El Alcázar de Toledo alberga un museo de excepcional calidad
Por la calidad de su personal y colecciones así como el incomparable 
marco del Alcázar, el Museo del Ejército promete afianzarse como uno de 
los grandes museos españoles 
Herodoto, padre de la Historia, justificaba su larga indagación en el pasado con los siguientes motivos: “Para
 que no se desvanezcan en el tiempo los hechos de los hombres, y para 
que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras, así de los 
griegos como de los bárbaros, y sobre todo, la causa por la que se 
hicieron la guerra”.
Naturalmente, la historia hoy día ya no se reduce al estudio de los 
antiguos imperios y sus batallas, hay muchos otros enfoques de la 
ciencia histórica pero qué duda cabe que la primera aproximación de un 
niño a la historia son las películas bélicas.
Un patrimonio maltrecho pero riquísimo
Siendo España el más antiguo de los imperios globales, y el que más 
tiempo duró -la friolera de tres siglos- sería lógico que en nuestros 
museos se acumulara un patrimonio inimaginable. Sin embargo a lo largo 
del tiempo se han perdido piezas notables.
El saqueo napoleónico de las colecciones españolas fue atroz -véanse 
al respecto los trabajos de Díaz Padrón y Leopoldo Colorado- y más tarde
 la Desamortización y la desidia administrativa permitieron que 
monasterios enteros fueran despedazados y salieran desmontados de España
 para adornar las fincas de algún millonario extranjero. Con todo, lo 
poquísimo que queda de lo mucho que hubo es tan importante y valioso que
 las colecciones españolas descuellan por su extraordinaria calidad.
Un polémico traslado
El Museo del Ejército fue objeto de un polémico traslado
 decidido por el gobierno Aznar: se cerraba el encantador palacio que 
fuera su sede -el antiguo Salón de Reinos del Buen Retiro- y se le 
otorgaba al Museo un espacio considerable en el enorme Alcázar de Toledo, que ya acoge la biblioteca regional de Castilla la Mancha.
Ese traslado no fue el primero. Anteriormente estuvo el Museo de Artillería e Ingenieros emplazado en el Palacio de Buenavista.
 Siempre resulta arriesgado cambiar la sede de una colección: las piezas
 pueden dañarse, extraviarse o desaparecer; el principio conservador por
 excelencia viene a ser “si algo funciona, no lo cambies”. Los cambios 
sólo se justifican cuando lo anterior ya no funciona o puede funcionar 
sensiblemente mejor. Trasladado al ámbito de los museos podemos decir 
que un traslado sólo se justifica si supone una mejora sustancial,
En este campo como en otros muchos, el éxito conlleva la absolución; y
 desde luego, el nuevo Museo del Ejército amenaza con convertirse en un 
sonado éxito. Aunque todavía no esté abierto al público, la amplitud y 
la calidad de sus instalaciones permiten augurar que sin duda se 
convertirá en breve en el referente mundial de su especialidad.
Unas colecciones únicas
Las colecciones son fabulosas: a lo mucho y bueno del antiguo Museo 
de Artillería se sumaron adquisiciones como la colección de armaduras de
 los duques de Medinaceli, la colección Sobejano o la de Romero Ortiz. 
Los que saben de armas, afirman con serenidad que el Alcázar atesora una de las mejores colecciones del mundo, si no la mejor.
Posee espadas y armas blancas de todas clases; antiguos estandartes, 
guiones y enseñas medievales; bombardas, cañones, obuses, mosquetes, 
culebrinas y otros artefactos inventados por el hombre para acabar con 
su prójimo; maquetas, planos de batallas, condecoraciones...
El Alcázar ofrece una variedad y riqueza difícilmente superable. Sus 
colecciones incluyen piezas tan curiosas como el coche de caballos en 
que fue asesinado el general Prim, la Tienda llamada de Carlos I o la 
llamada espada de Boabdil, pieza de gran belleza que se une a una gran 
colección de piezas nazaríes, girones de estandartes que usaron los 
hombres de Cortés en Méjico o armaduras japonesas adquiridas por el 
general Weyler.
Resulta fascinante asistir a la apertura de uno de los armarios 
compactos, modernas cavernas de Ali Babá. Se alinea en un estante el 
microscopio de Ramón y Cajal, el Premio Nobel
 que era médico militar, junto a mil y un bronces para todos los gustos y
 tendencias o porcelanas de Sèvres... Cada fracción de los enormes 
depósitos constituye el sueño de cualquier anticuario.
Restauración, conservación y documentación
Más valioso todavía que las colecciones, es la calidad del personal 
de esa institución. El corazón del Museo se oculta en las plantas 
amplísimas y bien aireadas donde residen sus gabinetes de restauración y
 sus depósitos. Los restauradores son los héroes de la lucha del hombre 
contra el olvido, ese maligno embajador de la Nada que pretende sepultar
 las vidas pretéritas más allá de la memoria.
A la luz de un potente microscopio, una restauradora recupera una 
condecoración; entre sus enguantados dedos se produce, una vez más, el 
milagro de la resurrección de la plata, brillante fénix que escapa a la 
negra pátina de las joyas seculares. Otro equipo se encarga de restaurar
 tejidos: con sutiles hilos de seda y benedictina paciencia las 
discípulas de Aracne dan una segunda oportunidad a la antigua bandera de
 un regimiento americano del siglo XVIII o restauran el uniforme que 
llevaba el Marqués del Duero cuando lo mató una bala perdida.
Otro equipo le hace un lifting a un lienzo bisecular que 
representa una antigua ciudad americana. La larga cicatriz que lo 
demedia testifica que fue doblado en su día, sin duda para que ocupara 
menos espacio en algún depósito; las restauradoras van reforzando la 
estructura añadiendo, con infinito cuidado, papel japonés en los huecos y
 grietas.
Trabajo meticuloso y no exento de riesgos: una ducha de emergencia 
nos recuerda que los restauradores trabajan con productos peligrosos, 
disolventes y líquidos que irritan la piel y los ojos. Por todas partes 
se ven extractores de gases.
Finalmente el personal que se ocupa de la identificación de las 
piezas estudia el origen de todas y cada una de ellas con el fin de 
comprobar su autenticidad y la exactitud de los datos registrados, a 
partir de la documentación existente.
Finalmente añadiremos que el AVE pone Toledo a media hora de Madrid y que la obligada visita al Alcázar se suma a otras curiosidades de la ciudad imperial.
 
Artículo publicado originalmente en el desaparecido portal suite101.org 
el 28 de noviembre de 2009 y recuperado el 3 de diciembre de 2016
Puede leerse aquí en archive.org
 








