial si hubiera una III República? Los que no consideran propia la bandera de todos, ¿pretenderán que algún día todos acatemos la suya?
Ese rupturismo es, precisamente, lo que se llevó por delante la II República. Por si lo hubiéramos olvidado, todavía hay quien nos lo recuerda colocando banderas rojas junto a la tricolor, dando a entender que una República, en lo que a ellos respecta, sólo puede ser revolucionaria. Esos le hacen un flaco favor al principio republicano, y en ocasiones nos preguntamos si no los financiará en secreto algún amigo de la Zarzuela. En el fondo es la estrategia más eficaz para garantizar la perennidad de la Monarquía: si los antisistema están contra el Rey, entonces los prosistema estaremos siempre con el Rey. Así de sencillo.

Confusión entre separatismo y republicanismo

La actual campaña antimonárquica es el producto de la confusión de dos fenómenos que no tienen, en rigor, nada que ver, como son el separatismo y el republicanismo.
Desde el punto de vista del separatismo, esa identificación es lógica: ¿cómo va a creer en la Monarquía Española quien quiere separarse de España? El separatista quiere cambiar el Estado del modo más radical: rompiéndolo. Quien pretende romper el Estado ¿por qué va a preocuparse de conservar sus símbolos? Sólo una fracción de los separatistas podría imaginar una especie de Reino Unido de ni se sabe cuántos reinos hispánicos, que a su vez se fragmentarían en nuevas taifas.
En cambio, desde el punto de vista republicano, no hay ningún motivo que justifique la identificación con el separatismo. Eso es tan cierto que algunos de los más destacados republicanos españoles han sido modelos de patriotismo.

Blasco Ibáñez, republicano y patriota
Blasco Ibáñez, por A. Cabeza
Por ejemplo, un hombre profundamente antimonárquico como Vicente Blasco Ibáñez, en su día valencianista. Blasco utilizó, antes incluso que Julián Juderías, la expresión “leyenda negra” refiriéndose a la de España y podía ser tan objetivo que escribía: “Los españoles somos un pueblo dividido allí, en España, por divergencias de ideas, monárquicas y republicanas; pero dentro de esta división del pensamiento, nos encontramos en una situación económica buena”. Y es que el republicanismo no tiene por qué estar reñido con la verdad. Ante su auditorio argentino, Blasco defendía el papel de España en la Historia con estas palabras: “Hemos sido los españoles objeto de odios concitados, y no han faltado pueblos que durante tres siglos se han dedicado con empeño a hablar mal de España y a mentir acerca de ella. En parte puede explicarse la razón de ser de estas cosas teniendo presente que España ha sido un pueblo dominador, y los pueblos dominados no siempre olvidan la venganza que de la servidumbre nace. [...] Y es de advertir —para hacer resaltar toda la injusticia de esta última frase— que los pueblos que más han mortificado a sus pueblos son los que con más tesón nos tildan de crueles. Inglaterra ha exterminado razas al extremo de que poco tiempo hace moría el último tasmán. Las razas de los pueblos subyugados por España subsisten aún, porque dejó en sus dominios lo que en ellos encontró”.

Blasco era republicano, sí, y españolísimo. Representaba la ilusión de una República posible en un país imposible. Mientras no oigamos a los republicanos de hoy gritar ¡Viva España!, la Monarquía seguirá representando la unidad y la continuidad de nuestra nación, como estamos viendo hoy mismo en Ceuta y Melilla. Por muchos años.

Luis Español Bouché

Publicado el 6.11.2007 en Asturias Liberal

martes, 24 de junio de 2003

Hace noventa años en La Granja (nacimiento de don Juan de Borbón)


La historia de La Granja es la historia de nuestra Corona, la historia de nuestra Casa de Borbón, la historia, por tanto, de trescientos años de España.

A principios del siglo XVIII —el siglo de la Monarquía por antonomasia, el siglo de los despotismos ilustrados— no había ordenadores ni satélites ni fútbol ni televisión, pero se trabajaba rápido y bien. Prueba de ello es que en 1720 Felipe V compró a los frailes jerónimos del Parral los terrenos de su granja y terrenos colindantes, en la villa de San Ildefonso, y no habían transcurrido seis años cuando se levantaba allí un hermoso palacio, proyecto de Teodoro Ardemáns, rápidamente habilitado para que pudieran vivir en él los Reyes. Felipe V e Isabel de Farnesio se trasladaron a La Granja cuando les fue posible, y allí nació el 11 de junio de 1726 la infanta María Antonia, malograda Delfina de Francia, a la que casaron con el primogénito de Luis XV. Le seguirían muchos otros Infantes a lo largo de la historia, y el último en nacer allí, hace ahora 90 años, era hijo de un Rey, don Alfonso XIII y padre de otro Rey, don Juan Carlos I, pero nunca llegó a ser Rey. Hablamos, claro está, de don Juan de Borbón.

20 de junio de 1913

A la una y media de la noche del día 20 de junio de 1913, una inocente criatura dejaba el confortable abrigo del vientre materno y recibía del ya anciano Conde de San Diego —eximio obstetra y médico de la Real Cámara— el consabido azote en la nalga, echando a la vez su primera lágrima y su primer aliento: ¡el mundo no es ninguna broma! No sería éste el único azote en su vida; años después recibiría alguno más en la escuela naval de Dartmouth, donde aprendió su oficio de marino bajo la férula de la disciplina inglesa. Y la vida se encargó de propinarle mayores disgustos que unos azotes: su padre fue destronado así que él y su familia pasaron la mayor parte de su vida en el exilio; el matrimonio de sus padres hizo aguas; su hermano mayor, don Alfonso, y el más pequeño, don Gonzalo, eran hemofílicos, y su otro hermano varón, don Jaime, sordomudo; de sus dos hijos varones el más pequeño murió trágicamente, jugando con una pistola; hijo de Rey y padre de Rey, la voluntad del general Franco lo excluyó a él del trono; fue traicionado incansablemente por sus propios partidarios e insultado incansablemente por sus adversarios; para salvar su dinastía tuvo que entregar, como los antiguos Atridas, su propio hijo en holocausto a su peor enemigo; y el final de su vida se encargó de amargárselo un largo y doloroso proceso cancerígeno. Pero todo esto vino después...
Volvamos a La Granja, hace 90 años. A los pocos minutos de nacer el sexto vástago de Sus Majestades, se izaba la bandera en el mástil del palacio, y se colocaba un farol rojo en su fachada del principal. Esa fue la señal esperada para que una batería del regimiento de guarnición en Segovia emplazada en Las Peñitas iniciara la salva de 21 cañonazos reglamentarios que despertó a los pacíficos habitantes de San Ildefonso anunciándoles que la Reina había alumbrado un varón.

Ceremonial

Seis años antes Alfonso XIII había firmado el Decreto fijando las normas de ceremonia ante el entonces inminente alumbramiento del primer retoño de la Reina Victoria Eugenia, que sería el malogrado infante don Alfonso. El decreto, —reproducido por don Enrique Juncedo Avello, de quien tomamos muchos datos— especificaba en su artículo primero que "Asistirán a la presentación del Príncipe de Asturias o de la Infanta que nazca los Ministros de la Corona, los Jefes de Palacio, los Presidentes de cada uno de los Cuerpos Colegisladores, los Comisionados de Asturias, una Comisión de dos individuos nombrados por la Diputación de la Grandeza, los Capitanes Generales del Ejército, los Caballeros de la Insigne Orden del Toisón de Oro [...]" Mucha gente, desde luego, a la que se advirtió del nacimiento del Infante y que estaba presente en el salón llamado pieza de música a las ocho de la mañana cuando —según escribe González Doria— "apareció Alfonso XIII llevando en los brazos, sobre un cojín de terciopelo granate, la figura del Infante recién nacido, y con su habitual desenvoltura lo fue mostrando a todos diciendo, sencillamente: aquí tenéis a un Infante, que acaba de presentarse".


Cinco días después el infantito recibía el bautismo de manos de don Jaime Cardona y Tur, Patriarca de Indias y obispo de Sión, en un altar portátil instalado el centro del Salón del Trono cuyo elemento más notable era la pila de Santo Domingo de Guzmán que en numerosas ocasiones ha contenido el agua traída del río Jordán con la que se hacen cristianos los Infantes de España, que por algo el Rey de España es también Rey de Jerusalén. Recibió los nombres de Juan, Carlos Teresa, Silverio y Alfonso.

Hijo de rey y padre de rey

Noventa años no parecen muchos si consideramos la vida de un hombre que nació justo antes de la I Guerra Mundial y cuyo destino está intrínsecamente ligado al de nuestro país. Hijo de Rey, padre de Rey, don Juan no reinó más que en los sellos privados o los puños de camisa de algunos monárquicos impenitentes, tan valientes como escasos, que se complacían en lucir en sus botones el "J III", la insignia de Juan Tercero. Todavía guarda mi padre los suyos...
Don Juan no era el primero de sus hermanos en nacer en el Real Sitio de San Ildefonso; le habían precedido, siempre en el mes de junio, los Infantes don Jaime (23 de junio de 1908) y doña Beatriz (22 de junio de 1909), recientemente fallecida. Sólo en ocasiones volvió a poner los pies en San Ildefonso. Una de esas ocasiones la tuvo —recién cumplidos los 12 años— el 28 de junio de 1923, cuando la Diputación Provincial de Segovia entregó los nombramientos de hijos predilectos de la Provincia a los tres infantes nacidos en la Granja: don Jaime, doña Beatriz y don Juan.

La real ausencia

Me gustaría decir que de alguna forma quedó marcado don Juan por sus orígenes, pero esto resultaría falsísimo. Don Juan estaba enamorado del mar y ni la más poética imaginación podría ordeñar de nuestras sierras y de nuestro claro cielo segoviano la imagen del océano, como no sea la visión de la meseta desde los altos de las Dos Castillas; porque en estas provincias castellanas la tierra es nuestro mar y las ciudades son islas aisladas unas de otras por leguas de yermos y cultivos.

Don Juan no fue muy asiduo de la Granja. Las vacaciones solía pasarlas en San Sebastián o Santander. Luego, de 1931 a 1975 España no tuvo Rey. Cuarenta y cuatro años sin Rey, para un Real Sitio, no es ninguna bicoca. Se podría escribir mucho acerca de la decadencia de El Escorial, La Granja o Aranjuez durante aquellos años. Y es que con Constitución o sin ella, la presencia regia es la presencia del poder, de la tradición y de la historia. Dónde los reyes van, se desplaza la función del poder, en invierno Baqueira y en verano Mallorca. No deja de ser sintomático que durante los años en que en España no hubo función real desapareciera el único teatro de La Granja, como si por falta de actores se hubiese suspendido la velada.

Luis Español Bouché

Publicado el 24.06.2003 en El Adelantado de Segovia